Ocupa más de 4200 metros cuadrados,-cuatro veces el tamaño del actual- y en su mayoría está pensado de manera subterránea. Tanto multidisciplinaria como interdisciplinariamente, presenta la historia de la Shoa, desde una perspectiva judía, enfatizando las experiencias de víctimas individuales a través de sus objetos, testimonios de sobrevivientes y posesiones personales.
Su estructura lineal (180 metros de largo), en forma de punta, se abre paso a través de la montaña en su pico más alto – un tragaluz-, que sobresale. La estructura es de concreto, semejante a un prisma triangular. Las galerías presentan la complejidad de la situación de los judíos durante esos terribles años; la salida del Museo surge, dramáticamente, desde la montaña, alcanzando una vista del valle que se encuentra debajo.
Composiciones únicas, espacios con una variedad de alturas, y diferentes intensidades de luz acentúan puntos específicos de esta narrativa desplegada.
Al final del espacio de la Narrativa Histórica del Museo, se encuentra el Hall de los Nombres, reservorio de las Páginas de Testimonios de millones de víctimas; memorial de aquellos que perecieron.
Desde el Hall de Nombres, los visitantes pueden continuar hasta el final y, desde allí acceder a un espacio, que balconea a una vista panorámica de Jerusalén.
En la ceremonia de apertura, participarán más de 30 delegaciones extranjeras, representadas por sus jefes de Estado y ministros, así como otros dignatarios. Hará uso de la palabra el Presidente israelí, Moshe Katsav, el Primer Ministro, Ariel Sharon, y el Ministro de Educación, Limor Livnat.
Muchos de los líderes mundiales ofrecerán comentarios en una ceremonia especial titulada «Recordando el Pasado y Delineando el Futuro», que tendrá lugar en Yad Vashem, el 16 de marzo.
La visita finaliza con una visita al antiguo museo, que completa su rol histórico, no solo como el primer espacio sistemático del Holocausto en el mundo, sino como el primer encuentro- especialmente para los nacidos terminada la Segunda Guerra Mundial- con el agujero negro que fue el Holocausto.
También representa un nostálgico adiós al mundo en extinción de la memoria colectiva, de la conmemoración incompleta, a las inscripciones en yiddish que despertaron risas prohibidas una generación atrás, adiós a las exhibiciones obsoletas y a las muestras patéticas y poco satisfactorias que, por sí mismas, fueron dolorosas.
El nuevo museo sigue los lineamientos de Dorit Harel, y está organizado según las reglas de la museología, siguiendo el espíritu de «Cada hombre tiene un nombre».
También contará con nuevos espacios para la educación, investigación, biblioteca, archivos, proyectos computarizados, monumentos y sitios de conmemoración.
Se agregó una nueva entrada, ya inaugurada en 2003, que incluye un portón, una plaza de entrada, un centro de visitantes, una cafetería y tienda de recuerdos, y una «serie de museos», que incluyen dos museos: uno de arte y otro histórico, ambos inaugurado en dos semanas.
El programa fue formulado a fin de estar preparados para una nueva realidad: el efecto del tiempo en la memoria, la tecnología en la era de la información y en las comunicaciones, la competencia sobre la conmemoración del Holocausto en los museos fuera de Israel, la aparición de nuevos alcances históricos que desafían a la narrativa central, las nuevas modas en la conmemoración, y el continuo aumento del umbral de emoción.
La arquitectura que probó su valor en sitios similares, desde el Memorial del Holocausto en Berlin y su Museo Judío, hasta Ground Zero en Nueva York y el futuro Museo de la Tolerancia en Jerusalén, fueron movilizados para la labor en Yad Vashem.
El actual edificio contiene pocas nuevas atracciones. Un colosal monumento de entrada, que semeja un acueducto romano, un centro de visitantes en una enorme carpa, rodeada por una galería con seis columnas en cada lado, una serie de plazas de piedra, con sus paredes, puentes y pasadizos y sobre todo, el museo histórico, que sobresale de la montaña y cuelga sobre un abismo. Simboliza el camino desde el Holocausto hasta el Renacimiento, en un recorrido que va desde las profundidades de las piedras, para finalizar en dos enormes alas, de concreto, que abrazan el inquietante panorama de las montañas de Jerusalén, estrujando los gritos de admiración del cautivado visitante.
El esplendor de efectos en Yad Vashem se contrasta con el Ohel Yizkor (Carpa del Recuerdo). La sombría estructura, como en un puño apretado, no se movió de su ubicación desde que fue construido en 1961, como fue planeado por el artista y arquitecto Aryeh Elhanani. Se seguirá utilizando en el futuro para las visitas oficiales y visitas de jefes de Estado extranjeros. Está ubicado en el punto más alto de la montaña.
