EFE.- El Pentágono deberá romper su silencio y afrontar hoy el escándalo del supuesto espía que, desde la cúpula del Departamento de Defensa, podría haber pasado información secreta a Israel, hasta ahora, el mejor aliado de Estados Unidos.
De confirmarse las informaciones filtradas durante el fin de semana, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, sufrirá un nuevo y duro golpe político cuando apenas se estaba recuperando del reciente escándalo de los abusos a prisioneros iraquíes.
Ni Rumsfeld ni ningún responsable del Gobierno estadounidense ha querido aventurarse a hacer valoraciones de este caso que salta a la luz pública en medio de la ambiciosa reforma de los servicios secretos anunciada por el Ejecutivo.
El Pentágono se ha limitado a difundir un comunicado, mucho más breve de lo habitual, en el que señala que «ha estado cooperando con el Departamento de Estado en este asunto durante un extenso periodo de tiempo».
Sus funcionarios no han querido hacer más comentarios, alegando que podría ser perjudicial teniendo en cuenta que la investigación está aún abierta.
Tampoco ha habido reacciones en el ámbito político porque, según declaró este domingo la senadora demócrata y ex primera dama Hillary Clinton, es mejor que «esperemos y veamos qué pasa con la investigación».
Desde la Casa Blanca, el portavoz Scott McClellan optó también por la cautela, dijo no estar en condiciones de pronunciarse pero «obviamente siempre que hay una acusación de esta naturaleza, se trata de un asunto serio», precisó.
Al final, alguien tendrá que dar la cara y salir al paso de las informaciones que no dejan de aportar nuevos datos.
Es el caso de la difundida este domingo por el diario «The Washington Post» que asegura que el presunto «topo» no sólo es un analista especializado en Irán, sino que además sirvió como reservista de la Fuerza Aérea de EEUU en Israel.
Citando a responsables no identificados, el periódico precisa que las pesquisas de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) se han ampliado en los últimos días con entrevistas a personal de los Departamentos de Defensa y de Estado, así como a especialistas en Oriente Medio que no tienen nada que ver con el Gobierno.
La prensa de Washington ha identificado al espía como Larry Franklin, un funcionario del Pentágono a punto de jubilarse, especializado en Oriente Medio y el sur de Asia, y que había sido ascendido al rango de coronel en la Reserva de la Fuerza Aérea.
Al inicio del Gobierno de George W. Bush, Franklin pasó a la unidad de política del Pentágono dirigida por el subsecretario Douglas Feith, donde continuó su trabajo en asuntos iraníes, según el diario.
Feith es el número tres del Pentágono, un influyente asesor de Rumsfeld que trabaja en asuntos de gran importancia, como la política estadounidense hacia Irak e Irán.
El FBI investiga en sus dependencias desde hace más de un año si realmente el sospechoso ha podido pasar material secreto a Israel sobre la política estadounidense hacia Irán, uno de los países más sensibles para Washington, especialmente por su política nuclear.
Fuentes cercanas a la investigación aseguran que esta misma semana se producirá algún arresto o se presentarán cargos formales contra alguien.
Lo que no está claro todavía es el alcance final del escándalo, que podría confirmarse como un caso de espionaje pero también recibir una clasificación menos grave, como divulgación inapropiada de documentos o mala gestión de documentos confidenciales Independientemente de lo que sea, seguro que se inmiscuye en la campaña electoral, coincidiendo con el inicio hoy de la Convención Republicana en Nueva York, y seguro que afecta a las relaciones, hasta ahora especialmente sólidas, entre EEUU e Israel.
El Gobierno hebreo no ha dejado de desmentir cualquier intento de espionaje en territorio estadounidense, argumentando incluso que no necesita hacerlo porque EEUU es su mejor aliado, según un portavoz del propio primer ministro, Ariel Sharon.
No sería la primera vez que un asunto de estas características empaña su buena amistad, aunque hay que remontarse a casi 20 años atrás cuando, en 1985, el FBI detuvo al espía israelí Jonathan Pollard, quien dos años después fue condenado a cadena perpetua por entregar miles de páginas de material secreto de EEUU.