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El auge de la fe. TRAS LA CRISIS, LA RELIGION

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Las cuotas de crisis acumuladas estallaron en diciembre de 2001 y dejaron un escenario parecido al de un terremoto de siete puntos en la escala de Richter: el derrumbe causó graves daños. Pero la destrucción no fue total. Religiosos, educadores y sociólogos consultados coinciden en que las instituciones religiosas no sólo sobrevivieron al temblor. En muchos casos, se fortalecieron.
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Parroquias y templos históricos, locales improvisados, antiguos cines y estadios se brindan a sus fieles de distintos credos, muchas veces, con un éxito taquillero.
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A mitad de noviembre, 60 mil fanáticos colmaron el Estadio Monumental para vibrar en un Boca contra River del Torneo Apertura 2003. En esa misma semana, igual cantidad de gente –según estimaciones periodísticas rosarinas– se sumó en cuatro encuentros en el estadio mundialista de Rosario Central para escuchar la prédica del pastor evangélico Franklin Graham, un hombre del sur de Estados Unidos, cercano a George W. Bush.
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Una flecha está apuntando claramente hacia arriba, casi en 90 grados. Crecen la concurrencia a peregrinaciones, la caridad y la solidaridad en el catolicismo. Aumenta la concurrencia a entidades islámicas, sobre todo de gente que no tiene origen musulmán. Las clases de estudio de la Torá –el libro de la ley judía– tienen cupos llenos en templos e institutos. El mercado de comida kosher –que es apta de acuerdo con los preceptos religiosos judíos– crece en consumo, en presencia en nuevas cadenas de supermercados y en la apertura de restaurantes. A fin de octubre, 197 jóvenes judíos participaron en un seminario en San Clemente del Tuyú para aprender más sobre religión y judaísmo. Casi la misma cantidad de jóvenes quedó afuera, sin vacantes disponibles.
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«Hay un cambio que está afectando a todas las realidades, por encima de las instituciones religiosas. La gente emprendió una búsqueda de sentido a su vida, después del fracaso de las ideologías y del desarrollo económico. El sentido no viene más definido desde afuera de uno. Es un fenómeno nuevo y profundo», sostiene Jorge Oesterheld, responsable de la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), párroco en Morón, antiguo periodista de la agencia Télam y ex columnista de la Rock & Pop.
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Con su capacidad de convocatoria –y también de refugio ante la perplejidad– los espacios religiosos crecen contra todo fantasma de secularismo clásico que suponía el desvanecimiento de la religión ante la poderosa modernidad. Tal como lo describió el sociólogo Daniel Hervieu Léger, francés y experto en religión: «La secularización no es la desaparición de la religión confrontada con la modernidad: es el proceso de reorganización permanente del trabajo de la religión en una sociedad estructuralmente impotente para responder a las esperanzas que se requieren para seguir existiendo».
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Comportamientos diferentes
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¿Cómo se compone este campo religioso en su crecimiento?
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Fortunato Malimacci –investigador del Conicet en el área Sociedad, Cultura y Religión– sostiene que «el Estado se fue de lo social y allí se hizo más visible la presencia de las religiones». El sociólogo –que tiene a cargo un seminario en la Universidad de Buenos Aires acerca de Sociedad y Religión, con el cupo de alumnos completo– dice que la participación religiosa de la gente crece, pero con un comportamiento diferente.
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A la hora de los quiebres de antiguas certezas, las crisis de identidades personales y la labilidad de lo perdurable, surgieron en la Argentina nuevas creencias que pusieron fin al antiguo monopolio católico en sectores populares, analiza Malimacci. En su opinión, es un hecho significativo del siglo XXI: la identidad argentina ya no es más sinónimo de identidad católica, dadas las transformaciones culturales, religiosas, militares y políticas, así como también el surgimiento de la «disidencia evangélica» en los espacios públicos.
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La magnitud del fenómeno evangélico –en especial del Pentecostal, que representa a un 70 por ciento dentro de los evangélicos– no tiene cifras precisas. Desde la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), se calcula que hay entre 3 millones y 4 millones y medio de evangélicos en el país.
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Y su activismo es notorio. Un grupo de investigadores eligió el municipio de Quilmes para analizar los comportamientos y creencias religiosas. Su trabajo –relatado en Creencias y religiones en el Gran Buenos Aires. El caso de Quilmes, editado en el 2001 por la Universidad Nacional de Quilmes– da cuenta de que, en los grupos evangélicos, la participación y la adhesión religiosa son mucho más altas que en los otros grupos.
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En el campo religioso, Malimacci habla de un «cuentapropismo, nomadismo e individuación religiosa» en donde hombres y mujeres construyen sus creencias y participan en más de un grupo o movimiento religioso. No se dejan encasillar con una sola etiqueta. Las encuestas, asegura Malimacci, dan cuenta de que la gente conjuga varias experiencias religiosas a la vez: participa en peregrinaciones a la Virgen de Luján, es bautizado católico, asiste alternativamente a campañas pentecostales, a ceremonias de cultos afro-brasileños, se entusiasma con ángeles y con el budismo y, finalmente, cree en lo que le parece mejor.
