Ni el primer ministro israelí, Ariel Sharon, ni el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, podrán gozar este verano de vacaciones. Las sendas crisis que atraviesan en las últimas semanas han surgido en ambos casos en el seno mismo de los movimientos que presiden y que les han llevado al poder. Con una diferencia: los problemas de Sharon surgen por su voluntad de llevar adelante su plan de desconexión de los palestinos, mientras que en el caso de Arafat se suscitaron por su devastadora política de siéntate y no hagas nada, causa de muchos de los males que aquejan a su pueblo.
Los problemas de Arafat provienen principalmente de una cuasi rebelión iniciada en el seno del estamento dirigente de Al Fatah. Nadie le exige su alejamiento, sino el cumplimiento de su compromiso de reformas en la ANP y sus organismos de seguridad. Sus problemas podrían ser resueltos, por lo menos transitoriamente, si aceptara transferir los poderes a los que se aferra pese a las exigencias de EE.UU., la UE, la ONU, el Gobierno de Israel y los propios palestinos y ordena la necesaria reestructuración de los servicios de seguridad palestinos e introduce las reformas solicitadas. Pero si nos basamos en experiencias anteriores, esto no sucederá. Aunque haya declarado públicamente que transfiere poderes a su primer ministro Ahmed Qurei (por lo que éste anunció que retira su indeclinable renuncia a su cargo) y que se apresta a reorganizar los organismos de seguridad, en la práctica nada sucederá. Esto se explica por su única e incomparable posición como líder de la causa palestina, lo que explica que por el momento esté saliendo de la crisis actual con apenas ligeros rasguños. Como señala un destacado periodista, ello se expresa en el hecho de que Arafat es esencialmente el símbolo de la causa palestina y carece de vida privada. Arafat se ha colocado a sí mismo por encima de todo y ceder su autoridad sería no solamente transferir poderes políticos a otros, sino renunciar a su vida. Sin exagerar, escribe el periodista, puede decirse que Arafat preferirá la muerte física a la muerte política. Los escasos poderes a los que renunció últimamente le afectan poco o nada: sigue siendo quien firma los talones cuando se trata de gastos que no están sujetos a la supervisión de los países donantes y si en apariencia la conducción política está a cargo del primer ministro, en realidad Yasser Arafat controla por sí mismo no solamente los asuntos más importantes, sino los pequeños detalles. Arafat seguirá gobernando. Y los israelíes seguirán convencidos de que mientras esté en el poder no habrá solución al conflicto.
El primer ministro israelí, por su parte, se ha quedado sin mayoría en la Knesset, el Parlamento israelí, y corre el peligro de que su Gobierno caiga, aunque esto difícilmente suceda mientras el principal partido de la oposición, el laborista, que apoya el plan de desconexión como primer paso para una retirada israelí de los territorios palestinos, siga tendiendo la red de seguridad parlamentaria que le permita llevar adelante el plan. Esta red podría ser desmantelada en el caso de un fracaso de las intensivas negociaciones que se llevan a cabo para incorporar al laborismo a un gobierno de unidad nacional. El principal problema de Sharon está en las filas de su propio partido, el Likud, en el que abundan los disidentes: aproximadamente la mitad de su comité central, de sus diputados y ministros se oponen a una coalición con los laboristas, única posibilidad de implementar el plan de desconexión. Entre los más recalcitrantes opositores a su política se encuentran dos aspirantes a sucederle en la jefatura del gobierno, el ministro de Finanzas, Benjamin Netanyahu, y el ministro de Exteriores, Silvan Shalom. En la reunión del Gabinete israelí del domingo último, el jefe de los servicios de información del ejército recordó que Arafat espera que el presidente George W. Bush sea derrotado en las elecciones de noviembre y que Sharon no sobreviva a la crisis actual, a lo que éste respondió irónicamente: «¿Qué, también Arafat?; yo creía que sólo en Israel quieren mi alejamiento». Mientras se reunía el Gabinete, más de cien mil colonos y simpatizantes participaban en una cadena humana desde Gaza hasta Jerusalén en rechazo a su plan. Aquellos de su propio partido y de los sectores de la derecha ultranacionalista que buscan su sustitución están empeñados en una oposición cada vez más beligerante.
Tanto Sharon como Arafat están atravesando un más que cálido e incierto verano político y no podrán gozar de sus vacaciones. Pero ambos, recordemos, han demostrado una increíble capacidad de supervivencia y superado exitosamente situaciones límite y no debe extrañar que de una u otra manera puedan sobreponerse a sus problemas actuales. Mientras, habrá que esperar, por cuanto la implicación internacional que podría reencauzar el proceso de paz seguirá congelada hasta después de las elecciones de noviembre en EE.UU. Tampoco el presidente George W. Bush tiene previsto disfrutar de vacaciones, aunque por otras razones, y difícilmente pueda dedicar algo de su tiempo al proceso de paz palestino-israelí, que seguirá siendo rehén de las fuerzas radicales y terroristas que lo han descarrilado.
S. HADAS, primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede
Fte L.V.D