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AJC. ¿A quién le duele la AMIA? – Por Patricio Abramzon

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Itongadol.- El 18 de julio de 1994, quienes estábamos cerca de la calle Pasteur entre Viamonte y Tucumán al momento del atentado nos sumamos para ayudar en lo que pudimos. Había una multitud de voluntarios asistiendo a heridos, removiendo escombros, trayendo insumos médicos, agua y hasta sillas para los que colapsaban frente a tanto horror. Las ambulancias y los bomberos llegaban de todas partes. La situación era caótica: tal vez un preludio al recorrido que siguió más tarde la investigación.

La policía había dispuesto un vallado que ni los mismos agentes hacían respetar. La gente iba y venía en llantos desesperados, tratando de encontrar a sus amigos, colegas y seres queridos. Nadie parecía estar a cargo de la situación. Pasó un buen rato hasta que un voluntario tuvo la idea de organizar a la gente en una hilera desde el hospital hasta los escombros de la AMIA para pasar de mano en mano los insumos. Hasta el momento, cada cual corría una distancia de dos cuadras llevando lo que podía cargar.

Pasaron ya 23 años de un atentado que dejó 85 muertos y más de 300 heridos; un ataque terrorista que buscó acabar con la mayor cantidad posible de seres humanos. Quienes orquestaron, ejecutaron y asistieron en la voladura de la AMIA, lo hicieron con cálculo y odio, motivados por un total desprecio por la humanidad.

Sobran las pruebas que apuntan a Irán y Hezbollah como los responsables, con la asistencia de cómplices argentinos. Son las mismas pruebas que usó INTERPOL para emitir pedidos de captura contra altos funcionarios de Teherán y un ya fallecido líder militar de la guerrilla libanesa. Fue también por eso que la justicia argentina lleva adelante no uno, sino dos juicios por encubrimiento.

Mucho se sabe, pero todavía no se logró ni una condena. Esta semana, argentinos de todos los credos se darán cita nuevamente frente a Pasteur 633 y en varias ciudades del mundo para rendir homenaje a los muertos de la AMIA. Leerán sus nombres, uno por uno, y demandarán a gritos el esclarecimiento de un crimen cuyas heridas están aún abiertas.

Uno de los momentos que más me marcó aquel día fue cuando llegué a metros de los escombros de la institución que desde 1894 había brindado asistencia social. Me acerqué a un policía y le pregunté: “¿en qué puedo ayudar?” El oficial me respondió con otra pregunta, disparada de forma automática: “¿Sos uno de los nuestros?”
Quiero pensar que su intención no fue separar a los judíos argentinos del resto de la sociedad. A veces me pregunto si no es esta falsa dicotomía la que ha impedido que todos sintamos con la misma intensidad que el atentado a la AMIA fue un ataque a “nosotros” la nación, y no sólo a una comunidad.

Sin embargo, es cierto también que Argentina es otra a raíz del atentado. La sociedad argentina mayoritariamente se ha solidarizado con la causa: vastos sectores han manifestado su espanto y demandas de justicia ante la impunidad. El antisemitismo, tan presente en forma abierta en el país hasta ese momento, ha sido estigmatizado y denunciado en forma generalizada.

Por eso hoy nos une la memoria: los muertos de la AMIA son nuestros muertos, y el dolor de sus familias, son el dolor de todos. Por ellos recordamos y continuamos demandando justicia.

El autor es Director Asistente para Medios en Español del American Jewish Committee (AJC).

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