El monumento a las víctimas del Holocausto se inauguró, en pleno centro de Berlín, tras dos años de construcción y 17 de controversia en torno a la idea del arquitecto estadounidense Peter Eisenman, que distribuyó 2.711 bloques de hormigón en filas y columnas que recuerdan a un cementerio. Eisnman explica que su obra, es como un laberinto,desde el interior, y pretende reflejar y hacer sentir la misma angustia y desorientación que padecieron los prisioneros de los campos de concentración nazis.
Se trata de 2.711 bloques de hormigón de distintas alturas (desde el suelo hasta casi dos metros) situados en lo que hasta hace muy poco era un descampado de 19.073 metros cuadrados, entre la Puerta de Brandeburgo y la plaza Potsdamerplatz, muy cerca de donde estuvo la Cancillería del Tercer Reich y el búnker en el que Adolf Hitler se suicidó.
El lugar formó parte después de la frontera de la extinta República Democrática de Alemania (RDA) y de la «línea de la muerte» para quienes intentaban cruzarla de este a oeste.
Los visitantes podrán tocar los bloques, sentarse en ellos, comer … lo que quieran, pues Eisenman no quería construir algo que recordara a un cementerio -por eso no hay inscripción alguna – y lo único que no estará permitido es saltar de uno a otro, por motivos de seguridad.
El recinto alberga , en su subsuelo, bajo los bloques de hormigón, que pesan una media de ocho toneladas cada uno, un «centro de información» en el que se documenta la persecución de los judíos por el régimen nazi a través de destinos individuales de víctimas del Holocausto.
El monumento costó 27,6 millones de euros del presupuesto federal. Estará vigilado las 24 horas del día. Los bloques de hormigón están recubiertos de un producto protector para facilitar la labor de limpiar posibles pintadas.
Cidipal