(Especial para AJN, por Abraham Skorka *) El 27 de enero -día en el que en 1945 las tropas soviéticas liberaron el campo de exterminio de Auschwitz, la más grande entre las fábricas dedicadas al asesinato industrial de millones de personas – fue declarado por las Naciones Unidas en su 42º Sesión Plenaria del 1º de Noviembre de 2005 como el “Día Internacional de Conmemoración anual de las víctimas del Holocausto”.
Conmemorar denota concientizar vivamente un hecho trascendente mediante la reflexión, al análisis y al compromiso. Es un ejercicio que demanda para su realización de una visión particular, en base a la experiencia existencial de cada uno, y de una visión colectiva, observando todo aquello que acaece en derredor.
El tiempo desdibuja los hechos. Aún las fotos y las películas que testimonian los mismos suelen ser vistos a través de una óptica donde la verdad histórica pierde sus reales dimensiones del horripilante drama acaecido. Las jóvenes generaciones observan todo aquello como parte de un mundo del ayer, con el cual no siempre es fácil conectarse existencialmente en forma plena. Y hasta, si uno se desliza un poco en el “humor negro”, de acuerdo a un caricaturista argentino, puede llegar a ser tema de una tira cómica, o “material histórico discutible” para ciertos “intelectuales” progresistas, al igual que para los que el nazismo es sinónimo de grandeza, junto a inescrupulosos demagogos enfermos de poder, clérigos que pregonan inquina en nombre dios y muchos otros que en un demencial odio basan sus concepciones de vida.
Para los que hemos nacido apenas unos años después de aquel 27 de enero, y fuimos receptores directos del dolor de la tragedia, el Holocausto es un tema recurrente en la vida, pues al igual que las víctimas, pero en grado infinitamente diferente, las marcas lacerantes se hallan indeleblemente grabadas en la memoria.
¿Cómo olvidar a aquella excelsa maestra que con tanto entusiasmo enseñaba hebreo, Biblia, tradiciones e historia judía, que en los días de calor cuando se arremangaba el guardapolvo dejaba ver una infame cicatriz en su antebrazo? No quiso que la marca de la ignominia siga mancillando su cuerpo, y arrancó el número que pretendió transformarla en objeto trocándolo por una cicatriz que la vuelva a ser persona.
¿Cómo olvidar la infinita tristeza de abuelos, padres y demás miembros de la familia que vinieron a la Argentina en búsqueda de paz y progreso a través de un trabajo digno, con la esperanza de volver a ver o tan siquiera cartearse y saber acerca de los seres queridos que quedaron en el suelo natal, y supieron que ya nada queda de ellos, que ni siquiera sus cenizas hallaron un lugar señalado para su respeto sobre la faz de la tierra?
Después del Holocausto, las autoridades de la AMIA de entonces, entendiendo el sentimiento de muchos que carecían de un sepulcro de sus seres queridos delante del cual verter el dolor agobiante y pronunciar una oración, trajeron cenizas de Auschwitz, Treblinka y Maidanek y construyeron el monumento que las contiene hasta el presente.
Frente a ese monumento, acompañados por padres y abuelos, los jóvenes tuvieron una de las lecciones más desgarradoras de la inmediata historia de sus ancestros en Europa. Allí se enteraban del destino que tuvieron sus parientes mayores por el hecho de haber sido judíos, y en más de uno surgían preguntas punzantes que de alguna u otra forma le siguieron acompañando durante su vida.
Negar el Holocausto, tomarlo con liviandad, es herir una de las fibras íntimas y más sensibles del corazón de muchos judíos, y debiera sacudir a todas aquellas sociedades que tienen sus reales cimientos existenciales en la justicia y dignidad del individuo. Los 67 años transcurridos no minimizan ni transfiguran el horror y la lección que debe ser aprehendida de aquellos abominables hechos. Lo acaecido debe quedar grabado en el corazón y mente de todos aquellos que con sinceridad buscan una senda distinta para lo humano. Debe ser la perenne alerta contra la ignominiosa insensatez de enfermizos líderes de sociedades cegadas por sus bajezas, que pueden adquirir el poder de transformar la tierra en horripilante infierno.
Ningún crimen puede ser relativizado ni visto con superficialidad. Las víctimas de las manifestaciones de ignominia acaecidas en nuestro país, los caídos en las luchas por la dignidad del individuo, tanto en nuestro medio como en todos los confines, no pueden ser materia degradada por estériles luchas políticas ni dada a infames tergiversaciones de lo acaecido. La negación de los hechos, la tergiversación de la historia, la aproximación con liviandad al tema, son acciones que azuzan las aún humeantes brazas con que se cremaron los millones de cadáveres asesinados en aquellos campos. Los inescrupulosamente torturados hasta la muerte son nuevamente vejados y ultrajados mediante tales acciones. La última esperanza en sus míseras existencias, que sus vidas adquieran sentido a través del grito perenne de los reclamos de justicia que emana de sus memorias, es mancillada.
Hay temas que demandan del silencio reverente que ayuda a omitir toda expresión banal, gratuitamente ofensiva. Hay temas que sólo pueden analizarse mediante el profundo y calificado análisis. Hay temas en los que el “vale todo” en el que se ha transformado la cultura de nuestros días debiera respetar, si se pretende rescatar tan siquiera una pequeña dimensión de la dignidad humana.
*Rector del seminario rabínico Latinoamericano M. T. Meyer y Rabino de la Comunidad ´Benei Tikva´
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