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La psicología de Oriente Medio.Por Henry Kissinger

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El conflicto árabe-israelí es, ante todo, un enfrentamiento de percepciones.

El partido gobernante en Israel históricamente ve a su país como la realización de un designio bíblico, que quedaría negado por cualquier línea divisoria en suelo palestino. Para los palestinos, la expulsión de un territorio considerado árabe durante siglos es una herida abierta; aceptar la intrusión israelí hasta ahora supera la capacidad emocional y psicológica de los palestinos. Sólo una minúscula minoría considera que la convivencia es deseable de por sí.

La iniciativa diplomática más activa proviene del así llamado cuarteto compuesto por Rusia, Europa, Naciones Unidas y Estados Unidos. Ellos han presentado una «hoja de ruta», una serie de propuestas para llegar a un acuerdo definitivo en 2005.

Comparten esta perspectiva esperanzada porque todos los miembros, menos los Estados Unidos, parecen creer que los instrumentos más importantes para forjar un acuerdo de paz son un lápiz afilado y un mapa, mientras que el resultado deberá ser impuesto por los Estados Unidos.

Este país insiste en que debe verificarse el fin del terrorismo y desmantelarse el aparato terrorista con base en suelo palestino como prerrequisito para negociar puntos específicos. Irónicamente, el estancamiento formal quizá esté opacando la posibilidad de que, casi imperceptiblemente, esté surgiendo un marco psicológico propicio a un acuerdo.

El cambio de actitud de Israel implica que está dispuesto a renunciar a gran parte de lo que ganó en la guerra de 1967 a cambio de que los palestinos acepten la derrota de 1948 y la división del territorio de Palestina.

Si la opinión pública israelí llega a aceptar que el único medio de impedir un desastre demográfico es un Estado palestino, se habrá alcanzado la base psicológica para un avance decisivo.

Al mismo tiempo, los palestinos quizá estén en proceso de comprender que no tienen opción militar y que, al menos por razones tácticas, la coexistencia con Israel es inevitable —visión que aparentemente comparte un número creciente de Estados árabes—.

Esta tendencia estaría reflejada en la reciente entrevista del presidente sirio, Bashar Assad, con The New York Times, en donde sugiere que el acuerdo entre Siria e Israel estaría completo en un 75% y que Estados Unidos colaboraría en concluir las negociaciones. Este comentario no ha recibido la atención que merece.

¿Podría ser entonces que el escollo psicológico más grave para lograr el acuerdo venga del lado palestino? ¿Y que otro obstáculo sea la ideología anquilosada del marco negociador predominante?

En este contexto, el concepto del cerco de seguridad construido por Israel (si no su ubicación actual) podría presentarse como una solución en lugar de un obstáculo.

En medio siglo de existencia de Israel, los palestinos han sido el elemento central en la negativa de la región a aceptar a Israel. Ningún líder palestino ha reconocido plenamente a Israel ni renunciado al derecho de los refugiados de regresar allí. Los ataques públicos al concepto mismo de un Estado judío son incesantes.

Ni siquiera los signatarios palestinos del tan promocionado Acuerdo de Ginebra fueron más allá de relacionar el regreso de los refugiados con un porcentaje aceptado por terceros países y dejaron librado a la discreción de Israel determinar la cantidad definitiva. La «concesión» carece de contenido; vincular cualquier tipo de derecho a regresar con el buen juicio de Israel expondría a este país a presiones internacionales para ajustar ese porcentaje de acuerdo con la estabilidad regional.

El avance importante en las negociaciones egipcio-israelíes se produjo en 1977, cuando el presidente Anwar Sadat realizó su histórico viaje a Jerusalén y, entre otros gestos, colocó una corona de flores en la Tumba del Soldado Desconocido. Nunca ha habido un acto de buena voluntad similar de parte de los líderes palestinos.

Estos deben hallar la forma de transmitir que han aceptado la existencia de Israel. Desmantelar el aparato terrorista puede ser difícil de lograr con rapidez, pero terminar con el rechazo sistemático a la legitimidad de Israel y la incitación al terrorismo en los medios de prensa está dentro de los alcances de una decisión palestina inmediata.

