Peregrinos de todas las iglesias cristianas se congregaron en el camino del Calvario para realizar, cada grupo con sus ritos particulares, el Vía Crucis y la oración del Viernes Santo.
Debido a la situación de tranquilidad que se vive actualmente en Jerusalén, y a que este año coinciden la Pascua católica y ortodoxa (amén de la judía), es muy grande la afluencia de visitantes y la policía desplegó centenares de agentes dentro y alrededor de la ciudad vieja par garantizar la seguridad. La ciudad amurallada fue el viernes un hervidero de personas y una muestra de la diversidad de la comunidad cristiana.
Por la Vía Dolorosa, las procesiones de franciscanos se cruzaron con los grupos de popes seguidos por mujeres con pañuelo de campesina rusa y con etíopes envueltos en lino blanco. «Yo con ver a alguien puedo decir si es sirio, copto o católico romano», comentaba Iad, dueño palestino musulmán de una de las tiendas de souvenirs que proliferan en la Vía Dolorosa. Los ortodoxos recorren la vía dolorosa tocando las paredes con las manos, colocando brevemente una pequeña cruz sobre aquellos lugares donde, según la tradición, Cristo se apoyó o cayó. Los católicos suelen hacer el Vía Crucis por grupos parándose ante cada estación para rezar a coro, o solos para orar en silencio en las capillas.
El patio del Monasterio etíope se llenó de peregrinos de blanco que rezaban doblándose casi tanto como los musulmanes para erguirse después. En el Santo Sepulcro, donde ortodoxos griegos, católicos, apostólicos armenios, coptos y ortodoxos etíopes tienen cada uno su espacio, coincidieron las oraciones del Viernes Santo de los distintos grupos en torno a la hora de la muerte de Cristo. Desde la capilla de los franciscanos se oía, a la par que los cantos latinos, las letanías que se cantaban en la capilla griega ortodoxa o los rezos de los coptos, y viceversa.
Entre una capilla y otra deambulaban peregrinos y turistas mientras policías israelíes en uniforme caqui que habían dejado la metralleta a la entrada patrullaban por los pasillos. Muchos visitantes se inclinaban sobre la Piedra de la Unción para recoger con pañuelos, trapos y hasta con bolsas de plástico, el aceite que cae desde unas jarras colgadas y que deja en toda la iglesia un perfume a ungüento.
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