Itongadol.- Alcanzado por uno de los dolores más irreparables en la vida, como es la pérdida de un hijo, Gabriel Gromadzyn pudo canalizar ese drama continuando, junto a su esposa, la actividad solidaria que desarrollaba el joven.
A comienzos de la década del ‘80, Gabriel Gromadzyn vivía en Jerusalén junto a su mujer, Paula Schapiro, bailarina y profesora de danzas. Se había ido hacia esa ciudad histórica, cuna de religiones, con una beca, para estudiar Geografía y Administración de Empresas en la Universidad Hebrea local, aunque pronto comenzó a ganarse la vida como guía de turismo, una actividad que asegura “me enriqueció mucho a nivel humano”.
Gabriel, hoy con 58 años, es porteño, de Villa Real, pero casi toda su vida vivió en Villa Crespo. De ahí la pasión por el club de sus amores, Atlanta. Su padre fue empresario textil, aunque las coyunturas y altibajos del país le hicieron bajar la cortina en algún momento. Se educó en un colegio avanzado de la colectividad judía en Haedo, y la secundaria la hizo en el Hipólito Vieytez.
En 1986 Gabriel y su esposa, por cuestiones familiares, retornan a la Argentina. Y allí el destino pareció hacerle un guiño en lo que implicaría un giro fundamental en la vida de ambos, ya que Paula queda embarazada, y en 1987, nace su hijo Dan. Y casi inmediatamente, al año, viene al mundo su hermana Iara.
Durante un par de décadas, la vida pareció no tener sobresaltos para la familia. Gabriel se había establecido con su agencia de viajes Aborigen Tours, mientras Paula seguía con su actividad artística, y su hija también seguía los pasos del arte.
Mientras tanto, su hijo Dan llegaba a la adolescencia terminando sus estudios en la ORT, especializándose y comenzando a trabajar en cuestiones relacionadas con sistemas y tecnología, y, por herencia de su madre platense, abrazando sin reservas una pasión incontenible por Estudiantes de La Plata.
Pero además, Dan tenía una sensibilidad social muy grande, que comenzó a canalizar en distintos trabajos solidarios, a través de un grupo llamado Raíces, vinculado con el club Macabi.
Gabriel cuenta que “Dan hacía un culto de la amistad y viajaba a lugares como Rosario del Tala, y a Claypole, y visitaba centros donde llevaba colectas y juguetes para los chicos carenciados, y junto a sus amigos les ofrecían teatro de títeres y shows diversos” y destaca que “lo llamaban el pibe del Leoncito, ya que llevaba un títere en su mano con la imagen de un León, el símbolo de Estudiantes”.
Hasta que un día, en 2009, Dan les dijo a sus padres que no se sentía bien, por lo cual se hizo unos chequeos que no arrojaron ningún resultado aparentemente preocupante”. Sin embargo, luego de un viaje que Gabriel realizó a Israel y que debió interrumpir, la situación cambió. Relata que “cuando luego de un estudio el médico nos dijo lo que pasaba se nos cayó el mundo encima: Dan tenía cáncer de colon, y tenía varios órganos tomados, y nos explicó que esta enfermedad suele ser asintomática, por eso es necesario un control periódico”.
Durante las semanas siguientes, se hicieron todos los tratamientos posibles para detener el mal, desde quimioterapia hasta consultas en los mejores centros sanitarios. Según Gabriel “Dan le puso toda la energía, pero cada vez lo abandonaban más las fuerzas, y dejó de trabajar y estudiar”. Cuenta que “los últimos tres meses estuvo internado, y hasta tuvo la satisfacción de ver por TV a Estudiantes consagrarse campeón de América, y todavía me decía: ‘yo tendría que estar en la plaza festejando’, y yo le contestaba: ya vamos a ir a Dubai a verlo contra el Barcelona”. Pero el destino tenía otra carta jugada, y Dan se despidió el 26 de julio sin ver a su amado Pincha jugar la final del Mundo. Y allí comenzó para Gabriel y Paula otra dura batalla: la de mantener vivos los deseos de su hijo.
El libro, su forma de hacer catarsis
Para Gabriel, una forma de hacer catarsis pero al mismo tiempo de dar testimonio de lo que fue el aporte de Dan y de su actividad, y las vivencias de sus padres por no dejar en el olvido esas enseñanzas de vida, fue concretar la escritura del libro “La Posta de Dan”, donde, con idas y vueltas, cuento todo lo que vivimos, desde el drama en sí, la desolación que nos produjo a todos, pero también la lección de vida que nos dejó, y la sensación de que era necesario contarlo”. Remarca que “tuve muchas dudas, a veces lo dejaba, pero Paula me instaba a que lo hiciera. Y cuando unos escritores amigos me apoyaron, me decidí, y una prima pintora colaboró con una ilustración de tapa muy simbólica”.
Cuenta que “en principio se iba a llamar Deriva, porque yo, Dan y todos derivamos en otra cosa, además de la sensación de sentirse a la deriva: Pero me ayudó, porque además volví al aula, como profesor de historia, a enseñar la historia pero con otro criterio más amplio, relacionado con la ciencia y la evolución del ser humano, y los riesgos de la explosión tecnológica y la incertidumbre sobre el futuro”.
Varios emprendimientos solidarios
Gabriel relata que “a los pocos días de morir Dan me llaman de la consultora donde él trabajaba, y me dicen que debía ir a buscar un dinero, y a mí era lo que menos me interesaba, me sentía mal de recibirlo. Lo charlamos con Paula, y acordamos dárselo a su hermana, a su novia y a los lugares donde él iba a ayudar”.
Poco después fueron al centro comunitario de Claypole, charlaron con la directora y surgió la idea de hacerle un homenaje a Dan. Así, se hizo otra colecta, se reunió a gente amiga, a los chicos de la zona, y se armó un encuentro al que fueron como 300 personas.
“Ese día, justo como una señal, cuando jugaban Estudiantes y Barcelona, se inauguró el centro cultural con el nombre de El Leoncito Dan, como recuerdo hacia él, y hasta se hicieron remeras alusivas rojiblancas. Para nosotros, fue como continuar con su lucha, y nos propusimos seguir el camino que había iniciado Dan”.
Así, fueron surgiendo posibilidades: un comedor en una zona pobre de la ciudad de Santiago del Estero, donde una chica les daba de comer a 150 chicos, luego en la ciudad de Weisburd, también en esa provincia, y logramos constituir una asociación civil con el nombre de El Leoncito Dan”.
A estas iniciativas se sumaron varios centros para colaborar con los pibes: en la ciudad entrerriana de Rosario del Tala, la creación de un comedor para chicos en el barrio El Faro, en San Miguel, llamado Comedor Los Angelitos El Leoncito Dan.