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El padre Oesterheld no considera que haya aumentado la concurrencia a las iglesias católicas. Lo que destaca es un cambio de actitud en la demanda de los que están adentro: antes se esperaban curas académicos con capacidad de brindar grandes relatos. Ahora, la gente quiere curas buenos, que puedan ayudar con una frase. Antes se anhelaba contención, ahora no. La gente busca elementos espirituales para construir su contenido por sí mismo. «Y esto tiene como contracara la privatización de lo religioso. En muchos casos, la gente toma lo institucional y lo traslada a lo personal».
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Religiones híbridas
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Así como el académico argentino residente en México Nestor García Canclini rotuló a las «culturas híbridas», Malimacci propone hablar, entonces, de «religiones híbridas».
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En sus marcos menos híbridos, religiosos y laicos del catolicismo, del judaísmo y del islamismo coinciden en que se fortaleció el valor de lo religioso.
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Laura Moreno es directora general del Instituto Pedro Poveda, confesional católico y dependiente de la asociación internacional Teresiana. «Aparece con claridad una mayor conciencia por lo religioso», dice Moreno, una mujer con formación teológica, antropológica, filosófica, pedagógica y espiritual, que ha hecho un compromiso religioso para dedicarse por completo a su misión.
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«Creo que la crisis, en un sentido profundo, provocó una mayor conciencia de la necesidad de no vivir sólo de una manera consumista. En mi práctica, la crisis fortaleció los lazos en la Iglesia católica, sobre todo desde el compromiso social», dice Moreno, y contrapone valores de austeridad y solidaridad a los excesos de los años 90 en Argentina, cuando la austeridad era un término «denostado».
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Dentro del catolicismo, Moreno destaca el crecimiento de la religiosidad popular. Las masivas peregrinaciones confirman que la desesperanza y la exclusión llevan a encontrar en la experiencia religiosa lo que no se encuentra en lo social. «Cuando se quiebra el tejido social, lo religioso es una experiencia de encuentro y apertura personal a lo trascendente y a lo comunitario», dice Moreno.
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El padre Guillermo Marcó, director de prensa del arzobispado de Buenos Aires, sostiene que el creciente interés por la búsqueda espiritual se da a nivel mundial. «Lo que ofrece el mundo para llenar el vacío existencial no alcanza. La modernidad sacó a Dios del medio para mantener un paraíso humano. Pero se cae», sostiene Marcó, y destaca que no es un fenómeno solamente vinculado a la pobreza.
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Marcó da como ejemplo el caso de Salta, donde unas 100 mil personas de distintas extracciones sociales –e incluso muchas agnósticas– ya fueron este año en busca de un encuentro más cercano con la Virgen.
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Una de esas 100 mil almas fue Alejandro Vayo, un productor de programas de ski para el canal internacional ESPN, de 41 años, con dos hijos. Bautizado en una casa católica y visitante de algunas misas de la mano de su abuelo Aitor Labadens, Vayo se educó en escuelas católicas hasta que aterrizó en la UBA. A excepción de dos retiros espirituales en su juventud con compañeros de rugby, y de escasos rezos motivados en angustias eventuales, Vayo no fue un religioso militante durante la segunda mitad de su vida. Su esposa hasta se definió como agnóstica.
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Pero este mes de junio fue invitado a una reunión que despertó sus viejas efervescencias, acaso latentes. Junto a 40 personas, Vayo escuchó el testimonio de una arquitecta de 25 años que dijo haber tenido una experiencia de fe muy fuerte a raíz de haber subido a un cerro en Salta.
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Desde entonces, Vayo y su mujer ya visitaron Salta dos veces. «Tuve un reencuentro muy fuerte con Dios. Volví a tomar conciencia de que existe. Me confesé después de mucho tiempo. Volví a misa semanalmente», cuenta Vayo.
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Desde el Islam, el secretario de Cultura del Centro Islámico, Omar Abboud, habla de «nuevo renacer religioso». Para Abboud, la idolatría de valores que plantea la sociedad moderna demostró que ésta está en franca decadencia, y que su argumentación ante los valores existenciales es pobre. «La sociedad de consumo no termina de satisfacer las necesidades humanas,» dice Abboud.
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Abboud critica la mistificación social y las propuestas de admiración hacia artistas y deportistas. «Es mucha la gente que comprende que la espiritualidad aporta otro tipo de bienestar», dice Abboud, nieto de Ahmed Abboud, el fundador de la primera editorial islámica de América latina, El Nilo.
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Presidente de la FAIE, uno de los tres presidentes del Consejo Nacional Crisitiano Evangélico y pastor de la Iglesia Metodista Central, Emilio Monti sostiene que la población evangélica se multiplicó por diez, en el número de seguidores, en los últimos 30 años. Monti estima que hay medio millón de personas activas en las iglesias evangélicas y una cantidad indeterminada de público fluctuante. Aquel nomadismo, clasificado por el sociólogo Malimacci.
