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Cristina pidió que le armen cuanto antes viaje a Medio Oriente

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En enero la Presidente tiene previsto un paseo por los países de la Península Arábiga en otro intento de clavar una agenda en la región que aparte a la Argentina del barrio malo. Es decir construir alguna política propia en Medio Oriente que saque al país del seguidismo de Brasil y que lo aparte definitivamente de los coqueteos y negocios de Hugo Chávez con el eje del mal (i.e., Irán). A eso se dirige el anuncio de ayer y el viaje a Israel y a Palestina del año que viene, con lo cual el Gobierno dejará de mortificarse cada vez que le pregunten terceros países y la comunidad judeo-argentina si no va a decir nada sobre el apañamiento leve de Lula da Silva al Gobierno de Teherán o, peor, sobre los abrazos entre Hugo Chávez y el insufrible Mahmud Ahmadineyad, que le debe a la Argentina una respuesta seria al pedido de extradición de sus funcionarios acusados de haber participado en el atentado a la AMIA.
También el Gobierno mandó a destrabar la votación en el Congreso de la ley de adhesión al acuerdo de libre comercio entre el Mercosur e Israel, demorado porque le falta la confirmación argentina. El kirchnerista Eduardo Macaluse ha sido el principal objetor de esta iniciativa y el Gobierno presumía anoche de haber quebrado sus convicciones de manera que el acuerdo se apruebe en la primera sesión del año que viene.

La decisión de reconocer el Gobierno de la administración palestina la demoró hasta ayer, aunque sabía desde antes, que el viernes iba a hacer -como lo hizo- un anuncio del mismo tipo pero con una diferencia sustancial. El país vecino reconoce al Estado palestino como libre e independiente «dentro de las fronteras existentes en 1967», lo cual es una ficción y un riesgo, porque esas fronteras han cambiado como producto de la dinámica del conflicto entre Israel y los palestinos. También es un compromiso riesgoso, porque obliga a Brasil a instalar una embajada en Jerusalén oriental, reclamada por los palestinos como su capital.

La Argentina introduce una cláusula que agrega que reconoce las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días «de acuerdo con lo que las partes determinen en el transcurso del proceso de negociación». Es decir que le traslada el problema fronterizo a la negociación entre las dos partes en la cual además están comprometidos terceros países, principalmente Estados Unidos. Ese agregado lo considera el Gobierno una «genialidad» que se atribuye por ahora el canciller Héctor Timerman, quien desde que se desempeñaba como embajador argentino en Washington trató de convencer a los Kirchner de que debían hacer este reconocimiento.

Lo logró el viernes, cuando el Gobierno se enteró de la movida en Brasil estando Cristina de Kirchner y Timerman en la cumbre de mandatarios iberoamericanos. Los funcionarios de la Cancillería habían incluido entre las minutas preparadas para uso de la Presidente en las reuniones con sus colegas, un «non paper» (ver ilustración) sobre la cuestión, que remataba con este consejo: «Curso de acción sugerido: «La Argentina podría dar inicio, en ocasión de la Cumbre Iberoamericana que está teniendo lugar en Mar del Plata, a una acción regional conjunta, coordinada con los estados parte del Mercosur, con miras al reconocimiento del Estado palestino. El seguimiento de esta acción -imagina este mastiquín de los diplomáticos- podría realizarse en la XL cumbre de Presidentes del Mercosur y Estados asociados que tendrá lugar el 17 de diciembre en Foz de Iguazú. Eventualmente -concluye la sugerencia a la Presidente- asimismo podría evaluarse un acción análoga en el seno de la Unasur».

