Gonzalo Sánchez compartió los detalles de su investigación sobre los jerarcas nazis que se refugiaron en el sur del país y lograron pasar desapercibidos durante décadas. El audio de su relato y la crónica en primera persona de su recorrido tras las huellas de esta historia.
“Una posibilidad es que el comprador misterioso haya operado como testaferro de un coleccionista. A ese tipo de subastas nunca van los que realmente serán dueños de los objetos, sino enviados especialmente para concretar el negocio”. El que hablaba de esa manera y con conocimiento de causa era Abel Basti. Lo hacía desde su casa en Bariloche, donde varias veces lo había visitado por historias de este tipo. Basti es escritor y periodista especializado en nazismo. La principal hipótesis de sus libros –a pesar de las pruebas que indican lo contrario– es que Adolf Hitler se refugió en la Argentina después de la guerra. Y que murió en el Sur.
Pero esa vez Basti estaba inquieto. Especulaba sobre el argentino anónimo que acababa de desembolsar 600 mil euros durante una subasta en Alemania para comprar 56 piezas que pertenecieron a Hitler, incluido uno de los últimos sacos que usó el genocida. El hombre, de 40 años, vestido por completo de negro, había presentado un pasaporte argentino. La casa de remates preservó su identidad. Fuentes del Gobierno confirmaron más tarde que por pedido del Centro Wiesenthal tuvieron que ponerse a averiguar quién era. Pero nunca lo consiguieron, o quizás la noticia se diluyó y se perdió el interés por el caso.
Pero Basti siguió dándole vueltas al asunto: “En Paraguay vive el mayor coleccionista de objetos nazis de Sudamérica, un hombre que tiene salones con maniquíes vestidos como cada soldado y como cada jerarca. También colecciona objetos de Stroessner y de Perón, es decir, todo afín. Lo he visto, quizás haya que indagar por allí. O quizás en Buenos Aires: la calle Florida atesora muchos objetos nazis y también muchos anticuarios diseminados por San Telmo”, dijo y no volvimos a conversar.
El caso se sumó la historia gruesa de los nazis en la Patagonia. Una historia espectacular, sin dudas, pero por lo espeluznante y lo incomprensible. Una historia que se reaviva a partir de la anécdota que rescatan Guido Carelli y Juan Bordón en su libro sobre el Luna Park: la foto de una liturgia nacional socialista en plena capital federal en abril de 1938 para celebrar la anexión de Austria a Alemania.
Me trajo recuerdos del pasado reciente. Concretamente, de un viaje al sur para encontrar a Jorge Priebke, hijo de Eric Priebke, ex jerarca descubierto en 1994 por la CNN en Bariloche y extraditado a Roma, donde finalmente murió. Acusado, claro, de la matanza de 340 personas en el norte de Italia.
Estos son trazos centrales de su historia
Eric Priebke, bajo el nombre de Otto Pappe, había llegado a San Carlos de Bariloche en 1954 con su esposa, Alicia Stoll, y sus hijos, Ingo y Jorge. Bariloche parecía un pedazo de la Selva Negra al pie de los Andes. Era una colonia alemana nutrida y poderosa, que había crecido desde el fin de la guerra. Por las calles de la ciudad caminaba el médico de Auschwitz, Joseph Mengele; el ex piloto de la Luftwaffe, Hans Ulrich Rudel, participaba en los torneos de esquí del Club Andino; el financista Ludwig Freude, amigo de Perón, tenía una casa camino al Llao Llao; el artífice de la “solución final”, Adolf Eichmann, pasaba ocasionalmente sus vacaciones cuando algún amigo lo invitaba, y Friedrich Lantschner, el ex gobernador nazi del Tirol austríaco, ya había abandonado su falso nombre de Materna y empezaba a edificar una empresa constructora.
En Bariloche, Priebke se sintió como en Berlín. Hablaba solamente en alemán, bebía cerveza en el Deutsche Klub, se encontraba con ex camaradas en sus paseos por la costa del lago, y cada 20 de abril festejaba los cumpleaños de Adolf Hitler en el último piso del hotel Colonial, en las habitaciones que ocupaba Hermann Wolff, dueño del restaurante El Jabalí.
El grado que Erich Priebke había ostentado durante la guerra, capitán de las SS, le abrió camino entre la colectividad. Dos años después de su llegada al pueblo puso una fiambrería a la que llamó “Viena”, y se transformó en el presidente de la Asociación Cultural Germano Argentina. Empezaba a ser un hombre público. Empezaba a ser “Don Erico”. 50 años de silencio y ocultamiento se desmoronaron el día en que un vecino lo delató.
Fuente: cristinaperez.cienradios.com