Las cartas arriban a Jerusalén no sólo de variadas procedencias, sino también con pedidos muy diversos. «Hay dos categorías: lo espiritual y lo material», nos cuenta este funcionario postal.
«Hay gente que pide cosas materiales concretas, quieren dinero, una buena esposa, que Dios los ayude a cambiar el auto, a tener un buen trabajo o a encontrar una casa apropiada. Pero hay gente que escribe de otra forma, lo cual toca mucho más el corazón, y que pide que su familia goce de buena salud, que sus hijos estén sanos, que un familiar muy enfermo reciba ayuda de Dios a curarse y que Dios no se lleve su alma».
Y están por supuesto los pedidos especialmente emotivos, como el de una mujer cuyo esposo había fallecido hacía unos años, diciendo que lo extraña muchísimo y pidiéndole a Dios que él le aparezca en el sueño.
Están también los que inevitablemente dan gracia, como aquellos que años atrás se llevaron una toalla o un cenicero de un hotel y piden perdón o hasta los que agregan el dinero del estimado valor del objeto hurtado.
A las cartas originales se suman los pedidos de los niños o adolescentes que ruegan recibir ayuda divina para tener menos tareas escolares y poder seguir adelante sin tener que esforzarse tanto en los estudios.
El muro sagrado termina siendo pues el depósito de todas estas solicitudes, desde las más dramáticas, hasta las más nimias. Y los recibe al parecer con gusto, hayan estado dirigidas las cartas al mismo Dios, a Jesús, la Virgen María, el Dios de Israel, el Rey de los Cielos u otros nombres similares. Fte BBC.-