Itongadol.- Hace unos días, Horacio Pietragalla, Secretario de Derechos Humanos de la Nación, publicó en sus redes la inauguración, en el Salón Julio López de la Secretaria, de una muestra fotográfica denominada ““Memorias de una Catástrofe Continua.”
La “catástrofe” a la que hace referencia la muestra (en árabe se utiliza la palabra “Nakba”) es la creación misma del Estado de Israel, hace exactamente 75 años.
El Secretario acompañó su publicación con fotos, en las que se lo ve junto al encargado de Negocios de la Embajada Palestina, Riyad Alhalabi. Y su posteo utiliza las palabras “colonización”, “ocupación” y despalestinizacion”, claramente criminalizando y demonizando la creación del Estado de Israel.
Con buen criterio, la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) repudió el patrocinio de este evento por parte de Pietragalla, y notó que este hecho “está en contradicción con la definición de antisemitismo impulsada por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA)…” De hecho, Argentina es miembro de la Alianza y adoptó formalmente esta definición (que incluye la demonización y deslegitimación del Estado de Israel) en el 2020.
Pero más allá de esto, es muy grave que el Estado Argentino patrocine abiertamente una narrativa tan extrema. Y esto es así no solo porque esto promueve el antisemitismo, sino además porque esta narrativa es contraproducente para el logro de cualquier acuerdo de paz entre israelíes y palestinos.
Creo importante hacer una contribución que explique por qué esta narrativa es además históricamente inexacta. De acuerdo a este relato, la creación misma de Israel fue una empresa colonizadora y racista, que destruyó lo que ellos llaman la “Palestina histórica” y desplazó a los habitantes “originarios” de la región. Veamos que fue realmente lo que ocurrió: Nunca existió un «Estado palestino» al que Israel fue quitándole territorio. Cuando las Naciones Unidas, en noviembre de 1947, recomendaron la partición del área entonces llamada Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío, todo ese territorio formaba parte del Mandato Británico (y anteriormente había formado parte del Imperio Otomano). Nunca hubo una soberanía árabe-palestina en ese territorio y, de hecho, en ese entonces los habitantes árabes de esa región no se llamaban a si mismos «palestinos.»
El plan de partición, aprobado por las Naciones Unidas, partió de la base de que ambos pueblos tenían derecho a una porción de ese territorio, y delimitó lo que sería el Estado judío en aquellas zonas en las que la población judía era mayoritaria. Si bien la terrible tragedia del Holocausto precipitó la decisión de posibilitar finalmente la creación de un Estado judío en esa tierra, los vínculos históricos, religiosos y jurídicos del pueblo judío con la misma son milenarios y están bien documentados (y son incluso muy anteriores a la conquista de esas tierras por parte del Islam).
Mientras que los judíos aceptaron el plan de partición, la comunidad de países árabes lo rechazó, a pesar de que el plan preveía también la formación de un Estado árabe. Esa fue la primera oportunidad perdida para la formación de un Estado árabe-palestino limítrofe con el Estado de Israel.
Inmediatamente luego del establecimiento del Estado de Israel, en mayo de 1948, cinco Estados Árabes (Egipto, Líbano, Transjordania, Siria e Iraq, apoyados además por voluntarios Yemenitas, Sauditas y Libios), iniciaron una guerra con la intención expresa de aniquilar al naciente Estado. Con un enorme esfuerzo y la pérdida del 1% de su población, Israel pudo vencer a los ejércitos árabes, y se firmaron una serie de armisticios. Como consecuencia de esta guerra, Israel no solo mantuvo la zona que le fue concedida en el plan de partición de 1947, sino que su territorio se amplió en un 23%. Lo que hoy se conoce como la franja de Gaza fue ocupada por Egipto, y Cisjordania fue ocupada por Transjordania (hoy Jordania).
