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Por Marcos Aguinis

Soledad de los palestinos moderados .
Por Marcos Aguinis

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Nadie se ocupa de los palestinos moderados. Ni siquiera se los menciona. Muchos creen que los palestinos son una comunidad homogénea, volcada fanáticamente hacia el camino violento para conseguir su emancipación. No es así. Poco se habla de quienes detestan ese camino y maldicen el día en que llegó Arafat. Maldicen con más fuerza a las organizaciones armadas que bloquean las perspectivas de un arreglo negociado y cuyo poder, con respaldo internacional (dinero y prensa), crece día tras día.
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El 16 de este mes un niño palestino de 11 años llamado Abdullá Kouran, se disponía a cruzar el límite entre los territorios e Israel con dos pesados bolsos. En el check point le preguntaron qué llevaba. Con toda franqueza dijo que en uno estaban sus libros de la escuela, pero ignoraba el contenido del otro. Y refirió espontáneamente: «Un señor me pidió pasarlo y dijo que un familiar suyo vendría en mi busca para recibirlo». «¿Conoces a ese señor?» «No; me pagó cinco shekels (un dólar) para llevar su bolso». El oficial del check point descubrió que contenía 10 kilos de explosivos preparados para ser activados a distancia por medio de un teléfono celular. El pequeño Abdullá iba a ser convertido en mártir y asesino de mucha gente sin siquiera habérsele preguntado si estaba de acuerdo. La bomba fue detonada y el niño retornó a su hogar sano y salvo, donde lo pudieron entrevistar los periodistas. Su familia, que no milita en organizaciones armadas, agradeció, y es de imaginar la furia que sintió por el abuso al niño. Pero en los territorios nadie se atreve a decir lo que piensa.
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El 24 fue descubierto el adolescente con retraso mental Hassan Abdo, de 15 años, con un cinturón de explosivos disimulado bajo su chaqueta.
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El dolor afecta a muchas madres de los homicidas suicidas. En el libro Shahidas, les femmes kamikazes de Palestine , que tuvo resonante éxito en Francia, la periodista Bárbara Víctor testimonia que, bajo el control de las organizaciones terroristas, quienes se oponen a la guerra sufren impotencia y desesperación. Tuvo la habilidad de interrogar a muchas mujeres y pudo sacar a luz sus desgarros profundos. La madre de Wafa Idris, la muchacha que se hizo explotar en Jerusalén, no pudo contener las lágrimas y confesó que no consiguió retener a su hija frente a la presión de los líderes. Peor aún: no puede expresar en público sus sentimientos por miedo a las represalias.
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Acaba de ser asesinado Ahmed Yassin, fundador y jefe del Hamas, que ordenó desde fines de 2000 hasta la fecha 425 atentados, con el producto ominoso de 337 muertos y 2076 heridos y lisiados. Mucho antes, en 1995, mientras se desarrollaban las esperanzadas negociaciones que florecieron tras los Acuerdos de Oslo, confesó su credo intransigente al diario panárabe Al Hayat: «La paz con Israel es contraria a la ley islámica»(!). Condenado a cadena perpetua en 1991, fue liberado ocho años después por el gobierno de Benjamin Netanyahu para mejorar el clima de las negociaciones. Al día siguiente, sin atisbo de arrepentimiento, expresó que apoyaba los atentados contra civiles y que jamás aceptaría la paz con los judíos. Su necesidad de venganza por la minusvalía que lo aquejaba desde joven era sanguinaria e inconsolable. Encontró en Israel un objetivo sobre el cual descargar el odio que predicó todos los días en forma ardiente y feroz.
