Itongadol/AJN.- Los tiempos han cambiado, para llevar a cabo una revolución, en primer lugar hay que tomar los medios de comunicación. El precario intento de golpe de estado del fin de semana pasado en Turquía puede empujar al país fuera de la OTAN y lejos de Estados Unidos. Por Alon Ben David (experto en temas militares), Diario Maariv.
En los años 80 del siglo pasado, el Mayor Moisés Giroldi, del ejército de Panamá, decidió que había llegado el momento de reemplazar a Manuel Noriega. Organizó varios destacamentos del ejército, se puso en contacto con los estadounidenses y les pidió ayuda para llevar a cabo el golpe (sólo se olvidó de dejarles un número de teléfono donde pudieran ubicarlo). En la mañana del golpe Giroldi tomó el complejo presidencial y se dirigió respetuosamente al presidente Noriega: "Señor General, le ruego que me acompañe, usted está detenido", dijo cortésmente. Al mismo tiempo, transmitió un comunicado por radio en nombre del Consejo de la Revolución. Pero los estadounidenses habían olvidado bloquear una de las carreteras que conducen al palacio, y en cuestión de horas irrumpieron desde allí las fuerzas leales al presidente. Noriega, furioso, tomó su arma y le disparó tres veces, mientras gritaba: “¡Así no se hace una revolución!”
La experiencia de Turquía del fin de semana pasado fue un hecho a escala mucho mayor, pero no menos precario. Se basó en las guías revolucionarias del siglo pasado, pero resultó ser que los tiempos han cambiado. Para hacer lo que el ejército turco podría haber hecho de manera eficiente en 1980, ahora es necesario tomar el control de todos los medios de comunicación en el país, incluyendo celulares e Internet.
También hay que controlar todos los aeropuertos, y no sólo uno de ellos. Y si se quiere asegurar el éxito, es preferible que la revolución comience cortando las cabezas de los dirigentes, o al menos neutralizándolos.
Al día siguiente del intento de golpe, la prensa turca aseguró que el avión en el que se encontraba Erdogan estuvo en la mira de los aviones F-16 de los rebeldes y ellos decidieron no derribarlo. Es difícil saber si esa historia es real, porque desde el momento en que la revolución fracasó, todo lo que se publica es la versión de los vencedores.
La rápida llamada telefónica del primer ministro Binali Yildirim a la televisión, una hora después del inicio de la revolución, puso en evidencia que los revolucionarios no habían tomado realmente el gobierno. Cuando también Erdogan apareció en la transmisión a través del famoso FaceTime, ya estaba claro que la revuelta había fracasado. Dicho sea de paso, recomiendo a todos los que sostienen las teorías de conspiración y del auto-golpe, que observen la cara de susto de Erdogan durante esa transmisión. Esa no es la cara de alguien que planificó y puso en escena un golpe de estado ficticio.
Si ya hablamos de conspiraciones, las buscaría en la vía Moscú-Ankara. Pero los rebeldes no tenían ninguna potencia que les diera respaldo público. Estados Unidos, tal como hizo también en Egipto y en la Revolución Verde de 2009 en Irán, se apresuró a darles la espalda. Barack Obama y John Kerry no son capaces de identificar a un amigo o una buena oportunidad ni siquiera cuando los tienen a un metro de distancia.
Pero lo que funcionó para Al Sisi en 2013, incluso sin el apoyo norteamericano, no podía funcionar en Turquía. Al Sisi lideró una revolución efectiva cuando era un eficiente ministro de Defensa y el pueblo egipcio lo apoyaba. Después de probar el gobierno de los Hermanos Musulmanes, los jóvenes de la plaza Tahrir comprendieron que un gobierno militar es menos doloroso que la “democracia” islamista. Los turcos no están en esa situación.
Resultó muy difícil esta semana encontrar alguien en Turquía que estuviera de acuerdo con la idea de la revolución. Incluso los más duros opositores de Erdogan, claramente seculares y liberales, no podían soportar la idea de que el ejército tomara por la fuerza las riendas del gobierno. Es posible que en los días que pasaron desde entonces cambiaran de opinión, pero en la noche de la revolución frustrada, todo el pueblo turco estaba en contra de los revolucionarios.
La contrarrevolución
A pesar del fracaso, hay que admitir que los conspiradores lograron mucho más de lo que cabría imaginar. Pocos, o quizás nadie, creían que hay en el oprimido y castrado ejército turco fuerzas que ayudarían a realizar una revuelta y que lograrían organizar un operativo con miles de soldados en secreto, sin que las autoridades se dieran cuenta.
Ahora, ese ejército será mucho más reprimido y castrado. El recuento provisional indica que hay unos 6.000 militares en prisión, que ya alcanza el 1% del ejército, y Erdogan no ha dicho basta. En su declaración de estado de emergencia, redujo aún más el poder del ejército y lo puso bajo el mando de los gobernadores de distrito. Así, Erdogan se desconecta de su ejército y deposita toda la confianza en la Policía y el público que lo apoya.
Cientos de miles de soldados y oficiales están viendo ahora a sus colegas siendo humillados y torturados por la policía. Puede que en poco tiempo también los vean ahorcados. Al principio, esto tiene un efecto disuasorio – pero después irrita. ¿Podrá Erdogan continuar enviando a su ejército, humillado y oprimido, a morir por él en la guerra sin esperanza contra los kurdos? ¿Aceptarán los militares ser carne de cañón sin poderes reales? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que la purga – en la mayoría de los casos arbitraria – lleve a otro grupo de agentes a la conclusión de que, si de todos modos van camino de la horca, es mejor al menos tratar de rebelarse?
Si, tal como anunció, Erdogan “respetará la exigencia pública de pena de muerte”, abrirá un nuevo frente contra los kurdos. Los kurdos comprenderán que ellos son los siguientes en la lista y Turquía se desangrará. Los jóvenes turcos se unirán sin dudarlo a las filas del PKK, y el terror golpeará en cada rincón del país. La economía turca, tan cuidada por Erdogan, sufrirá un duro golpe.
Tampoco los oficiales de inteligencia escaparán del castigo. En la prensa turca se dijo que ellos recibieron alertas incluso el viernes a mediodía, pero no pusieron al tanto al presidente. El jefe del MIT, el “Mossad” turco, pagará el precio por ello y no parece que vaya a recibir el nombramiento de embajador que le habían prometido.
Resulta difícil saber si la contrarrevolución de Erdogan consistirá solamente en aumentar sus propios poderes o incluirá también dimensiones religiosas que lleven a Turquía al modelo iraní. La mitad laica y democrática de Turquía observa con pánico el desarrollo de los acontecimientos. Ven la turba que se hace con el control de las calles alentada y convocada por Erdogan, y comprenden que cualquier crítica, incluso un post en Facebook, puede llevarlos al arresto inmediato. Muchos turcos cuyo nombre de pila es Fethullah, como el del líder exiliado en Estados Unidos – Fethullah Güllen – corrieron esta semana al Ministerio del Interior para cambiarlo.
Pero esa gente puede representar también la esperanza. Quienes con sus propios cuerpos frenaron a los militares revolucionarios comprenden ahora cuánto poder tienen. Si Erdogan los oprime, pueden – en algún momento – incluso rebelarse en su contra.