Todas las tragedias descomunales de la humanidad empezaron en la faz discursiva. Todos los genocidios primero nombran negativamente a las que van a ser sus víctimas. Se instalan y circulan supuestas verdades que calan en el tejido social y naturalizan la invisibilización de los vulnerables.
De esa manera, se da inicio a un proceso que, de no ser interrumpido o denunciado a tiempo, llega hasta las últimas consecuencias. Primero se mata con la palabra.
Estos mensajes se denominan discursos de odio y ocupan un lugar de mucho protagonismo en los vínculos tanto presenciales como virtuales. Dominaron la agenda pública haciendo uso de la revolución tecnológica proliferando masivamente.
La capacidad de acceder al instante a infinidad de destinatarios y a nivel universal, convierten a Internet en el ámbito privilegiado para la difusión de mensajes a gran escala. La posibilidad de viralizar material prejuicioso con esa velocidad, transforma a la gran red en un instrumento imposible de superar frente a cualquier otra herramienta comunicacional.
Estas expresiones siempre van dirigidas a grupos históricamente vulnerables a la discriminación por lo que el derecho a la igualdad es el vulnerado.
El antisemitismo es uno de los ejemplos más explícitos de este fenómeno que conoció su más extrema virulencia en la propaganda montada por el régimen nazi, preludio de las cámaras de gas y que hoy manifiesta su odio al judío al denostar sólo a un país, el Estado de Israel.
La DAIA se enfoca en la prevención, y en la generación de acciones tendientes a lograr la convivencia en diversidad y pluralidad.
Es una tarea constante ya que la educación no es suficiente para que desaparezca el desprecio cuando son los valores culturales los que están en juego.
Combatir los discursos de odio implica un trabajo colectivo de distintos sectores. Los gobiernos, la Justicia y las empresas de tecnología deben coordinar acciones con ese fin para evitar la impunidad.
* Director Ejecutivo de la DAIA