Inicio NOTICIAS Destacan la actuación de Max Berliner en Mateo de Armando Discépolo en el Teatro Nacional Cervantes

Destacan la actuación de Max Berliner en Mateo de Armando Discépolo en el Teatro Nacional Cervantes

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 Dirección : Guillermo Cacace. Elenco : Paloma Contreras, Rita Cortese, David Masajnik, Agustín Rittano, Roberto Carnaghi, Mario Alarcon, Horacio Acosta e Ivan Moschner. Autor : Armando Discepolo. Músicos : Damián Luaces, Eliana Liuni, Juan Pablo Casares, Francisco Casares, Patricia Casares. Música original y dirección musical : Patricia Casares. Ilumincación : David Seldes . Vestuario : Magda Banach. Escenografía : Felix Padron. Sala : Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Duración : 60 minutos

Cierto prejuicio ideológico ha impuesto una óptica que pretende ver en los grotescos de Armando Discépolo y las narraciones de Roberto Arlt la única imagen de la sociedad argentina entre los años veinte y treinta del siglo pasado. La calidad de ambos autores está muy por encima de esa pretensión: ambos miraron al sector más desprotegido, cuando -en efecto- terminaba el Sueño Argentino (que lo hubo, similar al American Dream norteamericano) y empezaban a saldarse cuentas con la realidad. La crisis mundial de 1929 culminaría ese proceso, pero mientras tanto, gracias sobre todo a nuestra ley 1420, de educación común, la movilidad social prosperaba en la Argentina, generando la formidable clase media que sería columna vertebral del país durante tanto tiempo.

Estrenada el 14 de mayo de 1923 en El Nacional, de Pascual Carcavallo, con Gregorio Ciccarelli como protagonista, Mateo es el primer "grotesco" de Armando Discépolo, ese derivado del sainete, con sus tipos pintorescos, más una dosis amarga de tragicomedia. Le da título el nombre del caballo -viejo jamelgo desportillado y casi agonizante- que arrastra el coche de punto, o "victoria", en cuyo pescante se sienta don Michele, un inmigrante italiano que vino a la Argentina en busca de la prosperidad, con su mujer, la sufrida doña Carmen. Tienen tres hijos: Lucía, una preciosa muchacha que intentará huir de la opresión familiar; Chichilo, medio disminuido, que sueña en vano con triunfar en el boxeo, y Carlos, el único anclado en la realidad, pero desdeñoso de su entorno y enfrentado, sobre todo, con su padre. El pretexto del enfrentamiento es el progresivo auge del automóvil en las calles porteñas, y el ocaso del que en España se llamaba "coche de punto" -el equivalente, con tracción a sangre, del actual taxímetro- y que en Buenos Aires terminaría por ser un "mateo", hasta tal punto entusiasmó al público y fue popular esta obra de Discépolo.

Destaquemos, ante todo, lo mejor de la puesta de Guillermo Cacace: la aparición fantasmal de Mateo, encarnado por el veterano Max Berliner, a quien le bastan pocos movimientos de cabeza y algunas miradas para transmitir la simbiosis que existe entre el cochero y su caballo, único confidente de sus pesares y más afín a su ternura que sus propios hijos. Es un momento espléndidamente teatral, que resume esa curiosa relación de una manera imponente, casi sobrenatural. Lástima que lo demás no esté a la misma altura y desvirtúe la esencia de la pieza y del género. Empecemos por la escenografía monumental, excesiva, que hace perder la intimidad de los personajes, esa convivencia de pequeñas bestias perseguidas y acorraladas en un hueco, en una cueva de ratas: el ámbito desmesurado impide esa concentración primordial. Luego, la estilización de algunos personajes -Severino, por ejemplo, el cínico funebrero, que más parece salido de Dickens que del suburbio porteño, y sus secuaces, en la noche fatídica-, que los aparta de nuestra experiencia, los torna irreales. Y, en fin, ese obstáculo al parecer ya para siempre insalvable: el idioma, el "cocoliche", esa mezcla disparatada del español argentino con el bajo italiano, que tan eficaz sonaba en boca de aquellos actores de entonces y cuando los modelos estaban a mano, en la calle, en la feria, en el puerto: los Simari, los Ratti, Ciccarelli. En este Mateo, ni siquiera grandes intérpretes, como Carnaghi o Cortese, aciertan con la entonación adecuada, pese a tener, según el programa, una entrenadora especial..

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