Ese viernes, después del anuncio de Brasil, el presidente de la autoridad palestina Mahmud Abás desató una tormenta telefónica sobre Cristina de Kirchner, quien se negó a atenderlo con el argumento de que debía ocuparse del encuentro con los jefe de Estados iberoamericanos. En una reunión con Timerman decidieron demorar el anuncio para que se diferenciase una ficción (la brasileña) de la otra (la argentina): decir que las fronteras a reconocer deben incluir el resultado de las negociaciones que están en curso desde hace años, y no las fijadas antes de 1967, cree el Gobierno que ayuda al proceso que conducen Estados Unidos y también la ONU a través del enviado especial del «cuarteto de Medio Oriente» (ONU, Unión Europea, Estados Unidos y Rusia), el ex premier inglés Tony Blair.

¿Por qué no se hizo antes este reconocimiento? El Gobierno no da una respuesta y tiene que admitir que es porque no había antes un canciller como Timerman, que con el anuncio en la mano ríe: «Miren al canciller judío». Ese gesto expresa no sólo la contradicción entre dichos y hechos, entre el rol y el self, entre lo que se es y lo que se espera de uno, que suele producir fruición entre los diplomáticos, ya que consideran que el manejo de ese juego de espejos es la justificación máxima de su oficio.

Reconocer al Estado palestino es lo último que se podía esperar si se mirase el asunto de manera lineal, de un Gobierno como el de los Kirchner, que ha hecho todo lo que está a su alcance para tener las mejores relaciones con Israel y la comunidad judeo-argentina. Que ha castigado al terrorismo internacional detrás siempre de Estados Unidos y que a través de sus dos presidentes (Néstor y Cristina) ha criticado como pocos al Gobierno de Irán desde la Asamblea de la ONU.

La Argentina es un país con una de las comunidades judías más importantes del mundo y para Palestina, entiende, el Gobierno tiene más relieve que la que hace Brasil, que posee una comunidad árabe mucho más importante que la de nuestro país.

Lo importante es lograr esa agenda propia y que la termine poniendo a la Argentina en el barrio que cree es el mejor, lejos del chavismo y del tacticismo brasileño, que justificó su acercamiento a Irán a través de Lula da Silva en que era peor aislar Ahmadineyad que contenerlo y distraerlo con zalemas de amistad.

Claro que Brasil no tiene el problema de la Argentina ni de los gobiernos peronistas con esas comunidades. Un presidente acusado de haber sido fascista y pronazi como Juan Perón fue de los primeros que reconoció en 1948 la creación del Estado de Israel y puso a uno de los primeros embajadores en ese país, el empresario Pablo Mangel. Décadas más tarde, el presidente Raúl Alfonsín, que era acusado de gobernar rodeado -según los peronistas- de una «sinagoga radical», nunca se animó a viajar durante su mandato a Israel, aconsejado por la Cancillería de Dante Caputo de que no debía apartarse de cierto equilibro.

Un presidente como Carlos Menem, de origen árabe, sí viajó a Israel y estuvo en Jerusalén como parte de su visita oficial, gesto dirigido a una conciliación con la comunidad judeo-argentina. Fue en 1991, y un año después ocurrió el atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires, una atrocidad que nadie ha podido demostrar que fuera una represalia del terrorismo islámico al pedido que había hecho en favor de los judíos que dijo eran maltratados en Siria. Le tocó a ese presidente anular los proyectos misilísticos que tenían como destino a Irán , país que había sido favorecido, como ventas de armas por el anterior Gobierno de la «sinagoga radical». Menem, bajo cuya presidencia ocurrió también el atentado a la AMIA, está hoy procesado por encubrir, según querellantes que pertenecen a la comunidad judeo-argentina, el atentado a la AMIA del cual se dijo víctima por su acercamiento a Israel.

Este juego de espejos ha acompañado a la Argentina y al peronismo, y el gesto de ayer trata de escapar a sus consecuencias. La política es el reino de la zoncera y la sandez; se le atribuya a Perón haber dicho una memorable: que toda política es política internacional. Es todo lo contrario: toda política internacional es, al final, política doméstica. Es lo que demostró ayer el Gobierno con este anuncio.

 

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