Por Víctor Garelik*
La Shoá, como tragedia sin parangón de la historia de Occidente y, especialmente, del pueblo judío, es muy estudiada y enseñada en una constante actualización de necesidades y de cambios tecnológicos.
Su transmisión responsable y adecuada es un acto de prevención que estimula el pensamiento crítico y la advertencia de lo que el avance del prejuicio y la discriminación puede generar en una sociedad.
Como sostiene el historiador israelí Yehuda Bauer: “La Shoá se ha convertido en un paradigma que es comparado permanentemente con otros fenómenos históricos que aparentan presentar ciertas similitudes, y es hoy en día un instrumento legítimo, utilizado también para combatir el racismo y los brotes neo-nazis”.
Al ser un tema de alta complejidad, presenta muchos desafíos a quien tiene el rol de relatar su historia e impacto. Se ponen en juego cuestiones ideológicas, éticas y filosóficas.
Por eso su estudio debe ser interdisciplinario, incluyendo distintas áreas del conocimiento dado que la transversalidad de su contenido así lo amerita y genera mayor empatía e interés.
Si bien el odio antisemita fue el eje del programa genocida del Régimen Nazi, no fue creado en ese contexto. Es un fenómeno de larga data, y se actualiza constantemente según cada época.
Por eso, la importancia de aprender y reflexionar sobre los estragos que puede producir la judeofobia al ser llevada a su máxima expresión a través de un plan sistemático de violaciones a los derechos humanos.
La DAIA a través de su Programa Convivencia, llega a múltiples destinatarios trabajando la sensibilización y la toma de conciencia sobre estás temáticas desde una mirada de la diversidad.
Todas las sociedades pueden crear peligrosas condiciones para la indiferencia, el hostigamiento y la exclusión de un grupo.
El estudio de la Shoá contiene proyecciones universales y particulares. Nos invoca como humanidad. Nos obliga a no olvidarla y a resignificarla sin descanso.
*Director Ejecutivo de la DAIA