Se ha tomado con mucho cuidado la tarea de recrear la vida en guetos y campos con precisión histórica, así como realizar una presentación con la mejor tecnología posible
«El objetivo era presentar el Holocausto desde una perspectiva de aquellos que lo vivieron, pero pronto nos dimos cuenta que no disponíamos del material», comenta Yehudit Inbar, curadora a cargo del nuevo museo. «Las víctimas fueron asesinadas, sus pertenencias, saqueadas; lo que queda es la documentación alemana, las fotografías blanco y negro, usadas en el viejo museo. Estas fotografías contaban la historia del Holocausto desde el punto de vista de los alemanes». «Estos judíos no tenían nombre, ni identidad. Eran anónimos. El niño judío, con los brazos en alto, se convirtió en la imagen visual que simboliza el Holocausto. Está en estado de shock y es humillado. Es la víctima principal. Por qué? Porque su foto fue tomada por los alemanes».
Otra decisión importante fue presentar el Holocausto en colores. «Siempre fue presentado en blanco y negro, y era conveniente para la gente recordarlo de esa manera», dice Inbar. «Lo mantenía distante, desconectado del siglo XX y de la civilización occidental. Pero había color en las fotografías y en los campos. En aquellos tiempos, los niños judíos estaban familiarizados con los personajes de Disney, y dibujaban figuras de Mickey Mouse y la Bella Durmiente en las paredes del campo. Los adultos usaban la figura de Mickey Mouse para explicar a los niños cómo comportarse en el campo. Y nada de esto está expresado en las fotografías alemanas».
Pocos judíos tomaban fotos en los campos. Pero el color, como la rutina diaria, fue documentado en dibujos, sobre papel o páginas de libros. No se trata de obras de valor artístico, sino que son dibujos los difíciles, sentimientos y visiones de quienes los dibujaron. Todos ellos constituyen importantes documentos que permiten completar la parte faltante de la imagen total.
«El arte ocupa un lugar importante en el museo histórico, y esto es algo que no se ha visto en museos del Holocausto en el pasado», explica Inbar. «Hemos descubierto que había, en los depósitos, unos 10,000 dibujos del período del Holocausto. Hemos decidido utilizarlos como material documental para transmitir la experiencia judía. Nos percatamos que esto podría representar un elemento personal y vivencial potente. Esto es lo que ellos vieron, así se sintieron al enfrentar el horror. El material es maravilloso desde el aspecto de la exhibición».
Los dibujos son los elementos más importantes. Más de 300 se exhiben de diferentes maneras. Algunos fueron ampliados. Otros se exponen unos cerca de otros, creando un collage de información y perspectivas. «Nos permitimos utilizar el arte de modo que no lo usaría un museo de arte», dice Inbar. La legitimidad de ampliar dibujos, duplicarlos y no relacionarse con ellos como algo sagrado, es algo que recibimos de muchos jóvenes que trabajan aquí. No provenían del campo del estudio histórico del Holocausto, sino de la arqueología, folclore, fotografía y educación. Ayudaron a lograr una conexión con el público, comprender qué es lo que el público quiere».
Una gran proporción fueron hechos por los judíos. Describen escenas familiares, como en las fotografías alemanas: judíos amontonados dirigiéndose a los coches de tren, asesinatos masivos de judíos, abuso y crueldad, un niño en brazos de su madre, cuerpos siendo arrastrados. Acaso un boceto, hecho por un judío – con judíos amontonados en una pequeña habitación con todas sus pertenencias, esperando el momento de su muerte -, tiene un efecto diferente en el espectador?
«El dibujo despierta compasión», dice Yehudit Shendar, la curadora de arte del museo. «Muestra qué es lo que sintió el artista en esos momentos, y qué sintieron los objetos del dibujo». Con el fin de ilustrar la diferencia, dirige su atención a una pared cercana donde están colgados retratos de judíos, fotografiados por los alemanes, junto con los dibujados por judíos, incluyendo un retrato de un bebé encantador y una hermosa mujer. «En las fotografías alemanas, no encontrará una bella mujer judía o un bebé sonriente con cabello rubio», ella explica.
El infinito volumen de conocimiento no puede modificar el sentimiento básico que acompaña al visitante del museo: cuanto más uno intenta explicar el Holocausto, más difícil resulta entenderlo.
Fte Cidipal