E l doctor Elliot Dorff, quien ocupa la Cátedra de Bioética de la University of Judaism de Los Angeles, California, fijó en un artículo las pautas que hacen a los principios fundamentales, en donde se cruzan salud y ética, tópicos en el que muchas tradiciones religiosas ofrecen una rica gama de variedades para encontrar instrucciones específicas ante implicancias y decisiones de índole moral. En este sentido, la tradición judía brinda pautas en el trato con el admirable y complicado mundo de la medicina contemporánea.
El prestigioso académico diseña una trilogía general de la bioética judía:
1) El cuerpo pertenece a Dios. Lo que significa que ni hombres ni mujeres tienen el derecho de gobernar sus c uerpos como quieran. Esto no sólo ocasiona prohibiciones sino también obligaciones. Primero, el hecho de cuidar nuestra salud, lo que implica reglas de higiene, sueño, ejercicio y dieta. Del mismo modo, evitar peligros y lesiones. La ley judía considera que poner en peligro la salud es peor que la violación de una prohibición ritual.
2) El cuerpo es bueno. Para el judaísmo, el cuerpo es una creación como lo es la mente, la voluntad y las emociones. Su energía es moralmente neutra pero puede y debe usarse para propósitos divinos. Su placer es otorgado por Dios, el cual no debe rehuirse. El cuerpo es fuente de santidad.
3) El permiso y la obligación de curar. Desde que Dios se anuncia a Sí mismo como el que cura, la medicina es una intervención humana que Él mismo crea en sociedad con el hombre para continuar su obra.
Dios nos exige curar. Tras estas pautas generales, dos temas comprometidos. Inseminación artificial. No existe objeción para que el semen del hombre se una artificialmente al óvulo de su mujer. La complicación se presenta cuando el donante no es el marido o la mujer no es la esposa. Algunos rabinos objetan el procedimiento en base al adulterio. Pero para otros no existe adulterio porque no ha habido relación sexual. Si el o la donante son anónimos, algunos rabinos plantearon la posibilidad de existencia de incesto involuntario en la generación siguiente, es decir que el producto de la inseminación artificial puede llegar a casarse con el medio hermano o hermana natural. Este problema se disipa si el o la donante son conocidos. Ingeniería genética. Una de las maravillas modernas de la medicina -sostiene Dorff- es la capacidad de alterar el material genético en virtud de poder curar enfermedades, por ejemplo la hidrocefalia en el feto dentro del útero materno. Siendo que solo algunos pocos rabinos se han manifestado en relación al tema, hay un acuerdo general en que la legitimidad de la intervención humana para efectuar curas, se extiende también a procedimientos dentro de la matriz. Es una verdadera bendición cuando la ingeniería genética usa tal forma terapéutica, siendo enormes sus beneficios potenciales. Sin embargo hay que tener cuidado en cómo usarlos. El problema -concluye Dorff- no es médico, sino moral.