La lenta pero inexorable debacle de la investigación original del atentado a la AMIA y la clara postura del Gobierno sobre el caso lograron que las internas en la dirigencia de la comunidad judía trascendieran sus fronteras.
El gesto más expresivo de esta crisis se vio el miércoles pasado, cuando la DAIA, el órgano político de la colectividad, criticó un reconocimiento del Congreso Judío Mundial a Néstor Kirchner. «No es tiempo de distinciones», decía el documento, presentado a horas de la ceremonia, en Washington.
Hasta Estados Unidos y con ese fin había viajado Jorge Kirszenbaum, vicepresidente de la DAIA. La reciente internación, por un difícil cáncer, del presidente de la DAIA Gilbert Lewi, le había dado a Kirszenbaum el poder de la representación y alimentó las suspicacias.
Kirszenbaum le aseguró a Clarín que su reacción contó con el consenso de toda la comisión directiva de la DAIA y el apoyo de Lewi. «Es más. Lewi hubiera sido más duro todavía», dijo. Los cuestionamientos eran tres: el apoyo del Gobierno al Tribunal del juicio oral por la AMIA; el apartamiento del juicio de dos fiscales; la decisión de separar de la Policía al comisario Jorge Palacios, que había investigado el caso desde 1996 para acá.
Pero no todos creen que Kirszenbaum representaba a Lewi en su reclamo: entre ellos el rabino Daniel Goldman, del colegio Bet El y referente del progresismo en la colectividad. «Del ridículo no se vuelve. Y lo que hizo Kirszenbaum no representa a la comunidad», comentó a Clarín.
Desconfianzas mutuas, visiones opuestas. Lo que divide a la dirigencia judía, es su papel pasado y presente en el reclamo de justicia por el atentado.
La postura histórica de la dirigencia fue, primero sin fisuras y luego con matices, apoyar la investigación judicial que impulsó el gobierno de Carlos Menem. Pero esa investigación poco a poco empezó a recibir críticas y hoy, en el juicio oral donde se investiga a los sospechosos, está a un paso de desplomarse. Para colmo llegó al poder Cristina Kirchner, una dura crítica de la investigación de Galeano que tanto apoyaron desde la DAIA.
Hay tres posiciones centrales:
Los liderados por Kirszenbaum, llamados «berajistas», de la línea política de Rubén Beraja, el poderoso líder de la DAIA de los noventa. Todavía conservan la mayoría de los votos en la Comisión directiva de la DAIA, conformada por cerca de cien delegados, a pesar de la presidencia de Lewy. Ellos están enojadísimos con el Tribunal del juicio oral contra los acusados de ser la conexión local. Y advierten sin ningún placer la simpatía del Gobierno para con ese Tribunal que, además de demostrar su independencia, parece decidido a husmear en los errores y horrores de la investigación original.
Otro grupo es el liderado por la agrupación Memoria Activa, con representación minoritaria en DAIA y AMIA, pero con apoyos importantes en la comunidad —como Goldman—-, hipercríticos de la investigación del juez Juan José Galeano. Es el «antiberajismo». La agrupación Convergencia, de ésta línea, el lunes pidió en la comisión directiva de la DAIA la renuncia de Kirszembaum «por su exabrupto». No lo logró, pero armó un revuelo inédito.
Un tercer sector mirá las dos aguas con cautela. Cuestiona la investigación del atentado pero no alcanza a romper con el pasado reciente de la dirigencia. El mayor símbolo de este grupo es el presidente de la AMIA, Abraham Kaul, quien salió al cruce de Kirszenbaum. «Es algo así como la socialdemocracia», graficó un dirigente. Una tercera vía que, como enseñó la política del mundo, a la larga deberá tomar partido.
La decisión de ir por la cabeza del juez Galeano, deja en claro que Kirchner y sobre todo Cristina, no temen asomar la cabeza en la compleja interna judía. Acaso también demuestre que, para el Gobierno, el comunicado de Washington no pasó desapercibido.
Fte Clarin