Itongadol/Agencia AJN (por David Horovitz, editor de The Times of Israel).- Hoy es Tisha Beav, el día de las tragedias del judaísmo, un ayuno de 25 horas que conmemora una historia acumulada de desastres, que abarca desde la destrucción de ambos templos hasta la implementación de la Solución Final. La sabiduría talmúdica atribuye la destrucción de los templos y el exilio de los judíos al “sinat hinam”, odio sin fundamento. Este año, el momento del ayuno verdaderamente demanda a los israelíes que incorporen las lecciones de nuestra historia, recuerden lo que nos une en este extraordinario estado judío moderno, y den un paso atrás estando al borde de una nueva catástrofe.
Hace una semana, a las afueras de la residencia oficial del primer ministro, un grupo de extremistas de derecha, que se dice que está afiliado a una notoria banda racista de barrabravas de fútbol, se enfrentó agresivamente a algunos de una gran multitud de manifestantes que pedían la dimisión de Benjamin Netanyahu. Uno de los miembros de “La Familia”, la barrabrava de Beitar Jerusalem, equipo que apoya al primer ministro, supuestamente le dijo a uno de los manifestantes anti-Netanyahu que “es una lástima que Hitler no haya terminado el trabajo”. Los violentos también fueron filmados cantando las alabanzas de Yigal Amir, el extremista que mató a tiros al primer ministro Yitzhak Rabin al final de una manifestación por la paz en Tel Aviv hace un cuarto de siglo.
El viernes, en medio de otras protestas anti-Netanyahu mucho más pequeñas en numerosos lugares de todo el país, un grupo de manifestantes fue rociado con gas pimienta por un automovilista que pasaba, y otro manifestante fue apuñalado y ligeramente herido en el cuello.
El martes por la noche, al final de las manifestaciones dirigidas contra Netanyahu, y concretamente contra su ministro de Seguridad Pública, Amir Ohana, los manifestantes fueron atacados de nuevo por presuntos extremistas de extrema derecha, y se informó de que dos víctimas habían sido hospitalizadas con heridas de arma blanca en la espalda.
Las manifestaciones anti-Netanyahu se van incrementando semana a semana. El sábado pasado por la noche, la policía estimó que más de 5.000 personas se presentaron cerca de la residencia de Netanyahu en la calle Balfour para instar a que renunciara, debido a su presunta corrupción, a la falta de ayuda oportuna y suficiente por parte de su gobierno mientras la economía de Israel se derrumba en medio de la pandemia, y a una multitud de otras quejas. Hubo activistas contra la “ocupación” israelí en territorios palestinos, manifestantes que alegaban que un hombre autista de Jerusalem Oriental, Iyad Halak, había muerto a sangre fría en un incidente hace dos meses; defensores del medio ambiente, y más. El número real en y alrededor de la Plaza de París puede haber sido de 10.000 o más. Junto con el aumento de la ira genuina, las manifestaciones representan las únicas reuniones masivas permitidas en estos tiempos de coronavirus, y por lo tanto un espacio único para simplemente reunirse.
La mayoría de los manifestantes, el sábado por la noche y en protestas anteriores, se dispersan por lo general a las 23. Esa táctica, que está siendo apelada ante el Tribunal Supremo, junto con el uso de policía montada y el arresto de presuntos agitadores, no ha satisfecho a Ohana. Se le ha grabado instando a la policía a poner fin a “esta anarquía” y, según se informa, la semana pasada preguntó al jefe de policía interino de Israel si las protestas se manejarían de manera diferente si los manifestantes fueran etíopes, árabes o judíos ultraortodoxos – comunidades contra cuyas protestas a lo largo de los años la policía ha sido acusada a menudo de utilizar una fuerza excesiva.
En otras palabras, el ministro parecía sugerir que la brutalidad policial estaba a la orden del día.
Ohana también ha estado advirtiendo que la creciente marea de protestas “terminará en un derramamiento de sangre”. El miércoles, el líder de la oposición Yair Lapid acusó a Netanyahu y “sus mensajeros” – una presunta referencia a Ohana entre otros – ya tienen sangre en sus manos después de la violencia de la noche del martes.
Asegurar el derecho democrático a protestar contra el liderazgo elegido presenta complejidades en cualquier momento – incluyendo tener en cuenta factores tan banales como el derecho a una noche de sueño razonable para la gente que vive cerca.
El derecho a la protesta es más complicado aún en medio de una pandemia enormemente contagiosa. Requiere una policía sensible, un diálogo efectivo con los organizadores de la manifestación, y un comportamiento ministerial responsable – todo lo cual está demostrando ser escaso.
El asesinato de Rabin dejó a la democracia israelí tambaleándose. Nuestra sociedad sigue dividida por amargas diferencias, y la persistente pandemia, ahora más exasperante que nunca, quizás porque nos permitimos creer que la habíamos vencido, las está exacerbando. Las protestas están creciendo, y también los incidentes de violencia.
El Presidente Reuven Rivlin dio la alarma el miércoles, invocando tanto el asesinato de Rabin como el de 1983 del manifestante de izquierda Emil Grunzweig, quien murio a causa de una granada lanzada por un activista de derecha en una manifestación de Paz Ahora en Jerusalem. “Dados los violentos acontecimientos del último día, el asesinato de un manifestante que va a protestar en el Estado de Israel, o el asesinato de un primer ministro israelí, no son escenarios imaginarios. Ay de nuestra democracia si el hermano toma las armas contra el hermano”, expresó Rivlin.
El calendario hebreo nos prescribe ahora un día para considerar nuestra historia, un día de introspección, un día para calmarnos. No estamos destinados a añadir más tragedias a la letanía de desastres judíos. Pero esa tragedia está a la vuelta de la esquina, a menos que cambiemos de rumbo a timepo.
Nota escrita por David Horovitz para The Times of Israel