Itongadol/AJN.- Al tope de las actividades recreativas típicas del folclore judeoargentino se ubican el dominó y el buraco, pero también los juegos con dados y cartas.
Es tradicional observar a exponentes de cierta edad reunidos alrededor de una mesa en un club o country, una institución comunitaria o un bar de barrio, como el San Bernardo, ubicado en pleno bastión “moishe”: en la avenida Corrientes, a metros de Acevedo.
Declarado “Sitio de interés cultural, símbolo de Villa Crespo” por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el 24 de abril de 2012, en su gran salón de unos 800 metros cuadrados hoy se ven mesas de ping pong y pool, “la nueva moda” según Rubén, uno de sus concurrentes habituales.
René, el joven encargado del turno mañana, explicó a la Agencia Judía de Noticias (AJN) que si bien el bar está abierto todo el día, las primeras horas se dedican a la cafetería, para trabajadores que desayunan al paso, y que a partir de las 11 horas comienzan a llegar clientes mayores, que mientras juegan al dominó “almuerzan, meriendan, cenan y después se van”.
Hay muchos judíos entre los aficionados a las 28 fichas rectangulares, divididas en dos cuadrados desde el blanco -cero- hasta el seis, que generalmente juegan de a cuatro, en parejas, y gana aquella que coloca la última ficha o suma menos puntos remanentes.
“Vengo desde que tenía 14-15 años y veía a hombres grandes, de 70, 80 y hasta 90 años que todas las mañanas jugaban al dominó; pasaba, miraba, me decía ‘¿A qué juegan estos hombres todo el día acá adentro?, y me iba al fondo, a ver cómo jugaban a la baraja, pero años después me di cuenta de que el dominó es divertido”, relató Osvaldo, otro de los parroquianos.
Para Rubén, el San Bernardo “es un lugar de encuentro de amigos de toda la vida, es uno de los pocos cafés que quedan”.
“Porque venía de chiquito, a buscar a mi papá, que jugaba al billar, y porque el café es bueno”, respondió Fabio, mientras se tomaba uno y leía el diario.
“Es como el comedor de casa: antes de salir, tenés que pasar; aparte, después de 37 años te encontrás con gente; otra ya no está, pero siempre hay un recambio”, resumió Osvaldo.
Al San Bernardo “venía de chiquito, a buscar a mi abuelo y a mi papá porque me enviaba mi mamá”, y ahora “vengo todos los días, menos el domingo; es el lugar de reunión de personas que nos conocemos hace muchísimos años y un esparcimiento”, agregó Enrique, que juega al dominó y al buraco.
Cuando era chico “venía mucha gente, se armaban grupos interesantes y era lindo verlos jugar; ahora ya tiene otras cosas, como el ping pong”, añoró Fabio.
Los bares son una de las peculiaridades de Buenos Aires: lugares donde se reunían los inmigrantes de un pueblo o ciudad, y en ciertos casos, de una misma colectividad.
Con el paso de las décadas, la gran mayoría cerró sus puertas y el resto se modernizó, de modo que muy pocos mantienen la estructura que los hacía tan acogedores para esas personas; en su gran mayoría, hombres.
El San Bernardo se estableció en un edificio de más de 100 años, donde había funcionado una sucursal del Banco Nación, y a metros de su entrada había una estatua de un perro de esa raza, del cual tomó su nombre.
Incluso, en una de las fotografías existentes allí se ve a quien fuera uno de sus primitivos dueños caminado junto a uno de esos canes.
Sus paredes recuerdan a orquestas de tango como las de Paquita Bernardo, donde tocaba el maestro Osvaldo Pugliese, o Gennaro Espósito, y la gloriosa época de los torneos y exhibiciones de billar en los que participaban los hermanos Navarra, Bonomo y otros destacados especialistas porteños.
Al caer la tarde, cuando las sombras de la noche comienzan a cubrir la avenida Corrientes, las personas mayores que juegan al dominó, el tute cabreo y el truco le dejan su lugar a los jóvenes cultores del pool y el tenis de mesa.
El San Bernardo es mucho más que un café, es un símbolo emblemático no solo de Villa Crespo, sino de la ciudad de Buenos Aires, con su largo mostrador y fotos de épocas pasadas y sectores con el nombre de parroquianos que ya no están, que fueron figuras de un micromundo que, desde hace décadas, conforman sus permanentes concurrentes, aunque -como bien dijo Osvaldo- “siempre hay recambio”.