Aproximadamente unos 700.000 árabes que antes vivían en lo que pasó a ser el Estado de Israel, como consecuencia de este conflicto, quedaron del lado árabe de la línea del armisticio (algunos fueron expulsados en virtud de la guerra y otros se fueron por su propia voluntad, porque sus líderes les pidieron que dejaran la tierra libre para la matanza). Por otro lado, aproximadamente unos 40.000 judíos que vivían en la zona del Mandato de Palestina, que ahora se había convertido en territorio árabe, pasaron a vivir en Israel. Al mismo tiempo alrededor de 800.000 judíos fueron expulsados de los países árabes en los que habían vivido por generaciones.
Adriana Camisar, asesora de B’nai B’rith Internacional para asuntos latinoamericanos.
Como podemos ver, hubo un número similar de refugiados árabes y judíos. Y es indudable que el problema de los refugiados palestinos se generó por un conflicto armado iniciado por los países árabes en contra de Israel. Si los Estados árabes no hubiesen atacado al recién creado Estado de Israel, no hubiesen habido refugiados palestinos. Por lo tanto lo que ellos llaman “catástrofe” es una herida auto-inflingida.
Es importante notar que los descendientes de los aproximadamente 150.000 árabes que quedaron dentro de las fronteras del naciente Estado judío en 1948, son actualmente casi dos millones de personas, un 20% de la población total de Israel, y tienen derechos civiles y políticos plenos.
Es importante notar también que los refugiados palestinos recibieron un tratamiento completamente distinto al resto de los refugiados del mundo. La ONU creó una agencia para encargarse de todos los refugiados, que supuestamente iban a tener un carácter transitorio. El objetivo era lograr que los refugiados que no pudieran regresar a sus hogares originales, dejaran progresivamente de ser refugiados, integrándose a los países que los habían acogido. Israel integró a la mayoría de los refugiados judíos, por lo que esta agencia solo quedó a cargo de los refugiados palestinos. Estos refugiados se habían ubicado mayormente en las zonas que pasaron a controlar Egipto y Jordania (Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental), pero también en otras partes de Jordania, en Siria y en el Líbano.
Estos países árabes se negaron a integrar a los refugiados palestinos (principalmente porque consideraron que esto significaría un reconocimiento del Estado de Israel), y lograron que la agencia cambiara su finalidad. Desde entonces, esta institución no trató de integrarlos, y se estableció que el «status de refugiado» sería indefinido en el tiempo, y que pasaría de generación en generación (por la línea paterna).
Los palestinos son el único caso en el mundo en donde la calidad de refugiado pasa de generación en generación. En virtud de esto, esta agencia sigue considerando «refugiados palestinos» a los hijos, nietos y bisnietos de los refugiados originales, los que son hoy más de 5 millones de personas. Y sigue promoviendo el llamado «derecho de retorno» de estos refugiados a Israel.
Este programa de migración masiva es algo que ningún gobierno israelí aceptaría jamás, porque implicaría que Israel deje de ser un Estado judío, el único Estado judío del mundo, para convertirse en un Estado árabe más.
Así es como se da hoy la situación absurda de que una persona que nació y vivió en un país como Jordania, y que incluso tiene ciudadanía Jordana, siga siendo considerada un refugiado palestino. La utilización del tema de los refugiados palestinos y del llamado «derecho de retorno» al que los líderes palestinos se niegan vehementemente a renunciar, constituye el mayor obstáculo para la paz.
Estos líderes dicen estar a favor de una solución de dos Estados, pero al no renunciar al «derecho de retorno» en realidad lo que buscan es la destrucción de Israel por la vía migratoria, y la formación de un Estado palestino «desde el río Jordán hasta el mar mediterráneo» como suelen decir. Esta es la razón principal por la que los intentos por alcanzar un acuerdo fallaron, y por la que el conflicto no tiene lamentablemente un fin cercano.
Al patrocinar este evento, el gobierno argentino está adoptando y promoviendo una narrativa que es extrema, históricamente falsa y contraproducente para la paz.