MADRID.- En pocos países se palpa tan a flor de piel el rechazo a Washington como en Siria, la tierra donde el secretario de Estado Colin Powell inicia hoy una difícil gestión diplomática.
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Por más que trate, no encontrará allí sus cadenas de hamburguesas, ni la más taquillera de sus marcas de tabaco y, si extraña sus gaseosas, tendrá que conformarse con la vernácula Mandarín Cola, que ocupa el lugar de su popular bebida.
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Nada que pueda representar el modo y la política de expansión de los Estados Unidos se aprecia en el país del que Washington tanto sospecha y a cuyo joven presidente, Bashar al-Assad, hoy le pedirá nada menos que un cambio radical en su política para el conflictivo Medio Oriente. O que se atenga a las consecuencias.
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En su escala madrileña antes de llegar ayer a Damasco, el propio Powell lo explicó con estas palabras: «La caída de Saddam Hussein ha creado una nueva dinámica en la región. Exhortaré al presidente sirio a que revise sus políticas y vea si siguen siendo relevantes a la luz de esos cambios».
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Cuando se le preguntó a Powell qué sucedería si Damasco no responde al exhorto de Washington, el secretario de Estado respondió: «Eso será tomado en cuenta cuando decidamos nuestra próxima estrategia».
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Siria es el Estado árabe que con más fuerza fustigó la invasión a Irak y el que más rechaza las apetencias de Israel, a la sazón, el principal aliado de Estados Unidos en la región.
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Hace dos semanas, funcionarios del presidente Bush le enviaron serias amenazas de ataque si no cambiaba su línea.
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Para empezar, entonces, Washington le pedirá que deje de acoger a grupos guerrilleros palestinos y libaneses que actúan en Israel -entre ellos, Hamas y Hezbollah- y que aclare la sospecha de que fabrica armas químicas. Fte Por Silvia Pisani