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Estimado Secretario Kerry. Por David Harris, CEO del AJC

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Itongadol.- Escuché ensimismado el discurso que pronunció hoy respecto al conflicto palestino-israelí.

Lo hice siendo una persona que por décadas ha anhelado ver el fin de este conflicto, que entiende que la misión por excelencia del judaísmo es la búsqueda de una paz que a veces nos elude, y que la organización a la que pertenezco –AJC– lleva más de 25 años abogando por una solución de dos Estados.

E incluso escuché sus palabras comprendiendo que la construcción de asentamientos más allá de la valla de seguridad es un impedimento significativo en la búsqueda de un acuerdo definitivo.

Pero, por sobre todo, creo en su buena voluntad.

He sido testigo de ella. Lo he escuchado de usted no sólo en público, sino en privado. Cuando dice que quiere preservar el carácter judío y democrático del Estado de Israel, sé que lo dice con plena honestidad.

Cuando expresa su angustia por los peligros que enfrentan niños israelíes en las ciudades fronterizas de Sderot y Kiryat Shmona, ésta preocupación surge no sólo de su pensamiento, pero también de lo profundo de su alma.

Y reconozco los niveles de cooperación bilateral sin precedentes que durante los últimos ocho años se han desarrollado entre Washington e Israel, en las áreas de defensa e inteligencia, en la ONU y sus agencias, y en muchos otros ámbitos. Usted citó una serie de ejemplos, todos y cada uno muy ciertos.

¡Cuántas vidas se han salvado por la cooperación EEUU–Israel en sistemas de defensa antimisiles! ¡Cuántas situaciones potencialmente trágicas se han evitado por compartir información estratégica! ¡Y cuántas iniciativas internacionales mal concebidas se han bloqueado por la intervención estadounidense!
Y aún así, mientras proceso cada una de las palabras, ideas y gestos durante su discurso, me siento un tanto incómodo. Quise aceptarlo todo de brazos abiertos –la esperanza, la visión, la determinación–; y sin embargo, sentí que algo faltaba.

Usted bien dijo que la mayoría de los israelíes apoya la idea de separación y un acuerdo con los palestinos. Esto es cierto, por supuesto. Pero en las encuestas, los israelíes también expresan un temor de que el objetivo último de sus vecinos sea la eliminación de Israel. En otras palabras, los israelíes son esquizofrénicos –cosa que es entendible, dada la región en la que viven.

Por un lado, los israelíes pueden estar a tono con la idea de dos Estados para dos pueblos, un Estado palestino “desmilitarizado” (¿y democrático?), y el final del conflicto dada la satisfacción de todas las demandas, pero en sus entrañas ¿piensan acaso los israelíes que tal escenario es posible hoy en la turbulencia del Medio Oriente? ¿Pueden adherir a la visión romántica de aquellos que opinan desde la distancia?

Porque la verdad es que los israelíes pueden decir que aquellos que opinan desde el exterior sobre el Medio Oriente no le han acertado mucho últimamente –ni en Siria, ni en Irak, ni en Libia, ni en Irán…La lista se hace cada vez más larga. Así las cosas, ¿por qué deberían depositar su confianza –y destino- en las manos de un nuevo plan?

El miedo más grande, y lo he escuchado una y otra vez, es que un Estado palestino se convierta rápidamente en un Estado fallido, sumándose de esta manera a otros en la región. Si mañana Israel firmara milagrosamente un acuerdo con el liderazgo palestino en Ramala, ¿Cómo saber quién estará al mando en tres, cinco o diez años?
Pese a sus más de 80 años, Mahmud Abbas todavía no ha nombrado a un sucesor; una feroz lucha interna por el control de la Autoridad Palestina está gestándose en Cisjordania; y Hamás, ya en control de la Franja de Gaza, tampoco se quedará de brazos cruzados. La inestabilidad que se produzca allí afectará sin duda –pero no exclusivamente– a Israel, creando grandes problemas a Jordania también.

