«Ayer estuve viendo toda la tarde la TV y no paré de llorar», me dijo esta mañana con un dejo de tristeza la mujer que nadaba al lado mío en la piscina pública de mi ciudad. No es la única que se expresa así en estos días, puede decirse que no habría hoy persona en Israel que no se sienta impresionada, profundamente afectada, ante las patéticas escenas provocadas por la desconexión de la Zona de Gaza. Lo experimentan tanto quienes se oponen a la medida como quienes la han apoyado desde un principio. El trauma que involucra desarraigar de sus hogares a varios miles de colonos ha producido desgarradoras situaciones ante las cuales nadie puede quedar impasible.
Hay que comprender que se trata en su mayor parte de pioneros que desde hace treinta años labraron sus hogares allí, crearon familias y no conocen otro lar. Son en su mayor parte gente de particular estatura social, por muchos considerados como la crema y nata de la sociedad israelí. Por lo general se trata del personas observantes que estimuladas por el Gobierno fueron a las fronteras del país en lo que creían era una misión para afianzar la seguridad del país. Gente abnegada que pensaba tener un cometido nacional, por no decir mesiánico. No tenía la capacidad de ver que se trataba de una misión imposible. Sí, es cierto, decía, estamos junto a una enorme concentración de árabes. Pero Israel se ha labrada así, con osadía y esfuerzo, redimiendo los páramos tan descuidados durante siglos de lo que fuera y sigue siendo Tierra Santa.
La epopeya de los colonos judíos de fines del siglo XIX y comienzos del XX fue un relato de visión, decisión y esfuerzo que rindió fruto. El mundo generalmente lo ha aplaudido y considerado un renacimiento casi milagroso. Pero el intento de repetirlo en los años ochenta y noventa del siglo pasado no podía fructificar. La verdad es que la pluralidad de los israelíes siempre hemos dudado sobre la conveniencia de esa empresa colonizadora en lo que se podría decir es la guarida del lobo: en teoría era laudable, en la práctica estaba en un lugar donde no cabía. Alguien ha dicho con razón que se trata de un lugar tan dejado de la mano de Dios que nadie ha podido gobernarlo, ya fueran egipcios, israelíes como los mismos palestinos.
Estamos acongojados pero sabemos que la medida era inevitable. No debemos ser precisamente adeptos del Primer Ministro Sharón para apoyarla, pero sí comprendemos que era uno de los pocos recursos que quedaban para dar un impulso a la paz. En pro de este anhelo estamos dispuestos a sufrir lo indecible. Shalom es la palabra clave en Israel. El ansia que tanto quisiéramos concretar.
Moshe Yanai, traductor y periodista
Ramat Hasharon, Israel
LVD.-