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Hamakom Shelí: ‘‘Este es un trabajo del corazón y el alma, de poner el cuerpo día a día’’

Por M S
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Itongadol.- Hamakom Shelí es la primera escuela hebrea que brinda educación judía para niños, adolescentes y jóvenes con necesidades educativas especiales. Está ubicada en el barrio porteño de Once y actualmente cuenta con 51 alumnos. En diálogo con Iton Gadol, David Waiswain, administrador de la institución, expresó: ‘‘Esto es un trabajo de corazón. Si no lo hacés con el corazón, no funciona. Esto es dejar el alma día por día. Uno no habla de que sea una mitzvah, porque es un trabajo y cobra un sueldo por lo que hace, pero tiene mucho que ver con eso’’.

En relación a cómo los afectó la pandemia, Waiswain aseguró: ‘‘En marzo de 2020 nos dijeron que teníamos que cerrar, recién habíamos empezado el año escolar y no sabíamos cómo íbamos a seguir. Esta es una escuela de educación especial y trabajar con los chicos en forma personal es difícil, esto es cuerpo a cuerpo. ¿Cómo íbamos a imaginar trabajar con los chicos vía Zoom? Era impensado. Hoy en día tenemos 51 chicos, dividido cada uno por sus necesidades y por edades. Tuvimos que empezar a pensar qué hacíamos a partir de la cuarentena. Nos pusimos a trabajar, a idear y a dividir los chicos que podían conectarse por Zoom. Hubo que hacer un replanteo pedagógico, que trabajó la dirección de manera fantástica, y con los padres. Porque había que convencerlos de que ésta era la única manera en la que los chicos podían tener un tipo de relación con el colegio’’.

‘‘Cuando nos dijeron que teníamos que cerrar, creímos que iba a ser por dos semanas. Pero el tiempo iba pasando y la situación no cambiaba. Y los chicos necesitaban al colegio, porque vienen a aprender. Hay alumnos que arrancan desde los 6 o 7 años, que empiezan a trabajar en las relaciones interpersonales, y también están los chicos grandes, que su trabajo es la formación laboral, y se los instruía para que trabajen con algo y salgan a vender lo que producían, por ejemplo pletzales, tortas, tartas y pizzas, salían a vender eso. Y de un día para otro se quedó todo en la nada. Fue tremendo’’.

¿Cómo atravesaron la pandemia?

Fueron dos años duros y difíciles. El 19 de marzo de 2020 nos dijeron que teníamos que cerrar, recién habíamos empezado el año escolar y no sabíamos cómo íbamos a seguir. Esta es una escuela de educación especial y trabajar con los chicos en forma personal es difícil, esto es cuerpo a cuerpo. ¿Cómo íbamos a imaginar trabajar con los chicos vía Zoom? Era impensado. Hoy en día tenemos 51 chicos, dividido cada uno por sus necesidades y por edades. Tuvimos que empezar a pensar qué hacíamos a partir de la cuarentena. Nos pusimos a trabajar, a idear y a dividir los chicos que podían conectarse por Zoom, y a los que podían quedarse con una computadora para ver algo y entretenerse. Hubo que hacer un replanteo pedagógico, que trabajó la dirección de manera fantástica, y con los padres. Porque había que convencerlos de que ésta era la única manera en la que los chicos podían tener un tipo de relación con el colegio. Cuando nos dijeron que teníamos que cerrar, creímos que iba a ser por dos semanas, a lo sumo tres semanas o un mes. Pero el tiempo iba pasando y la situación no cambiaba. Y los chicos necesitaban al colegio, porque vienen a aprender. Hay alumnos que arrancan desde los 6 o 7 años, que empiezan a trabajar en las relaciones interpersonales, y también están los chicos grandes, que su trabajo es la formación laboral, y se los instruía para que trabajen con algo y salgan a vender lo que producían, por ejemplo pletzales, tortas, tartas y pizzas, salían a vender eso. Y de un día para otro se quedó todo en la nada. Fue tremendo. Teníamos un quiosco en el que los chicos vendían los productos para saber cómo vender, cómo cobrar y aprender ellos a dar el vuelto. Eso lo hacíamos buscando que aprendan el oficio. Y todo eso se nos cayó a pedazos, de un día para otro. Y con el Zoom se hacía lo que se podía. En esa etapa y de manera virtual dábamos ayuda psicológica, clases de música para que escuchen música, y se hacía lo que los docentes podían hacer por Zoom, sin perder el hilo de conexión entre el alumno, la escuela y los docentes. Fue una etapa durísima. Hasta que empezamos a abrirnos muy despacio, primero con las burbujas, despacito, de a medio día, y fuimos caminando a lo que este año empezamos a tener, a todos los chicos medio turno a la mañana, otros a la tarde, y desde las vacaciones de invierno volvimos a la normalidad.

Creo que el donante entendió en estos dos años que era muy importante su rol, y esto se vio en las Altas Fiestas en las sinagogas, ya que las celebraciones se compartieron virtualmente, por la imposibilidad de asistir a los templos. ¿A ustedes les pasó algo similar? En cuanto a la importancia de los donantes.

