Itongadol.- Una y otra vez surgen voces sosteniendo que sería más coherente prepararse para ser Bar o Bat a una edad de veintipico, treintipico o hasta cuarenta años. Suena lógico, teniendo en cuenta que a diferentes edades el entendimiento es mayor, y en consecuencia, podría sacarse más jugo a la experiencia de bucear en sus propias raíces. Después de todo, de eso se trata hoy en día ser Bar Mitzvá, entre muchas otras cosas.
Por eso cabe la reflexión: Erguidos ante los pórticos de la turbulenta adolescencia, desde hace milenios nuestros jóvenes se preparan para rastrear sus raíces, sumidos en una profunda confusión de sentimientos, cambios hormonales, ingreso a escuelas secundarias, concreción de logros deportivos o sociales tras varios años de desarrollo, y decenas de etcéteras que pudiésemos imaginar. ¿A quién pudo ocurrírsele celebrar un Bar o Bat Mitzvá en esta compleja edad?
La respuesta es más que obvia: A nuestros sabios, que aún sin los conocimientos científicos actuales, tenían algo más privilegiado: “Kop” (cabeza, en Idish). Observadores de la vida, como nadie, se ocuparon de documentar qué pasaba con las personas desde que nacían hasta el último de sus días. Y descubrieron que entre los 12 y los 15 años aproximadamente, había algo que los volvía, de alguna manera, inestables. Tan inestables como aquél bebé que aprende a caminar, primero agarrado de las manos de sus padres y luego pide que lo dejen solito aunque eso implique un chichón potencial. Pues bien, en la adolescencia ocurre exactamente lo mismo: Hasta allí fueron acompañados de la mano. Ahora emprenden un camino de vida que (por mucho que nos pese nostálgicamente a los adultos), recorrerán en forma utónoma con su propio empuje y orientación.
Aún conociendo los peligros, hemos ayudado a nuestros bebés a caminar solos. Los hemos incentivado, estimulado y dotado con la seguridad necesaria de que pueden hacerlo. En la adolescencia, hace unos 2000 años, los jajamim detectaron que los jóvenes también necesitan de ese incentivo, estímulo y sensación de seguridad. Y para ello, determinaron importante darles “ese empujoncito” para empezar a caminar solos en la vida, dotándolos con el mejor combustible que puede haber: El sentido de la responsabilidad por sí mismos, por su prójimo, por su pueblo y por el mundo. Con esa responsabilidad en la bodega, les será más fácil tomar el timón con firmeza y atravesar todas las tormentas que la pubertad suele presentar. La intención no es evitarlas (eso no sería sano), sino capearlas y salir fortalecidos para un viaje que, anhelamos, será prometedor.
Ser Bnei Mitzvá en Bialik es el inicio de esa aventura. Es amalgamar tradición con conocimiento evolutivo. Implica recibir a los chicos como preadolescentes y convertirlos en Bnei Mitzvá. Es, sobre todo, contenido.
Informate, estamos deseosos de compartir nuestras experiencias con vos.