En el día 9 del mes hebreo de Ab, se recuerda principalmente la destrucción de los dos Grandes Templos de Jerusalén. El primer Gran Templo fue destruido por los babilonios, liderados por el rey Nabucodonosor II, en el año 422 a.e.c., mientras que el segundo Gran Templo fue destruido por los romanos, liderados por el general y futuro emperador Flavio Vespasiano, en el año 68 d.e.c. También hay otros dos sucesos trágicos de la historia judía asociados con esta fecha: en la época de Moisés, cuando el pueblo de Israel deambulaba por el desierto, luego del informe negativo de los diez espías sobre la Tierra de Israel, se decretó que esa generación de israelitas no entraría a la Tierra de Israel; y los romanos capturaron la ciudad de Biter (conocida popularmente como Betar), la destruyeron y exterminaron a sus habitantes en el año 120 d.e.c., luego de la revuelta fallida de Bar Kojba.
¿Qué tienen en común estas tragedias? ¿Qué podemos aprender de ellas para no repetir los mismos errores y que no vuelva a ocurrir algo semejante?
En estas cuatro tragedias, el denominador común es la presencia de líderes corruptos: los diez espías eran líderes de tribus, que tenían miedo de perder su posición de autoridad al entrar a la Tierra de Israel; los últimos reyes de Judea, Joaquín y Sedequías, hicieron caso omiso a las advertencias del profeta Jeremías acerca de la destrucción inminente; los descendientes de la dinastía herodiana se habían corrompido y aliado con los romanos; Bar Kojba se presentaba como un líder mesiánico.
Todas estas tragedias fueron ocasionadas por gobernantes sin escrúpulos, sedientos de poder, más preocupados por sus intereses personales que por el bien común. Por lo tanto, la manera de contrarrestar los efectos negativos de estas tragedias es enfocarse en construir una sociedad basada en la unión entre las personas de bien, con líderes focalizados en el bien común y sustentados en la fraternidad mutua.
En vez de ver al otro como un enemigo, un adversario o una amenaza, fomentando la polarización, desunión y conflicto, debemos empezar a ver al otro como un prójimo con una individualidad y riqueza inigualables, digno de atención, fomentando el respeto, la unión y la solidaridad. De esta manera, podremos tomar una enseñanza de estas tragedias y corregir los errores que causaron la destrucción. El día que veamos a nuestro prójimo como un socio en la construcción de una sociedad noble, se empezará a reconstruir definitivamente el Gran Templo de Jerusalén.