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Radiografía de la desinformación

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Esta no es una noticia. Es más bien una fábula con moraleja. Sus protagonistas son personajes menores que merecen amparo. Apelo, por lo tanto, a seudónimos. El principal involucrado fue mi amigo Andrés Carvajal, quien fuera invitado a disertar sobre Israel en una provincia argentina.

Según su discutible diagnóstico, si Irán adquiere la bomba atómica el Estado judío estará perdido. En el largo plazo, Occidente también. A la vez, mi amigo cree que es imposible impedir que los iraníes desarrollen su bomba a no ser que se lance un ataque nuclear preventivo. Esta sería la única manera de salvar a Occidente de las intimidaciones crecientes del fundamentalismo islámico, que «terminará aboliendo nuestras libertades». No obstante, Carvajal no está dispuesto a abogar por ese curso de destrucción. Fiel a sus sinceras trepidaciones, aclaró en su charla: «Por lo que se vislumbra, el curso adoptado por la humanidad occidental es la abdicación. Quizá sea lo mejor.»

Al día siguiente, el diario local reprodujo sus dudas con precisión. Pero al subsiguiente se publicó la carta de un conocido polemista de la provincia, adalid de la causa árabe y detractor sistemático de Israel, que lanzó una ofensiva de desinformación e intimidación: «En su conferencia del lunes pasado, Carvajal abogó por la «guerra atómica preventiva». Sus dichos configuran un alzamiento contra las normas de nuestra Constitución y el Pacto de San José de Costa Rica, que expresa: «Estará prohibida por ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia».»

El autor de esa misiva (en adelante, el «desinformador») había estado presente en la conferencia. A su término, saludó al disertante con una amplia sonrisa. Luego, con su carta desencadenó una bola de nieve de misivas, provenientes no tanto de asistentes al acto sino de lectores que daban por buena la versión tergiversada, clamando contra las iniquidades de mi amigo.

Una carta lo comparaba con Luis D’Elía y exhortaba a los dueños del auditorio a imponer un régimen de censura previa antes de permitir el uso de sus instalaciones. Otra se indignaba: «Resulta lamentable que la DAIA provincial propicie conferencias con expositores de este calibre, reflejen o no el pensamiento de la entidad. El Dios de Aarón, de Isaac y de Jacob, en definitiva de judíos y cristianos, no puede consentir una aberración semejante. El mundo entero debe aborrecer los hechos de esa naturaleza y a los predicadores de la aniquilación como Carvajal». Y aún otra admonizaba que el conferencista podía ser penado por la ley.

Durante tres largos días se publicaron estas cartas. Finalmente, el sábado salió la respuesta de Carvajal, que desenmascaraba la mentira y aclaraba su postura citando párrafos textuales de su charla. Junto con la suya se publicaron más cartas detractoras. Una de ellas declamaba: «Dicen: «Por los zapatos que luce, conocerás a quien los calza». Digo: «Se atisba tu alma, por el aspecto que ofreces». Por ello, Carvajal no me agrada; tampoco sus zapatos».

Con la carta del disertante y las que la acompañaron, se cerró el tema en el diario. Pero mi amigo no podrá volver a disertar en la provincia. Muchos de los que leyeron algunas de las cartas publicadas entre el miércoles y el viernes, no leyeron su desmentida del sábado. Si intentara disertar, probablemente debería enfrentarse a un piquete. Pero eso no ocurrirá porque quienes lo invitaron no reincidirán en el «error».

Carvajal recibió mensajes privados solidarios y las entidades que lo patrocinaron distribuyeron la ponencia entre amigos. Así, su público no creerá que invitaron a un irresponsable. Pero no enviaron cartas al diario para enfrentar al desinformador. No dieron la cara.

Y ese es el secreto del éxito del desinformador, en una campaña de guerra psicológica que una vez más fue perdida por los defensores de Occidente. Cual cruzados, el desinformador y los suyos tuvieron el coraje moral de mentir en aras de una causa que consideran superior. En cambio, quienes auspiciaron el acto no enfrentaron a los mentirosos con la verdad. Es comprensible. No son cruzados sino empresarios y dirigentes políticos.

Pero así, estamos perdidos. A partir de esta instancia, en esa provincia los márgenes de libertad se han reducido. Ya nadie podrá pensar en voz alta sobre estos temas. Ganaron la desinformación, la extorsión y el temor.

Acierta Abel Posse en su último libro cuando dice: «Esa fuerza de ir siempre p’alante es el secreto de los imperios. La duda no es solamente signo de decadencia, es directamente el fin». Nuestra civilización es imperial. Llegamos hasta donde llegamos porque desde Cortés hasta Hiroshima, jamás dudamos. Pero hoy estamos carcomidos por las dudas, mientras son nuestros enemigos de afuera y de adentro quienes no trepidan. Es el fin. Habrá que darle la bienvenida a una nueva era mundial, más jerárquica y mucho menos libre.

El autor es director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad del CEMA e investigador principal del Conicet.

El autor es director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad del CEMA e investigador principal del Conicet.

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