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Los palestinos moderados no aprecian a Yassin ni al Hamas. Se sienten prisioneros de ésa y demás organizaciones terroristas que les han corroído brutalmente la vida. Desde que se desencadenó la segunda Intifada contra el gobierno paloma de Ehud Barak, la situación tuvo un drástico empeoramiento. La instalación de la Autoridad Nacional Palestina en 1994 había despertado grandes esperanzas. Pero Yasser Arafat traicionó a Rabin y al enorme campo de la paz que había creído en él. En lugar de proceder como un estadista que monopoliza la fuerza pública, permitió y hasta alentó la proliferación de organizaciones armadas fuera de su control. Lo alentaba la pícara estrategia de atribuirles a ellas los atentados que minaban la fuerza de Israel, mientras él actuaba como el buen hombre que negocia la paz. Incluso formó su propio grupo terrorista, las Brigadas de Al-Aksa. En 2000 pateó imperdonablemente el tablero de Camp David e impidió el nacimiento del Estado palestino tras las concesiones sin precedentes que le había ofrecido Barak.
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Cuando la Unión Europea, que es una generosa proveedora de fondos, se cansó de sus mañosas negativas para llegar a un acuerdo, le exigió la instalación de un primer ministro. Puso el grito en el cielo y se negó con tenacidad durante meses. Pero cuando no tuvo más alternativa que ceder, concibió un primer ministro castrado, que no tiene injerencia sobre la seguridad ni las negociaciones de paz, los dos puntos que en verdad importan. Por eso ya fracasó un primer ministro moderado, Mahmmud Abbas, que parecía encaminado a encontrar la salida, y el que está ahora no sabe qué hacer.
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Mientras tanto, los palestinos moderados deben seguir hundidos en su tragedia. Nadie los ayuda; ni siquiera los millones que en el mundo se manifiestan propalestinos. Es tan grande la confusión y han calado tan hondo las mentiras, que gente de buena conciencia no advierte que apoya a los sectores violentos que sólo quieren barrer a Israel del mapa, no a los que de veras desean un Estado palestino próspero y pacífico junto a Israel. La prensa internacional jamás tiene en cuenta a los palestinos moderados; no les pregunta qué piensan (suponiendo que se atrevieran a hablar). En cambio, se solidariza con los fundamentalistas, a quienes llama «militantes». ¿Ese apoyo a los fundamentalistas ayuda a edificar un clima positivo? No; sabotea a los palestinos moderados, que son vigilados y perseguidos; al menor desliz en contra del terrorismo, acaban muertos. Ser moderado es sinónimo de ser «colaboracionista». ¿No es ya tiempo de prestarles más atención? ¿No es tiempo de poner el acento en lo que de veras perjudica a la causa palestina, y es el terrorismo teocrático y antimoderno que quiere inhibir al mundo con sus crímenes y amenazas? Edward Said, el más lúcido de los intelectuales palestinos, no se atrevía a permanecer mucho tiempo en los territorios. Sus críticas contra Arafat, la corrupción de su gobierno y los crímenes terroristas lo habían convertido en indeseable.
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Es imperioso y urgente condenar en forma categórica al terrorismo palestino para que los moderados crezcan; para que la Autoridad Nacional Palestina deje de ser una institución irrelevante, sometida a los violentos. Sin las organizaciones terroristas, se abre en seguida la ruta hacia la paz. Si esa condena hubiese existido desde los Acuerdos de Oslo, diferente habría sido la historia. La reticencia en condenar al terrorismo palestino es producto de la simpatía que se tiene por ese pueblo, pero al proceder así se perjudica al pueblo y a su importante sector moderado, ansioso por sacarse de encima la lacra de quienes han erotizado la muerte.
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Reiteradamente se le pidió a la ANP que arrestara a los que organizan atentados. Así lo han exigido Europa, Rusia, Estados Unidos y las Naciones Unidas. Pero la excusa fue que no se quiere desencadenar una guerra civil, que no se quiere hacer el trabajo sucio. Entonces, ¿quién lo hará? El menos indicado: Israel. Como todo trabajo sucio, no merece elogios. Pero por lo bajo, muchos palestinos y hasta funcionarios árabes están satisfechos. Hamas, Jihad y demás organizaciones armadas son competidoras de la autoridad civil y conforman el más pétreo obstáculo para llegar a un acuerdo mutuamente aceptable. El debilitamiento del campo del terror significa más fortaleza para el campo de los moderados, los únicos que se jugarán por la paz.
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Por Marcos Aguinis
Para LA NACION

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