Por Adriana Camisar*
El pasado 7 de octubre, Israel sufrió el peor ataque terrorista de su historia. Miembros de Hamas, que se infiltraron desde la Franja de Gaza, perpetraron una masacre de proporciones indecibles contra civiles israelíes. No me gusta ser tan gráfica, pero creo que en este caso es necesario recalcar las atrocidades cometidas. Estos “animales” quemaron y decapitaron bebés, mataron a padres en frente de sus hijos y a niños en frente de sus padres, violaron a mujeres de la forma más violenta imaginable, quemaron casas con familias adentro, y la lista de atrocidades es tan larga que sería imposible terminar de describirla aquí. Además de esto, secuestraron aproximadamente a 200 personas (entre ellos bebés, niños y ancianos).
Este grado de crueldad y salvajismo anti-judío no se veía desde la segunda guerra mundial. Y, de hecho, se puede decir que la intención de los terroristas de Hamas fue (y es) claramente genocida. Analistas en los Estados Unidos notaron que, si se tiene en cuenta el tamaño de la población de Israel, lo que ocurrió equivaldría a 15 atentados como el del 11 de septiembre.
Al principio, y a medida que se iban conociendo los detalles de la masacre, Israel recibió muchísimo apoyo de la comunidad internacional. Pero a medida que Israel comenzó su ofensiva en contra de Hamas, este apoyo comenzó a debilitarse. Naturalmente, luchar contra los terroristas de Hamas en una zona tan densamente poblada como Gaza es muy difícil. Y a pesar de que el ejército israelí se esfuerza (quizás más que ningún otro ejército en el mundo) por cumplir con el derecho internacional humanitario, distinguiendo entre civiles y terroristas, las bajas civiles son inevitables, especialmente porque Hamas se esconde detrás de sus civiles, usándolos como escudos humanos.
Israel se enfrenta en estas horas a un gran desafío, que puede catalogarse como existencial. Porque no solo debe asegurar sus fronteras, decapitar al régimen de Hamas para que algo como esto jamás vuelva a ocurrir, e intentar rescatar a los rehenes, cuyo paradero y estado de salud se desconoce. Debe además prever que podrían abrirse otros frentes. Terroristas de Hezbollah podrían decidir ingresar al conflicto desde el Líbano, otros grupos terroristas podrían atacar desde Siria, y podría incluso haber insurgencias tanto en Cisjordania como dentro de Israel. Es indudable que tanto Hamas como Hezbollah responden a Irán, por lo que el potencial de que esto se convierta en una guerra regional es enorme, sobre todo si Hezbollah decide atacar.

Adriana Camisar
El presidente Biden ha mostrado su firme apoyo a Israel, no solo enviando dos grandes portaviones al Mediterráneo (lo que ha sido interpretado claramente como una advertencia para que otros Estados y grupos terroristas no se atrevan a ingresar al conflicto), sino además haciendo una visita sin precedentes a Israel (ya que es la primera vez que un presidente estadounidense visita Israel en tiempos de guerra). Sin embargo, y a pesar del gran apoyo americano, la situación es alarmante.
Israel tiene que librar esta guerra contra terroristas que no tienen ningún código moral y que no responden a nadie, mientras es acosado por la prensa internacional y sometido a un feroz escrutinio. Y es que, cuando se trata de Israel, el público parece dispuesto a creer cualquier cosa, aun cuando la información provenga de fuentes muy poco creíbles.
El reciente y dramático incidente en el hospital de Gaza ilustra perfectamente lo que ocurre cuando los prejuicios anti-israelíes interfieren con la correcta labor profesional. Tanto la prensa internacional como muchos líderes alrededor del mundo decidieron creerles a los líderes de Hamas cuando, tan solo unos minutos después de que ocurriera una explosión en un hospital de Gaza, estos culparon a Israel.
Cualquier especialista en la materia sabe que es imposible establecer el origen de una explosión en solo unos minutos. Pero, además, es muy difícil de entender que profesionales con amplia experiencia cubriendo Medio Oriente, y que conocen perfectamente como operan estas organizaciones terroristas, puedan haber considerado que Hamas era una fuente fidedigna de información.
Horas después, como era previsible, Israel entregó pruebas fidedignas e irrefutables que demostraron que la explosión se debió al fallo de un misil que la Jihad Islámica había lanzado “con el fin de matar civiles israelíes”, y que cayó por error en el estacionamiento del hospital de Gaza. Esta evidencia fue corroborada también por el Pentágono. ¡Pero a quien le interesan los hechos! El daño ya fue causado. Los gobernantes de Egipto y Jordania cancelaron su reunión con el presidente Biden, quien ya se encontraba camino a la región; y hubo muchísimas protestas en contra de Israel alrededor del mundo, además de amenazas contra objetivos israelíes y judíos, y espantosos incidentes antisemitas, como los ataques a las sinagogas de Túnez y Berlín.
Hamas, cruelmente, sigue sin entregar a los rehenes, ante la creciente desesperación de sus familiares y de toda la sociedad israelí, que sabe que cada día que pasa se reducen las esperanzas de encontrarlos con vida (cabe recordar que el más pequeño de los rehenes tiene tan solo 9 meses y la mayor 85 años). Y esta inhumana organización terrorista continúa lanzando misiles contra la población israelí, mientras logra que la comunidad internacional le exija a Israel que provea servicios y ayuda humanitaria a la población que habita el territorio desde el cual está siendo atacado. Al mismo tiempo, prácticamente nadie le exige a Egipto, una país árabe y musulmán que no fue atacado por Hamas, que tenga solidaridad con sus hermanos y abra un corredor humanitario en su frontera. Y así, como ocurre una y otra vez, se somete a Israel a un estándar al que no se sometería a ninguna otra nación enfrentada a semejante desafío.
Es común, lamentablemente, escuchar estos días voces que relativizan o incluso justifican las atrocidades perpetradas por Hamas. Y lo hacen haciendo referencia a las políticas israelíes, a la llamada “ocupación” israelí, o a la falta de recursos con los que cuenta Gaza. Pero lo cierto es que Israel abandonó Gaza en el año 2005, por lo que allí no existe ocupación alguna. Y los millones que se necesitaron para obtener misiles y armas y para construir semejante infraestructura del terror, desmienten que haya una falta de recursos. Gaza, por ejemplo, tiene extensas reservas de agua, pero Hamas decidió usar las cañerías donadas por la comunidad internacional para construir misiles.
En el último tiempo, Israel había autorizado a decenas de miles de habitantes de Gaza a trabajar en Israel. Y en muchos de los kibutzim cercanos a la franja, había personas que se dedicaban a ayudar a la población de Gaza. Esto es lo que los israelíes de buena voluntad recibieron a cambio.
Es tiempo de que el mundo despierte y deje de llamar a estos terroristas “militantes” o “luchadores de la libertad”. Aquí estamos frente a una organización islamista radical, netamente totalitaria y ferozmente antisemita. Su objetivo no es el establecimiento de un Estado Palestino sino la aniquilación del Estado de Israel y de su población. Su propia carta constitutiva lo dice, y ellos lo gritan a viva voz. Es tiempo de creerles.
Y todos aquellos que piensan que esto solo es un problema de Israel o de los judíos, deben entender que Israel es tan solo la primera línea de defensa contra esta ideología monstruosa, cuyo objetivo final es la destrucción total de los valores más básicos de nuestra civilización.
*Asesona de B’nai B’rith Internacional para Asuntos Latinoamericanos y de las Naciones Unidas. Directora Adjunta del Instituto Judío Americano de Relaciones Internacionales (AJIRI).