Itongadol.- El apoyo del magnate a su principal aliado en la región, Israel, es una de las pocas certezas aquí. La retirada de sus efectivos en Siria o Irak, revocar el acuerdo nuclear con Irán, o su relación con las monarquías del Golfo, algunas de las incógnitas.
Quedan dos meses para que Donald Trump se haga con las riendas de la Casa Blanca y adivinar que hará en la zona más conflictiva del mundo sigue siendo un imposible.
Durante la campaña abogó por una nueva actitud aislacionista y una desconexión progresiva de los conflictos que sacuden a esta región –Siria, Irak, Libia, Yemen– así como por adecuar los intereses de Rusia en la zona. “Sin embargo, aún es pronto para saber cuál será su estrategia”, opina el experto del Centro Begin-Sadat de la Universidad de Bar Ilán, Efraín Inbar. Lo que esta claro, asegura, es que su relación con Israel será la piedra angular de cualquier decisión que adopte sobre Oriente Próximo.
“El presidente electo es sin duda más afín a Israel que (Barack) Obama”, asegura Inbar. “Tiene una visión muy crítica del acuerdo nuclear con Irán, en lo que coincide con (Premier israelí, Benjamín) Netanyahu”, añade. “La cuestión está en ver cuántas de esas promesas pondrá en práctica”, continúa. De momento, el magnate norteamericano ya ha invitado Netanyahu para que le visite en Washington.
A diferencia de las elecciones de 2011, en que este premier apoyó abiertamente al candidato republicano, Mitt Romney (lo que le acarreó críticas por inmiscuirse en la campaña), esta vez Netanyahu prefirió callar y esperar. En vez de colocar todos sus huevos en la cesta republicana los repartió a partes iguales, dado que a pesar de su mayor afinidad ideológica con Trump las encuestas vaticinaban la victoria de Hillary Clinton. “Por este motivo se dejó llevar por las negociaciones del paquete de ayuda militar para los diez próximos años cerrado el pasado mes de septiembre con Obama, en vez de buscar una prórroga artificial que le permitiera recibir una oferta mayor”, dice el director del Instituto Palestino para el Estudio de las Relaciones Internacionales, Mahdi Abdel Hadi.
Además, Netanyahu cumple ese perfil de hombre fuerte que tanto aprecia Trump. El mismo por el que se entiende tan bien con el presidente ruso, Vladimir Putin, o con otros autócratas de Oriente Medio como el líder egipcio, Abdel Fatah Al Sisi, o su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan. Así, todo apunta a que su estrategia regional presentará un segundo componente en forma del reforzamiento de sus alianzas con los regímenes autocráticos sunitas, especialmente con el triángulo formado por Egipto, Turquía y Arabia Saudí, al que se unirían los Emiratos Árabes Unidos y Qatar.
Precisamente su condición de hombre fuerte podría asegurarle a Bashar Al Assad un futuro con el que posiblemente no habría podido soñar de haber ganado Clinton.
En el caso de la guerra civil siria, Trump parece aplicar la doctrina del mal menor y estar dispuesto a permitir que Rusia, Irán y la guerrilla chiíta libanesa Hezbollah intensifiquen sus operaciones militares sobre el terreno de cara a lograr una victoria militar. El presidente electo ha dicho que su objetivo prioritario será derrotar al ISIS, que se encuentra acosado en todos sus frentes.
Los que quizás tienen más que perder dentro de este nuevo escenario serían los palestinos y su objetivo nacional. Defensor de la legalización de los asentamientos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental, Trump podría darle la puntilla a la hipótesis de creación de un Estado palestino. “Para cuando éste abandone la Casa Blanca, la política de hechos consumados practicada por Netanyahu (el número de colonos es ya de 600.000 y crece a un ritmo superior al de la propia población israelí) habrá creado un Estado binacional de facto, que ya sólo quedará reconocer de iure”, asegura Abdel Hadi.