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De la AMIA a Atocha

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La comparación vale no sólo, ni tanto, por las técnicas empleadas -los coches bomba, los ataques suicidas, los explosivos activados por relojería-, sino también por el sentido, el origen y la finalidad de los atentados. Mucho antes de conocerse la existencia de la red AlQaeda, la Argentina fue agredida por eso que, genéricamente, puede denominarse el terrorismo o el fundamentalismo islámico. Aunque no es una hipótesis comprobada, es la única aceptable, la que más encaja en una explicación racional de los hechos.

Podría argumentarse que los actos irracionales no pueden explicarse a través de la razón, pero sucede que son actos perfectamente racionales, pensados, diseñados y ejecutados conforme a razón, aunque estén inspirados en una controvertida concepción religiosa de la vida, en la que la propia vida no tiene valor alguno o, en todo caso, tiene otro valor, un valor que acepta o impone el autosacrificio como lo demuestra la figura del atacante suicida.

Pero, volviendo a los atentados de 1992 y 1994 en Buenos Aires, lo cierto es que nuestro país fue elegido como un campo de pruebas del nuevo terrorismo internacional. Y la gran pregunta que ha quedado pendiente es por qué. En el caso del atentado de Atocha -en el que murió casi el doble de personas que en los de la embajada de Israel y la AMIA-, la respuesta es más clara, ya que España participaba en la coalición encabezada por los Estados Unidos y había enviado tropas a Irak.

En el caso argentino, en cambio, no hay causas tan visibles. En su momento, se dijo que la política de alineamiento incondicional con Estados Unidos del gobierno de Carlos Menem puede haber estado en la raíz de los atentados de 1992 y 1994. También se dijo que, dados la importancia y el volumen de la comunidad judía en la Argentina, podría tratarse de una extensión del conflicto del Medio Oriente, de un episodio a distancia de la jihad, o guerra santa islámica.

Pero, en cualquier caso, no bubo pruebas fehacientes. Nadie se atribuyó la autoría de los hechos, no hubo mensajes escritos ni llamados telefónicos, y si los hubo contribuyeron más a la desorientación que al esclarecimiento de aquellos crímenes colectivos. Después de un largo, penoso y cuestionado proceso judicial, hay pocos culpables y pocas pruebas sobre las manos ocultas que se movieron en ambas ocasiones. Tampoco las hay sobre la conexión local, sin cuyo concurso hubiera sido imposible la acción de redes terroristas internacionales.

Lo que sí ha quedado en claro es que hay un hilo conductor entre los grandes atentados de los últimos tiempos, y que la Argentina tuvo el infortunio de ser una de las primeras víctimas. La Nación

Fte La Nacion

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