«Querido Dios, hoy había prueba de matemáticas y yo no pude estudiar. Para mi es muy importante que me vaya bien en el colegio. Por favor, te pido que me ayudes». Pese a la violencia que reina en Medio Oriente, Jerusalén, ciudad sagrada para judíos, cristianos y musulmanes, aún inspira sentimientos religiosos muy profundos. Según leí hace unos días en el diario Jerusalem Post, son miles las cartas dirigidas a «Dios», a «Jesús», al «Señor del Universo», o al «Señor del Mundo» que llegan al correo israelí. La dirección por lo general es «Jerusalén, Israel», «Jerusalén, Tierra Santa», o «Jerusalén, Tierra Prometida», sitios que el imaginario colectivo identifica con la residencia de la divinidad.
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Las cartas no provienen solamente de Israel, sino también del resto del mundo, y en especial de países cristianos protestantes, según las estadísticas. Están escritas en distintos idiomas, por gente que pide desde ayuda para pasar un examen hasta un novio o adelgazar; y sobre todo por niños, ancianos o personas solas, aquejadas por serios problemas, por supuesto creyentes, que ya no saben a qué santo prenderle una vela.
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Las cartas escritas en forma clara son entregadas al Rabino del Muro de los Lamentos, que se encarga de hacerlas poner entre las milenarias piedras del Muro, como es costumbre judía. También el papa Juan Pablo II, en su histórico viaje a Tierra Santa, en el 2000, puso un mensaje de su puño y letra entre las sugestivas piedras del Muro. Las cartas, sin embargo, no son el único medio para comunicarse directamente con Dios: en el Muro de los Lamentos también hay un servicio de fax que permite enviar las súplicas que luego serán puestas entre las piedras.
FteLa Nacion Escribe Elisabetta Piqué
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