Un grupo de investigadores italianos espera que miles de obras prácticamente olvidadas recobren vida, mediante
la integración de un archivo de música compuesta o interpretada en esos infiernos, entre 1933 y 1945.
«Tratamos de sacar algo bueno de algo terriblemente malo: Estas personas desearon una vida llena de música para sí mismos y la habrían tenido si su destino hubiera sido distinto», dijo el músico italiano Francesco Lotoro.
Lotoro ha recopilado originales, copias y grabaciones de todos los géneros musicales, desde óperas compuestas en los rincones más tétricos de la maquinaria mortal de los nazis, hasta piezas de Jazz con letra en japonés, creadas en los campamentos de prisioneros de guerra en las junglas asiáticas.
La biblioteca de música, que se inauguraría en septiembre en la Tercera Universidad de Roma, ofrecerá a los eruditos un repertorio de 4.000 documentos y 13.000 microfichas, que incluyen partituras, letras, gráficos y fotografías.
Durante más de 15 años, Lotoro trabajó prácticamente solo. Recorrió el mundo, pagando frecuentemente sus gastos, en busca de obras musicales en museos, archivos y tiendas de antigüedades. Habló también con sobrevivientes del Holocausto o con familiares de los desaparecidos.
Lotoro, pianista, ha hecho el arreglo y la grabación de muchas piezas, para producir una colección de 32 discos, cinco de los cuales han sido publicados ya. Varios músicos y cantantes que residen en su poblado natal de Barletta o en otras poblaciones del sur de Italia, compartieron la pasión de Lotoro, y suelen dedicar los domingos para trabajar con él en el estudio de grabaciones.
Los expertos que conocen el trabajo de Lotoro consideran que es la primera vez que se realiza semejante esfuerzo para recopilar y revivir en un lugar un tesoro musical disperso por todo el mundo.
«No conozco ninguna institución que recopile sólo documentos musicales», dijo Bret Werb, musicólogo del Museo Memorial del Holocausto en Washington. «Es un proyecto importante que se convertirá en un recurso sin igual para los músicos de todo el planeta».
En una entrevista, Lotoro dijo que descubre constantemente nuevas obras, «lo cual no representa una buena señal, pues significa que la historia no ha hecho su trabajo».
Lotoro, de 42 años, relató que sus antepasados fueron judíos obligados a convertirse al cristianismo hace siglos. Atraído al judaísmo en su adolescencia, Lotoro se convirtió en el 2002.
Al comienzo, el investigador buscó partituras hechas durante el Holocausto, durante un viaje a Praga en 1991. Muy pronto se dio cuenta de la labor titánica que le esperaba.
«Partí por dos semanas, con una valija pequeña, y esperaba traer una docena de obras, pero al final tuve que comprar una maleta más grande, para transportar de vuelta cientos de manuscritos y copias fotostáticas», recordó.
Pero el encontrar una obra es sólo el comienzo, dado que puede estar fragmentada. Muchas fueron escritas en forma clandestina o a toda prisa, dijo Lotoro.
Entre las obras principales en las que ha trabajado durante la última década figuran las de Rudolf Karel, un compositor checo a quien los nazis detuvieron por participar en la resistencia en Praga.
Confinado a una prisión militar y enfermo de disentería, Karel usó principalmente papel higiénico para componer un amplio repertorio, incluida una ópera en cinco actos y un noneto (composición para nueve ejecutantes).
La última de sus partituras encontrada por Lotoro es la «Marcha de los Prisioneros», fechada cuatro días antes del fallecimiento del músico, en 1945.
Muchos hallazgos de Lotoro son obras escritas en Terezín, una población checa usada por los nazis desde 1941 como gueto y campo provisional de concentración, al que eran trasladados líderes y prominentes artistas judíos desde toda Europa.
Terezín (Theresienstadt en alemán) fue usada también como una herramienta propagandística para ocultar sus planes de exterminio a las organizaciones internacionales. Los prisioneros podían presentar óperas, recitales y espectáculos de cabaret con varias orquestas, incluida una llamada los «Ghetto Swingers».
De los 140.000 judíos enviados a Terezín, 33.000 murieron y casi 90.000 fueron deportados a los campos de la muerte.
El archivo en Roma incluirá obras de gitanos apresados por los nazis, composiciones corales de mujeres holandesas apresadas por los japoneses en Indonesia, y la música de Edmund Lilly, un coronel estadounidense que escribió canciones y poemas durante su paso por varios campos japoneses de detención, desde que se rindió en Filipinas en 1942, hasta su liberación en Manchuria, más de tres años después.
Además, la biblioteca incluirá las obras de Berto Boccosi, un capitán italiano que comenzó a escribir una ópera cuando era prisionero de los aliados en un campamento en Argelia. Lotoro dice que busca también música escrita por oficiales alemanes detenidos por los soviéticos.
«La música es un lenguaje universal, de modo que la música escrita por el oficial alemán y por el prisionero judío tienen el mismo valor histórico», dijo Lotoro.
Confió en que la colección permitirá que los eruditos entiendan mejor «la explosión de creatividad» que dio nacimiento a un tango en Buchenwald o a un vals en el campo italiano de Alberobello.
«Uno puede sentir en todo momento la tragedia en el trasfondo, pero en su esfuerzo creativo, un músico es capaz de escapar de la realidad», dijo.
La música puede también llevar la semilla del desafío, como en la «Marcha de Terezín», que era interpretada después de los espectáculos nocturnos en el gueto y comienza con las primeras notas de «Hatikva», tema que se convertiría a la postre en el himno nacional israelí.
Cuando menos, la música fue para muchos prisioneros una manera de conservar la cordura.
«Para un autor, el componer es cuestión de supervivencia mental», dijo David Meghnagi, profesor de psicología en la Tercera Universidad, quien encabeza la creación del archivo. «De esta manera, él mantiene intacta su condición humana y permite que su mente imagine un mundo distinto».