Itongadol.- Este año en el curso de estudio de la Shoá abordamos como tema central el lugar de la mujer antes, durante y su lugar en la historia, al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
En ese marco nos ha visitado la sobreviviente de la Shoá, Sara Rus, que sentimos su presencia es un legado vivo imposible de olvidar.
Hubo momentos conmocionantes en el pausado y tranquilo relato: la llegada de los nazis, las restricciones a los judíos en su Lodz natal, la vida en el gueto, Birkenau, los talleres de trabajos forzados. También nos regaló chispas de humor, picardía y sueños adolescentes… El amor y una fecha anotada en una pequeña libreta que la acompañó en trenes, campos y marchas, el reencuentro y el inicio de una familia.
La guerra termina y al ansia por la vida se le suma el nuevo proyecto de vida: emigrar a Argentina, previa escala en Paraguay por las restricciones imperantes. El grupo de tres (Sara, su madre y su marido) atravesará la frontera fluvial como si fueran contrabandistas para recalar en la cárcel de Clorinda. Una carta a Eva Perón y el permiso de entrada. A partir de ahí, todo empieza a encaminarse: la actividad textil en Villa Lynch, el deseo de los hijos que llegan, la prosperidad.
Las reminiscencias fascistas también la persiguen en Argentina. Su hijo, físico nuclear de la Comisión de Energía Atómica, es uno de los desaparecidos por la dictadura militar. Con coraje de madre y su rebeldía juvenil, Sara toca puertas, escribe cartas, marcha con otras madres en Plaza de Mayo, escribe artículos y libros, da charlas como ésta.
También disfruta de sus nietos, se reúne con sus amigas de distintos círculos, baila rikudim, hace gimnasia.
Cada uno de sus actos transmite amor a la vida.
Escrito por: Cecilia Dadón