Se dice que el rey Herodes solía bañarse en sus aguas para relajarse y descontracturarse; también, que Cleopatra, la cautivante y enigmática reina de Egipto, se hacía llevar cientos de kilos de lodo hasta su palacio real en Alejandría para cubrirse con ellos y mantener un cutis perfecto. Más allá de historias y anécdotas, lo cierto es que desde tiempos inmemoriales las tan especiales propiedades de las aguas y tierras del Mar Muerto trascienden las fronteras y sirven de imán para miles de turistas que año tras año llegan aquí en busca de curas patológicas cutáneas, artrósicas y respiratorias, mejorar la calidad de vida o, simplemente, verse mejor.
Considerado como el punto más bajo de la superficie terrestre, a 416,5 metros por debajo del nivel del mar, la fama del Yam Hamelach (mar de la sal, en hebreo) no se basa en conjeturas o supersticiones, sino en principios científicos comprobados. Porque este mar que no es mar (en realidad, es un lago natural formado por el cause del río Jordán y otros arroyos y manantiales) de 56 kilómetros de largo, casi 18 de ancho y una profundidad que llega a los 400 metros contiene más minerales (algunos que sólo se encuentran en esta parte del mundo) y es mucho más salado que ningún otro espejo de agua del planeta, con una concentración que es 10 veces superior a la de cualquier océano. Además, posee enormes cantidades de cloruro de magnesio, sodio, calcio, bromo, potasio, yeso y demás minerales. Eso le da un peso específico que es superior al del cuerpo humano y es lo que provoca que todo el mundo flote sin ningún esfuerzo.
Pero no sólo sus aguas tienen propiedades únicas, sino que todo el ambiente que lo rodea es igualmente beneficioso. Al no tener desembocaduras, la evaporación del líquido producida por el intenso calor de la zona deja flotando en el aire grandes cantidades de minerales esenciales que son excelentes para calmar afecciones respiratorias. A eso hay que sumarle que la tierra que lo rodea está saturada de elementos -en especial, de sulfuros- producidos por la sedimentación, y que la atmósfera tiene una presión siempre alta (por estar en una depresión).
Por si faltara algo como para convertir la zona en un verdadero paraíso vacacional, aquí el sol brilla 330 días al año y la radiación solar se ve atenuada por encontrarse debajo de la superficie terrestre…
La Riviera del desierto
Casi en el extremo meridional del Mar Muerto, y a poco más de una hora en auto al sudeste de Jerusalén se encuentra la pequeña ciudad de Ein Bokek. Enclavada en una zona que durante siglos fue usada como lugar de descanso por las tribus beduinas, Ein Bokek comenzó a desarrollarse tímidamente hace décadas con unas pocas casas para huéspedes destinadas a los viajeros que llegaban aquí en busca de una cura para sus afecciones de piel o de una atmósfera limpia para mejorar los problemas respiratorios.
Posteriormente, el lugar fue creciendo hasta convertirse en una especie de Riviera Francesa en miniatura (como gustan llamarla los lugareños), y hoy es el lugar por excelencia para quienes llegan a Israel para incursionar en el turismo-salud.
Por eso, no es de extrañar que en los casi dos kilómetros de esta miniciudad se distribuyan una docena de hoteles de categoría, clínicas dermatológicas, varios spa, un par de pequeños centros comerciales y un puñado de restaurantes y bares, además de un centro de aguas termales y algunos salones de belleza. Pero la oferta crece día a día y suma opciones de todo tipo a medida que aumenta la demanda de un público cada vez mayor y más exigente. Prueba de esto son las numerosas construcciones que se aprecian cuando se transita la avenida principal que cruza el lugar de Norte a Sur.
Por eso, en Ein Bokek es habitual ver aquí y allá a decenas de personas ataviadas con ropa deportiva corriendo por la arena o caminando sobre las capas de sal de la playa, o andando en bicicleta por la ruta, o a pequeños grupos realizando sesiones de ejercicios o de elongación a la sombra de las numerosas palmeras reales que abundan en esta especie de oasis del tercer milenio. Aquí la premisa de los visitantes es clara: disfrutar de la vida sana en un entorno de confort y relax.
Donde mejor se puede ver y palpitar esta tendencia es, sin duda, en las playas privadas que se suceden a lo largo de la costa. Ahí abundan los grupos de turistas de las más variadas procedencias y edades -aunque predominan los visitantes mayores de 50 años-, coordinados por profesionales de la salud haciendo lentos movimientos terapéuticos mientras van sumergiendo diferentes partes del cuerpo en las viscosas y cálidas aguas, cuya temperatura promedio es de 25°C.
Aquí, cada uno de los complejos hoteleros tiene para ofrecer variados servicios y tratamientos para el bienestar personal. Por ejemplo, poseen piscinas internas y externas con diferentes tipos de agua (caliente o fría, de mar o termales), además de brindar tratamientos y terapias que se realizan en sus instalaciones y que van desde los famosísimos baños en barros minerales hasta masajes a cuatro manos, pasando por tratamientos con piedras calientes y terapias de rejuvenecimiento, con precios que arrancan en los 40 dólares por sesión.
Y también los comercios se hacen eco de la esta onda saludable con una industria del shopping destinada a la salud, con negocios que ofrecen barro, agua y sales envasados, además de gran cantidad de productos desarrollados a partir de éstos, como jabones, cremas, champús, geles y etcétera. Como para que nada desentone de esta tendencia saludable y natural.
Cómo llegar.
Desde Tel Aviv y Jerusalén hay numerosos ómnibus que llegan a zonas del Mar Muerto y en especial, a Ein Bokek.
En automóvil se encuentra a una hora de Jerusalén y a dos de Tel Aviv.
Dónde dormir.
El hotel Crowne Plaza ofrece habitaciones dobles desde 140 dólares la noche.
La Nacion