Ante todo, ¿por qué se han alineado los israelíes con la derecha, debilitando lo que alguna vez fue un robusto bloque de partidos de centro-izquierda? Algunos expertos lo atribuyen a la inmigración desde la ex Unión Soviética y el alto crecimiento demográfico de los judíos ortodoxos. Pero la principal razón, diría la gente común y corriente, es la acumulación de frustraciones desde el año 2000 –el fracaso de los esfuerzos del ex Primer Ministro Ehud Barak y el ex Presidente Bill Clinton para llegar a un acuerdo de dos Estados, el cual fue rechazado por el líder de la OLP, Yasser Arafat, quién en respuesta detonó la segunda intifada; el retiro israelí del Sur de Líbano, sólo para ver el espacio invadido por Hezbolá y su ejército; el retiro israelí de Gaza, con la consiguiente expulsión de Fatah y la toma del poder por Hamás; y Abbas mismo, que si bien se lo ha considerado un hombre con quien se podría firmar la paz, en gran medida se ha ausentado de la mesa de negociaciones, incitando en vez el martirio y la deslegitimización de Israel.

Y esto nos trae a la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada el pasado viernes. La pregunta aquí es si ahora estamos más cerca de la reanudación de las negociaciones de paz. Por ahora, parece claro que su consecuencia ha sido negativa. Lo que ha hecho es envalentonar a Abbas en su estrategia de internacionalizar el conflicto y tratar de arrinconar a Israel, a la vez que ha empujado a Netanyahu a declarar que la comunidad internacional no presta oído a la posición de Israel de forma justa.

¿Por qué la resolución el viernes, con la abstención de Estados Unidos? ¿Y por qué este discurso el miércoles, a tan sólo 24 días de que Obama le entregue el poder a una nueva administración, cuya visión, como usted sabe, difiere de las opiniones que ha vertido en su discurso?

¿Fue para sentar las bases de futuras acciones en el Consejo de Seguridad de la ONU, dándole un empuje a la conferencia en París programada para mediados de enero? ¿Fue para crear una realidad en el terreno que sea difícil de ignorar o esquivar para la nueva administración?
Como dije al comienzo, no dudo de su compromiso con Israel. Pero no puedo dejar de preguntarme qué está ocurriendo exactamente. A menos de que de ahora al 20 de enero usted emita declaraciones de relevancia sobre la masacre en Siria, el caos en Libia, el rol desestabilizador de Irán en Medio Oriente y su creciente desafío a las fuerzas armadas estadounidenses, la ocupación rusa de Crimea y Ucrania del Este –todos asuntos que afectan intereses fundamentales de los Estados Unidos y que posiblemente no sean abordados de la misma forma por el Presidente Trump y su administración, ¿por qué sólo prestarle atención a este asunto en particular, y con un aliado tan cercano, el viernes en la ONU, el miércoles en el Departamento de Estado, y de nuevo en la ONU posiblemente –con o sin la iniciativa de Estados Unidos– o en París?

Antes de terminar, permítame citar un último detalle, en honor a la historia y la justicia.

Uno de sus seis principios fue la solución del tema de los refugiados palestinos. Esperé que usted agregara en ese pasaje una referencia a los refugiados judíos, pero no fue así.

Sr. Secretario: como usted sabe, no hubo uno, sino dos grupos de refugiados creados por el conflicto árabe-israelí, y fueron de casi igual tamaño. Si bien uno de estos grupos es mantenido bajo el status de refugiados por UNRWA y la ausencia de un mandato para su reasentamiento (y el de sus descendientes a perpetuidad), el otro se integró a la sociedad israelí, rehusando a ser usado como instrumento político. Eligieron seguir adelante con sus vidas. La tragedia –y los reclamos– de ambas poblaciones merecen igual atención.
Finalmente, al igual que usted y el fallecido Shimon Peres, me rehúso a negar la posibilidad de un futuro mejor. He visto suficientes milagros en mi vida como para convencerme de que los cambios históricos son posible –por mencionar algunos: el fin del apartheid en Sudáfrica, los tratados de paz de Israel con Egipto y Jordania, la reconciliación franco-germana, el colapso del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro, la consolidación democrática en Argentina, Brasil y Chile y el rescate de millones de judíos de la Unión Soviética.

Pero viniendo de una familia que vivió los flagelos del comunismo, el nazismo y el yihadismo, sé que debemos tener la capacidad de no sólo imaginar lo mejor, sino también de temer lo peor.

Muchos israelíes y sus aliados tienen historias familiares similares a la mía. Cuando las circunstancias lo permiten, los israelíes actúan. Así lo han hecho en el pasado, y así lo harán ahora. La prioridad siempre ha sido lograr una paz duradera.

Sin embargo, para que esto ocurra, necesitan creer que del otro lado hay líderes comprometidos, que están preparados para negociar en buena fe. Tristemente, queda por verse si éste es el caso, al menos en el corto plazo.

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