Un millón y medio de palestinos en la Franja de Gaza, entre los cuales hay tanto simpatizantes de Hamas como de Al-Fatah, viven un momento difícil, de gran tensión. Incluso aquellos que odiaban al régimen anterior y que están convencidos de que lo mejor para los palestinos es un gobierno islámico, son conscientes de que no le esperan a Gaza tiempos fáciles.
Sus habitantes dicen que es algo que se palpa incluso en las calles.
«No es necesario que publique un decreto para que comprendamos que las cosas cambiaron», dijo a LA NACION una mujer musulmana de Gaza, que pide mantenerse en el anonimato.
Con una mezcla de temor y vergüenza, cuenta en una conversación telefónica desde la Franja -que ella inicia con esta cronista- que toda su familia capta que el «aire» es diferente y que hay que actuar de acuerdo con ello.
«Te cuento que por primera vez en mi vida salí a la calle con la cabeza cubierta -dice la mujer-. No quiero agregar mi nombre a la lista de los numerosos muertos cobrados por la guerra civil. No quiero ser la primera víctima en la calle del nuevo régimen.» Esta palestina admite que nadie le ha ordenado cubrirse la cabeza ni vestir el hijab. «Mejor cuidarme», opina, sin embargo.
«Esa autocensura es la que me aterra, comenta otra joven, y relata que creció en el Golfo Pérsico y que sus padres habían vuelto a Gaza al comenzar el proceso de paz con Israel. «Me sumergí en ese momento en una sociedad mucho más cerrada que la que yo conocía, pero temo que ahora todo sea mucho peor», dijo.
Pero ésta es sólo una expresión de los nuevos tiempos y cómo los capta la población. Hay otras preocupaciones que pueden parecer mucho más inmediatas, como la pregunta de cómo se manejará la Franja de Gaza, lidiando con un embargo internacional que no será aliviado mientras Hamas esté al frente. «El tema no es simplemente tomar el control de la seguridad, sino saber cómo se alimentará a la población», se quejaban ayer habitantes de la ciudad de Gaza.
La incertidumbre acerca de cómo se verán satisfechas las necesidades básicas de la población es grande. Israel abastece a Gaza de electricidad, gas, combustible y materias primas para su vida diaria. «Ayer tuvieron que interrumpir el abastecimiento, porque no tenían con quién coordinar del lado palestino», comentaba la mujer, quien aclaró que en su casa no falta nada, pero que supone que «dentro de poco nadie tendrá suficiente».
«Nos iríamos si pudiéramos, pero no es posible salir. Todo es muy confuso», agrega.
Los motivos de confusión son varios. Incluso el hecho de que quedan dentro de la Franja de Gaza, y ocupando puestos públicos, figuras identificadas con Al-Fatah, lo cual crea problemas.
Un claro ejemplo es lo que sucede con la policía en la ciudad de Gaza. Por un lado, el jefe de esa fuerza, fiel al presidente Mahmoud Abbas, ordenó desde Ramallah a todos los efectivos policiales en Gaza desobedecer las órdenes de Hamas y permanecer en sus casas, sin presentarse a trabajar. Pero el jefe de la policía local en Gaza, un hombre de Al-Fatah recién nombrado por Hamas, ha indicado que todos vuelvan a sus trabajos.
Traición a Hamas
Aunque la advertencia oficial es que de lo contrario serán despedidos, el temor también puede ser otro: que el desacato sea visto oficialmente como lealtad a Ramallah y, por ende, traición al gobierno de Hamas en Gaza.
Khaled Abu Hilal, vocero del Ministerio del Interior en Gaza, declaró: «La patria necesita gente honesta que se dedique a salvaguardar su seguridad, y nosotros exhortamos a los hombres valientes a volver». Los comunicados oficiales no resuelven los dilemas personales.
Ayer, no ayudó para nada a la confusión generalizada el hecho de que el flamante primer ministro del gobierno de emergencia anunciara en Cisjordania que tiene autoridad también sobre la Franja de Gaza o que el premier destituido Ismail Haniyeh, de Hamas, advirtiera que el nuevo gabinete es ilegal.
«El ciudadano común siente que está tironeado, con Hamas de un lado de la soga y Al-Fatah del otro», comentaba ayer Majed, un palestino de Gaza. «Esta soga terminará colgando y matando a la gente de Gaza», agregó.
Quizá lo que más dificulte el lidiar con la nueva situación sea la combinación de falta de esperanza en el futuro y la sensación de muchos de que el pueblo no está en buenas manos. Es que la crítica al golpe violento que protagonizó Hamas no logra hacer olvidar que las máximas figuras de Al-Fatah se fueron de la Franja de Gaza y dejaron allí a sus hombres casi sin posibilidad de luchar.
De la misma forma, las condenas a la corrupción de Al-Fatah tienen como contrapeso el hecho de que durante el fuerte embargo internacional, mientras Hamas acusaba a Israel y al mundo de dejar a la población palestina sin fondos, gastaba fortunas en armas y municiones.
Un complejo mosaico de realidades y sentimientos, con los que la población palestina de la Franja de Gaza no sabe todavía cómo lidiar.
Por Jana Beris
Para LA NACION