«Tuve pesadillas durante muchos años»

Semanas después, cuando se reunió con la bolsa de residuos que guardaba los desechos de su escritorio destrozado, Salvador Jorge Cohen descubrió las florcitas de Marcela.
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No recuerda, aún hoy, cuántos días exactos habían pasado desde que la embajada de Israel explotó -el 17 de marzo de 1992-, hasta que él, vocero de la repartición diplomática por entonces, fue al encuentro de la bolsa negra, donde se amontonaban cascotes y papeles.
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Y él encontró los suyos: una tarjeta personal del periodista Oscar Cardozo, un libro de Teódulo Domínguez y un montón de páginas escritas a máquina que contenían una suma de cuentos inconclusos.
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Las hojas estaban chamuscadas, olían mal, tenían piedritas de los escombros y las correcciones que Marcela Droblas, su asistente, había hecho a los costados de los originales. Y también las florcitas que dibujaba cuando hablaba de vivir y contaba todo a pura risa.
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Marcela Droblas estalló. Fue Cohen quien la reconoció por un reloj y un anillo. El, que había ido a sacar una fotocopia y que se salvó del atentado, tuvo que ver los pobres restos de casi nada.
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Cohen dejó la embajada, buscó trabajo, suele hacer buenos chistes, comparte mesas con sus cómplices amigos Andrés y Antonio. A veces se suman Alejandra y Susana.
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Pero Cohen es más que todo eso. Había dejado las hojas chamuscadas rescatadas de aquella bolsa de residuos dentro de un sobre y no se atrevió por años siquiera a tocarlo. Un día lo hizo, los leyó, los perfeccionó y ahora los convirtió en un libro, «Cuentos bajo los escombros». En todas las páginas, Marcela está presente.
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Mañana se cumplen 12 años desde que la embajada de Israel fue atacada. Oficialmente hay 22 muertos, pero Cohen cree que hay más. Se basa en las declaraciones del entonces embajador israelí Itzak Sheffi y que ese día estaba almorzando fuera de la repartición. Ambos dicen que son cerca de 40.
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-¿Por qué descree del número de muertos oficial?
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-El primer listado oficial hablaba de 29. Pero Sheffi hizo declaraciones en las que decía que eran más. No se olvide de que en la embajada había muchos albañiles extranjeros trabajando… En la morgue había bolsas con restos. Tiempo después, la Corte Suprema de Justicia redujo los muertos a 22.
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-¿Y para usted quién fue?
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-No lo sé. Se sabe muy poco acerca del atentado, piense que ni siquiera se sabe cuántos murieron…
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-¿Recuerda el cráter que dejó el coche bomba?
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-No, y recuerdo muy pocas cosas de las que pasaron entonces. Se han dicho muchas cosas; lo del arsenal, por ejemplo, lo de los sótanos. Todas esas cosas son basura; la embajada no tenía sótanos y menos un arsenal.
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-¿Usted cree que hubo una decisión política de culpar a Irán?
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-Yo de política no puedo ni quiero hablar. Ese día me levanté para sacar una fotocopia en el mismo piso donde estaba mi oficina. Cuando llegué a la máquina venía caminando con el mismo propósito la mujer del cónsul. Por esas cosas de la caballerosidad, la dejé entrar primero y ella salió primero. Murió.
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Cohen tiene los ojos muy verdes, tanto que cuando están tristes, duelen. Eso sucedió cuando LA NACION le preguntó qué le pasó cuando supo que la AMIA había sido volada. «Me miré para ver si tenía sangre.»
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Admite que durante años tuvo pesadillas. También, que siente culpa y que no se olvidó de cuando su amigo Antonio Ambrossini se acercó y lo vio salir de entre los escombros.
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-¿Le interesa saber quién puso la bomba?
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-En aquellos tiempos estaba más preocupado. Pero ahora no. Lo que me interesa es que nadie se olvide.
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Por Alejandra Rey
De la Redacción de LA NACION
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