Inicio MEDIO ORIENTE La emotiva ceremonia de la Casa Blanca comienza a relegitimar una pequeña y preciosa palabra: Paz. Por David Horovitz*

La emotiva ceremonia de la Casa Blanca comienza a relegitimar una pequeña y preciosa palabra: Paz. Por David Horovitz*

Por Martin Klajnberg
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Itongadol/Agencia AJN.- «En toda la historia de Israel, sólo ha habido anteriormente dos acuerdos de este tipo. Ahora hemos logrado dos en un solo mes. Y hay más por seguir», dijo el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump cerca del comienzo de sus declaraciones ante las cientos de personas que asistieron a la ceremonia en la Casa Blanca, y a un número incalculable de personas en todo el mundo, viendo el martes como Israel establecía relaciones simultáneamente con los Emiratos Árabes Unidos y con Bahrein.

Nuestro primer acuerdo de paz, que ha hecho temblar la tierra, se produjo en 1979, cuando el Presidente de Egipto, Anwar Sadat, tras restaurar el respeto de su país por sí mismo en la guerra de 1973 después la humillación que sufrió en 1967 con la Guerra de los Seis Días, hizo añicos tres décadas de intransigente hostilidad árabe hacia el hecho mismo de la existencia de Israel firmando los Acuerdos de Camp David con el primer ministro israelí Menachem Begin.

Y entonces llegó… nada.

Israel había querido creer que después de Egipto, las puertas de la normalización se abrirían. En cambio, Egipto fue boicoteado por el resto del mundo árabe por su crimen de legitimar a Israel, y Sadat fue pronto abatido a tiros.

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Los Acuerdos de Camp David firmados en 1979 por Menachem Beguin (derecha), el norteamericano Jimmy Carter (centro) y el egipcio Anwar Sadat (izquierda).

Sólo 15 años más tarde, en 1994, el Rey Hussein de Jordania se atrevió a convertirse en nuestro segundo socio de paz pleno, liberado para reconocer públicamente su alianza oculta con Israel, luego de que el primer ministro Itzjak Rabin prometiera tratar de resolver el conflicto palestino y estrechara cautelosamente la mano de Yasser Arafat en el césped de la Casa Blanca un año antes.

Y entonces llegó… nada. Nada, esta vez, durante un cuarto de siglo completo.

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El Rey Hussein de Jordania (derecha) con Bill Clinton (centro) e Itzjak Rabin (izquierda).

Hasta la «doble boda» del martes.

Y así, cuando Trump señaló que estaba supervisando la duplicación de toda la historia de alianzas de paz de Israel, también le estaba diciendo a toda una generación de israelíes y de árabes – una generación que simplemente nunca antes ha sido testigo de tal ceremonia – que, sí, la paz israelí-árabe es realmente posible. Puede lograrse aquí y ahora. No es algo que haya sucedido un par de veces hace mucho tiempo y luego se haya congelado, volviéndose una remota chance sólo para los soñadores.

Y es de esperar que no sea algo que, después de haberse logrado ostensiblemente, se desintegre en conflictos y derramamiento de sangre, como fue el caso del «proceso de paz» israelí-palestino y el estratégico ataque terrorista palestino de la Segunda Intifada.

Por una vez, «dejemos de lado todo cinismo», dijo el Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, en su discurso. Y durante unas pocas horas, en medio de una pandemia, e incluso cuando Hamas trató de estropear el espectáculo con el lanzamiento de cohetes desde Gaza, todo lo relacionado con la ceremonia nos animó a hacer precisamente eso.

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Lo que Netanyahu llamó «el pulso de la historia» fue tangible en la calidez de las interacciones separadas entre Trump, los dos ministros de Relaciones Exteriores de los países del Golfo, y Netanyahu que precedieron al evento principal. Si la ampliación del círculo de la paz del martes fue insuficiente, Trump garantizó a Netanyahu que «cinco o seis» otros estados están esperando en la fila. «Francamente, podríamos haberlos tenido aquí hoy», dijo, pero eso habría sido una falta de respeto a los Emiratos Árabes Unidos, que habían mostrado el valor de ser el primero, y a Bahrein, que había estado tan decidido a unirse a la fiesta.

«El pulso de la historia» también fue tangible en el contenido de todos los discursos de los dirigentes – sus compromisos individuales declarados con una paz genuina y duradera entre nuestros pueblos – y en la sinceridad y calidez con que formularon sus observaciones. Fue tangible en los momentos poco notorios, como cuando el ministro de Relaciones Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Abdullah Al Nahyan, tras completar su discurso, se dirigió a donde estaba Netanyahu y, con la atención centrada en otra parte, se sonrieron e intercambiaron algunas palabras.

O cuando todo el mundo -y especialmente la alegre estrella del espectáculo Al Nahyan- se rió de buena gana de las complejidades logísticas que inevitablemente surgen cuando dos o cuatro dirigentes firman y/o son testigos de tres acuerdos.

Si el tratado de paz de Egipto con Israel fue el primer paso vital hacia la aceptación del renacimiento del Israel moderno en la antigua patria de los judíos, la ceremonia del martes puede llegar a significar nuestra tardía aceptación por parte de aquellos más lejanos que, como señaló Trump, durante décadas se han alimentado de mentiras y falsedades sobre Israel, y especialmente de la aparente intolerancia religiosa.

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Los palestinos siguen ausentes, por supuesto, guiados en la Ribera Occidental por el Presidente Mahmoud Abbas en lo que parece ser una alianza cada vez más profunda con los terroristas de Hamas que gobiernan Gaza. Aún así, el presidente de los Estados Unidos que negoció estos acuerdos sigue siendo insistentemente optimista en que, como dijo a la prensa durante su sesión en el Despacho Oval con Netanyahu, «en el momento adecuado, ellos también se unirán».

«Estamos aquí esta tarde para cambiar el curso de la historia», dijo Trump al principio de su discurso. «Después de décadas de división y conflicto, marcamos el amanecer de un nuevo Medio Oriente», continuó, y «gracias al gran coraje de los líderes de estos tres países, damos un gran paso hacia un futuro en el que las personas de todos los credos y orígenes vivan juntos en paz y prosperidad».

Trump presentó estas alucinantes afirmaciones en tonos que eran casi reales. Estos nuevos aliados de la paz «van a trabajar juntos; son amigos», dijo, como si esto fuera lo más normal del mundo.

Pero para toda una generación, 26 años después de que cualquiera de nosotros viera algo parecido, la ceremonia del martes fue todo menos normal. Fue, más bien, sin precedentes, sorprendente y alentadora. Por una vez en el torturado contexto de Israel y el conflicto árabe, fue un placer dejar todo el cinismo a un lado.

Después de 26 años, la ceremonia del martes relegitimó tentativamente esa pequeña y preciosa palabra: Paz.

*editor fundador de The Times of Israel.

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