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Se agrava la crisis política en Israel

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JERSUSALEN.- Acorralado por una crisis que amenaza con alejarlo del poder y en medio de una rebelión en sus propias filas, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, recibió ayer el golpe más duro contra sus esfuerzos por mantenerse en el gobierno, después de que su popular canciller, Tzipi Livni, lo instó públicamente a renunciar.

La funcionaria le dijo que dimitir sería «lo correcto», después de que una investigación ordenada por el premier concluyó, el lunes pasado, que Olmert había cometido «graves errores» en su manejo de la guerra en el Líbano, a mediados del año pasado.

No obstante su dramática situación, Olmert obtuvo por la tarde el respaldo de su partido, Kadima, y logró sobrevivir, por ahora, a la rebelión interna.

«Este fue un gran día para el partido y para el primer ministro», dijo ayer por la tarde el viceprimer ministro, Shimon Peres, al finalizar una sesión especial de la bancada de Kadima en el Parlamento. Muchos lo miraron sorprendidos y creyeron que habían oído mal. Hablar de «gran día» en medio de la tormenta que vive Israel parecía, en el mejor de los casos, extraño.

Pero, justamente, el hecho de que Olmert hubiera logrado frenar la revuelta interna en su partido y mantenerse en el cargo parecía, para su gente, un gran logro. Es que durante horas, poco antes de esa reunión, parecía inminente la dimisión de Livni y del ministro de Defensa, Amir Peretz, líder del Partido Laborista. El titular de la cartera de Defensa fue señalado por el informe de la comisión Winograd (por el ex juez que lideró la investigación, Eliahu Winograd) como corresponsable, junto con Olmert, del fracaso de Israel en la guerra en el Líbano, en la que murieron unos 1300 libaneses y 160 israelíes.

Difícilmente el premier habría podido permanecer en su cargo un minuto más si Livni y Peretz, las otras dos cabezas de su gobierno, se hubieran ido.

La de ayer fue una jornada sumamente tensa. Comenzó con la renuncia del jefe de Kadima en el Parlamento, Avigdor Yitzhaki, un día después de que el ministro laborista sin cartera Eitan Cabel hiciera lo mismo, en protesta por la permanencia de Olmert en su cargo. Yitzhaki había anunciado que si Olmert no dimitía, lo haría él.

Es difícil saber si el premier insiste en permanecer al frente del gobierno por un mero intento de sobrevivir políticamente o porque realmente considera que su responsabilidad, después de las duras críticas que ha sufrido, es corregir lo que la comisión Winograd le criticó.

«Sería mucho más fácil para mí irme, entregar las llaves y sepultar el informe. Pero no estaría actuando con responsabilidad», dijo ayer, antes de la reunión de la bancada de Kadima.

El premier tuvo otro pronunciamiento clave: «Aquellos que pensaron ganar políticamente con esta situación, que no se apresuren». La frase, cabe suponer, estaba dirigida, entre otros, a Livni, de la que se habla hace tiempo como su posible sucesora.

También la dinámica que envolvió ayer las declaraciones de la canciller fue compleja. Por un lado, Livni dijo públicamente que había recomendado a Olmert dimitir, ya que eso era lo más correcto, y hasta desafió su liderazgo, al aclarar que cuando llegara el momento ella presentaría su candidatura para liderar el partido. Sin embargo, evitó presentar su renuncia y decidió permanecer en el gobierno.

Al menos hasta anoche, el premier no la había destituido. «[Olmert] tiene que mostrar liderazgo, mostrar que sigue estando al frente», opinan sus asesores. «No puede permitirse destituir a una figura mucho más popular que él», dicen también.

Por ahora, Olmert logró frenar la revuelta interna en Kadima. Sólo tres diputados hablaron abiertamente en favor de su dimisión y Kadima parece decidido, por el momento, a ver cuánto puede navegar con él al frente.

Pero su partido no podrá decidir por sí solo. En una sesión que tendrá lugar hoy en el Parlamento, la oposición exhortará a todo el gobierno a dimitir. Y el próximo martes, en las internas del Partido Laborista -donde todos parecen tener claro que Peretz perderá el liderazgo- podría abrirse el camino a la ruptura de su alianza con Kadima y al desmembramiento de la coalición gobernante.

Y eso sin contar con la presión de la calle, que se hará presente hoy en la plaza Rabin, de Tel Aviv, en una manifestación que los movimientos de protesta esperan que sea masiva.

La posición del premier es difícil. Los sondeos indican que una amplia mayoría de la población -casi el 70 por ciento- quiere que se vaya.

Además de Livni, otro potencial sucesor de Olmert podría ser Shimon Peres. El ex primer ministro Benjamin Netanyahu, del partido de derecha Likud y favorito en los sondeos de opinión, también podría representar un desafío si el gobierno de Olmert es derrocado.

Por Jana Beris
Para LA NACION

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