No te olvides que nosotros estamos bajo la órbita de Asociación Israelita Sefaradí Argentina, que es totalmente ortodoxa. En Hamakom Shelí nosotros no le cobramos un peso a los padres, acá todo lo que ingresa tiene que ver con las obras sociales y las prepagas, que dan el reintegro por la discapacidad. Y también tenemos nuestros donantes. Y esos donantes durante un año y medio desaparecieron. Durante ese tiempo no supimos lo que eran los donantes. Porque el donante de Hamakom Shelí, en el 90%, es el comerciante (80% sefaradí), que tuvo durante un año su negocio cerrado, entonces no se podía pensar en que nos doné alguien que tenía su negocio cerrado. De marzo de 2020 a abril de 2021 estuvimos un año fuera de todo, lo bancamos como pudimos, siempre cumpliendo primero con las obligaciones de los docentes, porque a ellos les tenés que pagar. El sustento de cada uno hay que cuidarlo. La situación con las obras sociales fue complicadísima, porque durante dos o tres meses desaparecieron y no había con quién hablar, no te atendían el teléfono ni te contestaban los mails, y no sabíamos porque no nos estaban transfiriendo la prestación. Se fue haciendo todo a pulmón en este tiempo. A partir de la mitad de este año empezaron a normalizarse las cosas, y seguimos en ese camino. El donante apareció, y en la época de los Iaamin Noraaim (los diez días que transcurren entre Rosh Hashaná y Yom Kipur) tomó un poquito más de fuerza y compromiso, y con eso llegamos a fin de año estabilizados.

¿La pandemia generó algún cambio que haya llegado para quedarse o se retoma la vieja normalidad?

El proyecto que nosotros tenemos es estándar, de trabajo con chicos discapacitados, también en base a las normativa que nos baja la Dirección General de Escuela de Gestión Privada, de acuerdo a las prioridades que ellos le dan a cada uno de los chicos. No es lo mismo trabajar con un joven que tiene síndrome de down que hacerlo con una persona con otro tipo de patología. Ellos nos mandan las normativas para trabajar y nosotros las seguimos. No creo que haya muchos cambios, lo único que esperamos es que podamos continuar con esta normalidad, porque con las cosas que se están viendo en el mundo nadie descarta nada.

Si se mantiene esta normalidad de la que habla, ¿Qué estima para el 2022?

Si dios quiere, lo que nosotros aspiramos, es que volvamos a la normalidad que teníamos antes de la pandemia, en la que los chicos hacían todas sus prácticas. Los chicos que hacen formación laboral, hoy no lo pueden hacer, porque no pueden salir a vender sus productos.

¿Cómo ve a los chicos después de la pandemia?

Hay chicos a los que la pandemia les pegó muy fuerte, les costó muchísimo seguir. Y también estuvo el tema de los padres. Porque teníamos a los médicos tratantes que decían que el alumno podía venir al colegio con su burbuja, pero de repente los padres decían ‘no, tengo miedo de que vaya’, y los chicos no venían. Y así teníamos un montón de casos. Y era totalmente entendible, a pesar de que el médico lo autorizaba. Con el correr del tiempo los padres fueron viendo que estaba volviendo todo a la normalidad, muy despacito, y aceptaban que vengan. Los únicos chicos que no vinieron son los que tienen patologías muy complejas, y los médicos decidían de manera taxativa que no vengan.

¿Qué significa para usted estar al frente de una institución como Hamakom Shelí?

Esto es un trabajo de corazón. Si no lo hacés con el corazón no funciona. Podés ser el mejor en lo que hacés, pero en este trabajo, si no lo hacés con el corazón, no funciona nada. Esto es dejar el alma día por día. Uno no habla de que sea una mitzvah porque es un trabajo y cobra un sueldo por lo que hace, pero tiene mucho que ver con eso.

¿Qué significa que la comunidad judía cuente con este espacio y tenga este recurso?

Imaginate que te tenés que remontar a la historia de Hamakom Shelí que tiene 35 años, esto nació por unos padres que tenían hijos con discapacidad y no tenían a dónde llevarlos, porque los echaban de todos lados. Hace muchos años a estos chicos los escondían. Después empezaron a salir hacia afuera, pero los chicos tenían necesidades. Entonces esos padres empezaron a organizarse, primero estaban en la comunidad de Lavalle, y luego en lo que es hoy el templo de Juan Agustín García, estuvieron nuevamente en Lavalle y luego en Tzavta, hasta que en un momento se dieron cuenta de que tenían que construir algo, y se construyó este edificio poniéndole el corazón, con donaciones, y con todo. Llevó mucho tiempo construirlo, pero se logró. Y se hizo especialmente para estos chicos, que no es lo mismo que darles un espacio.

Cualquier familia que tiene un hijo en esta situación puede acercarse y tocar el timbre de Hamakom Shelí. Esto es abierto a la comunidad.

Acá lo único que pedimos es que sean iehudim. No les preguntamos si son sefaradim, askenazim o satmar. Nosotros cuando viene alguien no le preguntamos de dónde es. Si son admisibles para la institución por su patología, están adentro. Después vemos si tienen obra social, prepaga o lo que sea. Porque acá tenemos chicos que no pagan un centavo.

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