Por Julio Blanck jblanck.clarin.-
Es tan torpe la jauría kirchnerista, tan bastos sus modales, que esta semana casi logran el milagro de transformar al juez Alfredo Bisordi, presidente de la Cámara de Casación y objetado hace años por los organismos de derechos humanos, en un simulacro de mártir civil que terminó siendo defendido hasta por algunas empingorotadas figuras del establishment progresista, siempre listas a levantar su dedito admonitor ante cualquier cosa que les sirva para machacar al Gobierno. Es que los kirchneristas embarran hasta lo que hacen bien, por imperio de una naturaleza que los lleva a atropellar todo aquello que no les sea ciento por ciento sumiso o conveniente. El motivo, esta vez, fue la demora que sufren en la Cámara de Casación ciertas causas. Demora que llega a casi tres años según palabras del Señor Presidente, y que impide por ejemplo que el emblemático Alfredo Astiz sea juzgado por algunas de las múltiples salvajadas cometidas en tiempos del terrorismo de Estado. Convencidos de que esto sucede por premeditación y alevosía de Bisordi y otros tres camaristas, en la Casa Rosada abrieron la perrera y allá fueron las nobles bestias tras sus presas. La cuestión es que el juez Bisordi, con cuatro décadas en los tribunales y algunos mojones llamativos en su historial a los que enseguida haremos referencia, casi sin querer fue transformado –con cierto simplismo no siempre ingenuo– en algo así como un símbolo de la independencia del Poder Judicial que el kirchnerismo pretende arrasar. Quizás él mismo, disfrutando sus quince minutos de fama, se tentó a calzar ese traje: dijo que en su vida había visto intromisión semejante del poder político en la Justicia. Y con elegante verónica pretendió pasar al cajón de las cosas olvidadas cuestiones como su propia actuación en el escándalo que envolvió a comienzos de los 90 a la señora Amira Yoma, cuñada presidencial en tiempos de Menem. El doctor Bisordi, por entonces secretario de la Corte Suprema, se dedicó a monitorear tan sensible caso, que se tramitó en el juzgado de María Servini de Cubría, con resultado harto conveniente para el poder político de entonces. Poco después de aquellos hechos el doctor Bisordi, por encomienda del entonces presidente de la Corte Suprema, don Ricardo Levene, se ocupó de llevar adelante la causa por el atentado contra la Embajada de Israel. Llevar adelante es apenas una forma de decir. La causa no fue hacia adelante, sino hacia atrás y hacia abajo: terminó hundida en un mar de prejuicios, sin avances concretos y sin explorar pistas que quizás hubieran incomodado a las autoridades de la época. En reconocimiento a sus méritos indudables, el gobierno del doctor Menem, famoso por su respeto a la independencia de los jueces, nombró a Bisordi en la Cámara de Casación. Allí su trabajo, silencioso como el de casi todos los magistrados, apenas tuvo un par de relumbrones que pusieron su nombre en los medios. Uno fue una trifulca con los jueces federales, a quienes pretendió interrumpirles una ruidosa fiestita de fin de año que celebraban en los tribunales, en 1995. Los sancionó a todos, pero la Corte Suprema anuló después su decisión. El otro, la inquina que le profesan los organismos de derechos humanos y que ya se había hecho notar en una objeción de la Asociación de Abogados a su nombramiento en Casación, cuando lo acusó de haber «tomado posición pública a favor del terrorismo de Estado». Esa es la mecha que hizo explotar la sobreactuada furia kirchnerista. Las respuestas de la Corte Suprema y los presidentes de las Cámaras nacionales y federales ante la desaforada embestida oficial permitieron comprobar dos cosas. Una, que le reclamaron mesura y equilibrio a un Gobierno que no los tiene. Dos, que allá arriba en la Justicia nadie quiere quedar pegado con Bisordi: no hubo una palabra, una inflexión o una sutileza que pudieran ser considerados como un respaldo a Su Señoría. Al final, una alteración en la presión sanguínea mandó al doctor Bisordi a la banquina por 30 días. La jauría que corre por su cabeza lo vivió como un triunfo. Quieren más: ahora entraron a hurgar en los gastos de la Cámara de Casación. Y le prometen el fuego eterno en el Consejo de la Magistratura. Los tipos van por todo. Ese es el problema.
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