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Argentina ante la Primavera árabe

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En enero de 2011, en Oriente Medio, comenzaron levantamientos populares de distinto carácter contra sus respectivos gobiernos, a los que se les dieron diversos nombres, uno de ellos es la Primavera Árabe. En lo esencial, consisten en un cambio irreversible de la realidad de la región, que aún continúa y cuyo desenlace es incierto. Se debió a la inexistencia de democracia, situación consentida por Occidente por temor de que llegaran al poder partidos islamistas, mientras que muchos gobiernos árabes utilizaban una amalgama de coerción, intimidación y cooptación frente a una población joven, sin oportunidades de cambios, en medio de sociedades regidas por el temor.
En esta experiencia de democratización el pueblo demanda el reconocimiento de sus derechos, y ya ha logrado la caída de algunos de sus “hombres fuertes”, en Túnez, Egipto, Libia y Yemen, en procesos diversos que todavía no están totalmente definidos.
La Primavera Árabe es el hecho político más importante desde que estos países accedieron a la independencia y significa una nueva realidad porque ahora se acepta el ascenso al poder de fuerzas islamistas de un distinto carácter, pues buscan una sociedad más justa donde la religiosidad está condicionada por la necesidad de satisfacer las necesidades políticas y económicas de la población, pero van a ser distintas que las democracias liberales. De todas maneras, significan una derrota de la ideología de Al Qaeda, para la cual el cambio político debe establecer un régimen totalitario controlado por fundamentalistas religiosos.
Actualmente, Siria es el caso más dramático, porque su presidente, Bashar al Assad, se rehusó a dialogar y desató una feroz represión, que va en camino de una guerra civil sectaria. Ha sido objeto de rigurosas sanciones internacionales, pero Rusia y China vetaron un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad endosado por el resto de sus miembros, que condenaba la represión y apoyaba un plan de la Liga Árabe para permitir una salida democrática que supere la crisis de legitimidad, mientras que Moscú trata de mantener su alianza con el régimen.
El principal apoyo de Damasco en la región es Irán, preocupada por sus proyectos geopolíticos conjuntos, que incluyen una colaboración permanente con Hezbollah. Además, Teherán ha fracasado en su intento de presentarse como el gestor de la Primavera Árabe, después de utilizar una violencia ilimitada contra las manifestaciones públicas consecuencia de las elecciones fraudulentas del año 2009.
A esta situación se agrega la alarma por su proyecto nuclear, cuyos sospechados fines militares son preocupantes. Frente a las sanciones internacionales, Irán respondió con una retórica belicosa y con la amenaza de cerrar el Estrecho de Ormuz, vital para el transporte del petróleo y gas del Golfo Pérsico, lo cual significaría una grave escalada en la confrontación.
Además, la posibilidad de una acción militar sorpresiva de Israel es una alternativa tangible, debido a que considera a un Irán con armas nucleares como un desafío existencial.
Ante estos acontecimientos, ha faltado una adecuada reacción argentina a la Primavera Árabe, con excepción del reconocimiento del Estado Palestino que sólo tiene una relación circunstancial con el mismo.
A pesar de múltiples contactos históricos con la región que nos permitirían jugar un papel constructivo y al hecho de que las comunidades judías y árabes forman parte de nuestra Nación, no se ha valorado la trascendencia de estos desarrollos. Por el contrario, no se ha tratado de desandar un camino que incluyó visitas del más alto nivel en noviembre de 2008 a varios de los países mencionados y, en julio de 2010, una recepción en Argentina del presidente de Siria.
Además, en septiembre de 2011 se propició un diálogo con Irán cuando gran parte de la comunidad internacional está tratando de limitar sus contactos con este país, y es evidente que está buscando condicionarlo junto a Hezbollah, desde donde surgieron los ataques terroristas a la Embajada israelí y a la AMIA.
Con ello se deja de lado uno de los principios centrales de la ideología de la presidenta Cristina Kirchner, representada por la defensa irrestricta de los derechos humanos, que están siendo violados en la región. Es posible que se haya otorgado prioridad a otras cuestiones, o tenido en cuenta la opinión de países latinoamericanos que tienen otros intereses. Sin embargo, ante un escenario tan grave y cambiante, la conducción de la Cancillería debe hoy más que nunca esforzarse en suministrarle el asesoramiento adecuado que merece su investidura y su firme objetivo de contribuir a vivir en un mundo no solamente más seguro, sino también más justo.

* Ex embajador argentino en Turquía e Israel.

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