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Tribunal de Tel Aviv de obligar a un colegio a aceptar una niña

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En las clases de primaria de ese centro, asquenazíes (judíos originarios del centro y este de Europa) y mizrahís tienen aulas separadas, diferente maestros y horarios de recreo, e incluso una valla en medio del patio para evitar mezclas indeseadas.

El año pasado, la escuela Beit Yaacov aceptó el 97 por ciento de las inscripciones de pupilas asquenazíes por sólo el 54 de las mizrahíes, una práctica con la que trata de preservar su ‘prestigio’ educativo y que refleja una discriminación entre judíos que late eclipsada por el conflicto con los palestinos.

Grosso modo, los asquenazíes (literalmente ‘alemanes’ en hebreo medieval) fueron quienes más activamente participaron en el establecimiento del Estado de Israel en 1948 y, desde entonces, copan los mejores puestos de trabajo.

Los mizrahís (‘orientales’) provienen de las antiguas comunidades judías en países del mundo árabe-musulmán, donde se asentaron hace milenios o tras ser expulsados de España (conocidos como ‘sefardíes’) en el siglo XV.

En su mayoría emigraron a Israel en la década de los cincuenta para descubrir que los asquenazíes recibían casas al llegar a la Tierra Prometida mientras ellos tenían que conformarse con tiendas de campaña por largos períodos.

‘Las autoridades de la época ubicaron a los mizrahís recién llegados en zonas fronterizas con el enemigo árabe para actuar como ‘tapón», explicó a Efe el activista social israelí Rotem Dan Mor.

En una de éstas, el barrio de Musrara en Jerusalén, a caballo entre la parte este árabe y la oeste judía, nacieron en 1971 las Panteras Negras israelíes, un movimiento inspirado en su homónimo estadounidense para denunciar los agravios contra los mizrahís.

‘La situación no ha mejorado, la única diferencia es que antes la discriminación estaba oculta y hoy es abierta’, denuncia Ayalá Sabag, una de las líderes de la actual lucha mizrahí por la igualdad.

‘Uno puede ir a buscar trabajo y saber si le van a aceptar dependiendo (del origen) de quien tiene enfrente y de si los otros candidatos son asquenazíes’, agrega.

Hace dos años, en una encuesta del centro universitario de Tel Hai, en el norte del país, un 65 por ciento de los israelíes reconocía que es bastante mejor ser asquenazí para obtener un empleo.

Algo aún más palpable en la esfera política. Ni uno solo de los doce primeros ministros que ha tenido Israel ha sido mizrahí.

Las diferencias entre ambos colectivos perviven de forma menos pronunciada que antaño, en parte porque los matrimonios mixtos (un tercio del total) han ido diluyendo las dos identidades.

Hoy, la población mixta y la mizrahí superan juntas en número a la asquenazí, lo que se nota en la gastronomía, la música o las formas orientales.

‘Los mizrahís que se comportan como asquenazíes no sufren discriminación. Es un poco como en EEUU entre negros y blancos.

Depende de los acentos, el lenguaje corporal…’, precisa Yair MacLanahan, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Otros colectivos llegados a Israel en las últimas décadas, como etíopes o ex-soviéticos, también han sufrido un trato diferenciado, aunque la división mizrahí-asquenazí sigue siendo el eje de las tensiones subyacentes en el ‘crisol de diásporas’ del Estado judío, como solía definirlo su padre fundador, David Ben-Gurión.

Cara al futuro, los analistas están divididos.

Unos creen que la progresiva interrelación entre ambos grupos de población acabará por limar las diferencias, mientras que otros ven una olla a presión que estallará el día en que Israel firme la paz con sus vecinos árabes y los problemas sociales internos pasen a primer plano.

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