Itongadol.- Hamakom Sheli es la primera escuela hebrea para niños y jóvenes con necesidades educativas especiales de la Argentina y está situada en Tucumán 3070, en Buenos Aires.
Itongadol conversó con su presidente, Isaac Mizrahi (foto), para conocer su historia, presente y proyectos.
– Hamakom Sheli nació en 1985. Fue una iniciativa de Ioná, con el apoyo del Joint, por una necesidad de los padres. Empezó a funcionar en la calle Juan Agustín García, los primeros meses. Hubo divergencias y en un momento dado, Jaime Meta tomó la conducción de la escuela, que tenía 7 u 8 chicos. Tenía hijos discapacitados y comenzó a lucharla en esos años difíciles cuando la comunidad desconocía todo este tema.
– La sociedad miraba para otro lado
– No solo la sociedad, también las instituciones (judías) porque la AMIA no tenía un rol activo en este tipo de cosas. Era ir, pelear y discutir… Por muchos años se nos usó como marketing publicitario, pero en la realidad, en la parte activa, en la acción, nada se veía… Fue en aquella época que también se fundaron muchas instituciones paralelas, como AKIM y Ory, y cada una cumplió un rol fundamental en el tema de la discapacidad. Con nosotros se creó el camino de hacer una institución educativa que defendiera los derechos de los chicos. O sea, años atrás había dos planteos en la sociedad: sacarles de encima a los pibes para que los padres pudieran vivir tranquilos y el nene, tirado, u ocuparse realmente del chico y sacarlo adelante, independientemente de que la familia necesitase horas de libertad. Nuestra idea era brindarle todo lo que necesitara, más allá de que tuviera plata o no… Tener personal preparado porque la educación en estos casos no solo representa que puedan leer y escribir, sino enseñarles independencia: bañarse solos, ver y entender los carteles y los peligros, comportarse como cualquier persona… También tenemos kinesióloga, fonoaudióloga, psicopedagogo, traumatólogo… En fin, un montón de especialidades que, en su momento, todos van a necesitar…
– ¿Y cuántos alumnos hay?
– La escuela fue evolucionando lentamente. Podemos decir que aumentó un 7-8 por ciento anual y se mantuvo en el tiempo. Actualmente tenemos 55 alumnos. El tema es que no tenemos muchos egresos, entonces la población aumenta porque acá forman una familia. Los chicos no tienen adónde ir… Hay grupos diferentes y cada uno tiene un maestro según sus necesidades. Indudablemente que hubo una evolución en el país. La tendencia en el mundo fue a la integración en escuelas comunes. Me parece bárbaro, funciona, y en los últimos años muchas instituciones incorporaron maestras integradoras, algo muy interesante e importante para la socialización del chico en su entorno. Pero tiene un límite: llega un momento en que el colegio dice: “Hasta acá llegamos”. Puede darse con un chico a los 10 años, otro a los 7 y otro a los 15, depende de cada caso, pero en algún momento se termina y ahí es donde necesitan un lugar donde puedan desarrollarse entre pares…
– ¿En qué año se inauguró el edificio?
– En marzo de 2002. Ahí fue cuando la institución se presentó en sociedad y la comunidad dijo: “¿Esto de dónde salió?”. Muchas instituciones tomaron conciencia de que existíamos, pero de todas maneras, transitamos nuestro propio camino.
– ¿Cómo es la vinculación con las familias?
– Primero que todo soy papá, o sea que viví todas las experiencias que puedo contar. Toda familia que tenga un chico discapacitado va a afrontar tareas difíciles. En los primeros tiempos, los padres siempre quieren curarlo. Cuando van asumiendo la problemática, viviéndola y aprendiendo de su hijo lo que realmente necesita, ahí van surgiendo las posibilidades… Por eso, la primera medida para la familia de un chico que salió especial es que pueda concurrir a la misma escuela que sus hermanos. Es algo maravilloso, que antes no se podía, pero hoy en día hay algunos colegios… Tenemos un chico que está pasando una crisis y el entorno familiar vive la misma. Entonces, cuando hay posibilidades de apertura y el padre, la madre y los hermanos se sienten un poquito integrados, eso favorece mucho…
– ¿Tienen actividades con las familias?
– Hay actos, como en Rosh Hashaná, y también hacemos una sucá…
– ¿La comunidad es generosa en apoyar a esta institución?
– Vivimos de la colaboración de la comunidad, y fundamentalmente, nuestros aportantes son personas porque cada institución está con su problemática… Después tenemos el apoyo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y de algunas obras sociales que colaboran. Esto es a pulmón… Necesitamos apoyo constante porque el ochenta y pico por ciento del presupuesto son sueldos y los chicos almuerzan, desayunan y meriendan acá. Tenemos cincuenta y pico de pibes y casi 50 personas trabajando. De eso se trata el nivel educativo: acá hay mucha gente capacitada y con antigüedad… Si te agrupan a 20 pibes con una maestra y los ponen a todos a cortar papel con tijeras ayudan a los padres porque los tienen unas cuantas horas afuera, pero de nada les sirve… Somos una institución producto del milagro de D’s: tener este edificio, estar con todo al día y en funcionamiento, que todo el mundo esté contento, que muchas familias traigan a sus hijos y que los chicos corran hay que valorarlo mucho, y esperemos que sigan las bendiciones…
David Waiswain, el administrador de Hamakom Sheli, añadió que “todo lo dicho se complementa con el proyecto de pequeños hogares que tiene la institución: uno de varones y otro de mujeres”.
– Un departamento está en Lavalle, entre Larrea y Paso, y el otro, en Tucumán, entre Larrea y Paso. Son alumnos que quedaron huérfanos y a nadie tienen. Hay padres que tienen 80 años… Son cosas que surgieron a medida de que fuimos avanzando. Es todo un proceso, que empezó con la necesidad de una escuela…