Medio millón de israelíes siguieron con particular impresión y tristeza el martirio de Bagdad y otras ciudades bombardeadas por las fuerzas anglo-estadounidenses. Ellos son los sobrevivientes que quedan y los descendientes de los 120 mil judíos que huyeron en masa de Irak tras el nacimiento del Estado de Israel, en 1948.
Una familia en particular vivió los acontecimientos con especial participación. Los Zilka, de Ramat Gan, cerca de Tel Aviv. En 1937 Igal Zilka y su mujer salvaron a una mujer embarazada que se tiró bajo el automóvil que guiaban en Tikrit, Irak, la llevaron a una clínica y la ayudaron a que tuviera a su bebé, que era nada menos que Saddam Hussein.
El apellido de los Zilka era en ese entonces en árabe, Salha. Ellos debieron también emigrar cuando ningún hebreo pudo quedarse en Irak, prácticamente expulsados de su tierra de origen, y vinieron a refugiarse en Israel.
Pero la nostalgia es siempre fuerte y por eso los judíos iraquíes vivieron con tanta participación los bombardeos de anoche, que tuvieron en vilo a los seis millones de habitantes de Israel y a los palestinos de los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza.
La familia tenía un buen nivel de vida en Tikrit, la ciudad al norte de Bagdad que es el baluarte del clan de la familia de Saddam Hussein, conocido por sus adversarios como «la mafia de Tikrit».
Los clanes afines al dictador iraquí, casi todos de Tikrit, controlan el gobierno y las fuerzas armadas iraquíes, forman el estrecho círculo de los fidelísimos del régimen que gobierna Irak con puño de hierro desde 1979.
Los Zilka mantuvieron siempre vivo el recuerdo de Irak. Igal Zilka contó hace poco a radio Jerusalén la casi increíble anécdota que vio como protagonistas a sus padres, que poseían el único automóvil Mercedes Benz de Tikrit.
La señora Zilka relataba en familia que la madre de Saddam, Zakha, era considerada una vidente, que leía las manos y tiraba conchillas que interpretaba para describir el futuro a su interlocutor.
Dos meses antes que naciera su pequeño, Zakha quedó viuda y fue ganada por la desesperación. «No sabíamos si quería abortar o suicidarse», contó la señora Zilka hace años a sus familiares. «Se tiró bajo las ruedas del auto y mi marido pudo frenar a tiempo el Mercedes».
Los Zilka se apiadaron de la mujer, la acompañaron a un hospital para que la atendieran y más tarde a una maternidad para que tuviera a su hijo, el futuro dictador de Irak Saddam Hussein.
Después del parto, la mujer decidió vestir para siempre de luto y quiso llamar a su hijo con el nombre de Saddam, que en árabe quiere decir «desventura» o en este caso «desventurado».
La familia judía siguió viendo a Zakha y al pequeño Saddam. «En Tikrit había mucha compasión por el estado de abandono de aquel pobre chico, que andaba siempre descalzo». Dicen que por ese trauma Saddam colecciona centenares de zapatos.
A los miembros de la familia no les gusta recordar esta anécdota que ha sido comprobada por algunos historiadores, expertos en los acontecimientos de Irak, como Amazia Baram.
La razón es muy clara. Los amigos y parientes terminaron reprochándoles aquel gesto que tuvo consecuencias funestas para el barrio en el que viven muchos judíos de origen iraquí. Ramat Gan, el suburbio de Tel Aviv , fue uno de los lugares más bombardeados por 39 misiles Scud que el hijo de Zakha ordenó lanzar sobre Israel durante la primera Guerra del golfo Pérsico en 1991.
Otros nostálgicos tienen recuerdos mejores. Como el escritor Sami Michel, cuyas novelas tienen como escenario de fondo a la Bagdad de hace 60-70 años y a su vasta y culturalmente tan rica comunidad judía. Ayer, Sami Michel se mostró muy desconsolado con los bombardeos y recordó muchas anécdotas de la Bagdad de su infancia y adolescencia.
«Nunca creí que en 1948 iba a tener que salir casi corriendo en lo que creía era un hasta pronto y, en cambio, se transformó en un adiós casi para siempre», dice el escritor, que durante muchos años siguió escribiendo en árabe y que no ve la hora de poder volver a una tierra que le provoca tanta nostalgia.
También el pionero sionista Yaakov Ben Porat, que fue ministro del gobierno del nacionalista Menajem Beguin, quiere «ver Bagdad por última vez». Porat ha pasado los 80 años de edad y es uno de los más prominentes judíos iraquíes en Israel. Dirige un museo cerca de Tel Aviv que conserva objetos, símbolos, libros y todo lo que pueda mantener viva la memoria de de la comunidad hebrea en Irak, cuyos orígenes se remontan profundamente en el pasado, a la época de Babilonia.
El más importante de ellos es el ex ministro de Defensa y alto dirigente laborista Benjamin Ben Eliézer, quien según cuenta sueña con alquilar algún día un coche y «acompañado por mis hijos y mis nietos» marchar hacia el este, cruzar Jordania y llegar a Basora, la ciudad legendaria de Simbad el Marino, «para mostrar a mi familia la casa donde nací».