Concesiones mutuas

Todos los involucrados en el proceso de paz deberían volver a analizar si lo que se ha convertido en pensamiento establecido no es en sí mismo un obstáculo para avanzar: el retorno de Israel a las fronteras de 1967, el abandono de la gran mayoría de las colonias israelíes y la división de Jerusalén a cambio de algún tipo de garantía internacional y la aceptación de Israel por los palestinos. La idea de una fuerza internacional con este fin está ganando creciente aceptación.

¿Pero qué significa exactamente una garantía internacional? ¿Contra qué peligros protege y por qué medios? La historia de las garantías multilaterales es desalentadora, especialmente en Oriente Medio.

El verdadero desafío es el terrorismo, contra el cual las garantías internacionales suelen resultar ociosas. Si las fuerzas armadas de Israel no pudieron impedir las infiltraciones, ¿cómo lo va a lograr una fuerza internacional o incluso estadounidense?

Es mucho más probable que resulte una barrera contra la represalia israelí que contra el terrorismo palestino. El resultado probable es que la fuerza internacional termine siendo un rehén que tendrá que comprar su seguridad dándoles la espalda a las violaciones o arriesgar su vida en enormes esfuerzos, punto en el cual los gobiernos que suministraron efectivos se verán presionados a retirarlos.

La seguridad debe buscarse a través de otras estrategias que tengan en cuenta las especiales características del conflicto palestino-israelí:

La línea de demarcación entre las dos sociedades no es una frontera internacional sino una línea de cese de fuego que puso fin al primer conflicto palestino-israelí de 1948. No fue aceptada por los palestinos sino hasta casi medio siglo después y, aun entonces, no como la frontera de un legítimo Estado israelí.

Ambas sociedades viven en la mayor proximidad; en verdad, el desafío fundamental es cómo lograr la coexistencia cuando la distancia entre el río Jordán y el mar es de aproximadamente 80 kilómetros. No hay un espacio estratégico amortiguador como ocurre entre Egipto e Israel.

En estas circunstancias, la seguridad no puede basarse en líneas de batalla de una guerra que terminó hace más de medio siglo y, en cambio, debe adaptarse a la experiencia de las amenazas reales a la seguridad.

Una barrera física difícil de penetrar facilitaría la retirada israelí de las ciudades palestinas y el abandono de los puestos de control que le restan dignidad a la vida palestina. Constituye una línea tras la cual las colonias deben vivir bajo gobierno palestino o ser abandonadas.

Algunos rechazan el cerco de seguridad alegando que recuerda los muros levantados por el comunismo, especialmente en Berlín y a lo largo de las fronteras este-oeste de Alemania. Pero los muros comunistas tenían por objeto mantener dentro a sus pueblos; el propósito del cerco de seguridad construido por Israel es mantener afuera a los terroristas.

Una crítica más significativa es que el cerco de seguridad será un obstáculo para la reconciliación final de dos pueblos que deben aprender a vivir juntos. Es cierto que cualquier acuerdo duradero implica una reconciliación definitiva, y debería emprenderse un gran esfuerzo internacional para ayudar a restaurar la vida cívica en el Estado palestino. Una vez que se recupere la confianza y evolucione la verdadera coexistencia, el incentivo para mantener el cerco de seguridad bien podría desaparecer.

Tal enfoque exige desembarazar la política diplomática hacia Oriente Medio de algunos de sus impedimentos formalistas. Es necesario que nuestros socios en el cuarteto vean a la paz en Oriente Medio como algo más complejo que un recurso para utilizar a los Estados Unidos para obtener concesiones de Israel por no mucho más que la palabra «paz».

Los palestinos deben optar entre las exigencias de una auténtica aceptación del Estado judío y una solución transitoria que crea un Estado palestino de inmediato y representa un gran paso hacia una conciliación, aun cuando no satisfaga la gama completa de sus aspiraciones. Israel debe abandonar una postura diplomática orientada a agotar a la otra parte y concentrarse, en estrecha coordinación con los Estados Unidos, en lo esencial de sus exigencias.

Finalmente, el papel de Estados Unidos es fundamental: debe analizar si existe una opción de negociación siria, abandonar la ilusión de que EE.UU. puede imponer un plan en el papel y, al mismo tiempo, impulsar con decisión a las partes hacia una meta que, por fin, parece estar conceptualmente al alcance de la mano.

Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2004. Traducción de Elisa Carnelli.

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