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Monti habla desde la iglesia Metodista, «comprometida políticamente y con énfasis en lo ético». Pero señala que este «creciente interés religioso es ambiguo y no siempre positivo. También hay un vuelco hacia la magia, hacia características mágicas de la religión, a creer que por cumplir ritos la situación va a cambiar. Hay gente muy encantada por líderes religiosos que se abusan de esa fe».
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Lo que destaca Monti es que «diez años atrás la confianza en la iglesia era mínima y se confiaba en los políticos. Ahora, se revirtió el esquema».
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El rabino Daniel Goldman –a cargo de Bet El, la comunidad judía liberal más grande de América latina– explica que la crisis hizo entender a la gente que hay instituciones más creíbles que otras. «En el año 2000, las instituciones del Estado ya no eran creíbles. Hoy superaron un poco la credibilidad, pero las instituciones religiosas son las que se afianzaron y dieron una cara nueva. Junto con las ONG formaron una red para que la gente no caiga», dice Goldman.
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El rabino de Bet El también nota una mayor búsqueda espiritual después del terremoto, que él llama cimbronazo. En su congregación encuentra gente «sedienta» de escuchar un mensaje y de ocupar su tiempo en cuestiones más trascendentes. Después del sermón del servicio religioso de los viernes, mucha gente se le acerca y le dice: «Me hablaste a mí».
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Desde la corriente ortodoxa del judaísmo, el rabino representante de Jabad Luvabitch de Argentina, Tzvi Grunblatt, destaca un «vuelco hacia la religiosidad» en la comunidad judía. Y dice que todavía falta tiempo para hablar de «auge».
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Unas 10.000 personas tienen vínculo mensual con algunas de las sedes porteñas de Lubavitch. Y semanalmente unas 500 personas adultas realizan en esas sedes estudios de la Torá, el libro de la ley judía.
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En 1999, una investigación del periodista Diego Melamed –reunida en el libro Los judíos y el menemismo, de Editorial Sudamericana– ya daba cuenta del creciente poder de la corriente Luvabitch de Argentina.
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«La crisis que lleva más de diez años rompió la mentalidad enquistada de la sociedad capitalista. Se quebraron ideales materialistas,» dice Grunblatt.
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Junto con el fortalecimiento del sentimiento religioso, se han incrementado las prácticas de rituales.
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En los últimos años, mucha gente de la comunidad judía –que no era de cuna ortodoxa– comienza a vivir según indican los preceptos del judaísmo.
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Para un empresario –de 46 años, proveedor de materiales para la construcción, que pidió no ser identificado–, el click que lo conectó con la espiritualidad ocurrió en una fiesta, en la mitad de los 90. Allí conoció a un rabino que le habló de la vida ligada a lo que propone la Torá.
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Desde entonces –y de manera tan paulatina como ininterrumpida–, el hombre comenzó a meditar cada mañana, antes del café con leche con sacarina y dos tostadas, a comer kosher y a respetar el descanso previsto para el sábado.
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«Yo me crié en una familia que simplemente respetaba las tres festividades judías más destacadas. Pero ahora tengo otra vida», asegura.
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Abandonó el pebete de jamón y queso, las mesas en los restaurantes de siempre y hasta dejó su casa de fin de semana, ya que los sábados descansa, va al templo y no enciende luces, ni maneja. Deja algunas luces programadas con timer, otras encendidas desde la noche anterior, y también se apoya en la luz natural.
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Ante el vuelco de la gente a cumplir rituales religiosos, Goldman se ataja: «me asusta el ritual por el ritual en sí, sin contenido. A veces sólo hay un caparazón de conductas momentáneas. No sé si adoptar el ritual se traduce necesariamente en ser más decente, en ser ético, en pagar impuestos…»
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A diferencia de Goldman, Grunblatt no duda: los ritos se sustentan en una auténtica espiritualidad.
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De los cientos de chicos que participaron en las colonias o en los programas recreativos que ofreció Jabad Luvabitch a las familias que atravesaban dificultades económicas, muchos cursaron un programa recreativo de vacaciones y al final establecieron un vínculo más cercano con la religión. Este año, 25 chicos de entre 6 y 18 años se realizaron el bris, la ceremonia tradicional judía de corte de prepucio que se hace a los recién nacidos. Estos chicos y sus familias tuvieron un acercamiento reciente con el mundo religioso y lo ratificaron con esta ceremonia tardía.
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¿Cómo medir el acercamiento de la gente a las instituciones religiosas ante sus necesidades económicas insatisfechas? ¿Cuánto influye la condición de nueva pobreza que heredaron en sus vínculos –para algunos recién estrenados, para otros fortalecidos– con las instituciones religiosas?
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Hay quienes, sin duda, se habrán tentado con las «ofertas» de ayuda concreta de las instituciones religiosas. Muchas proveen comida, medicamentos, actividades culturales, capacitaciones para la búsqueda de trabajo y bolsas de empleo, además de contención espiritual.
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Pero el vuelco a lo ritual también se acrecentó en clases sociales que no se vieron emprobrecidas con la crisis. Una proveedora de servicio de catering kosher de primer nivel –que pidió no ser identificada– asegura que en los últimos dos años su demanda creció en un 40 por ciento.
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Alrededor del 80 por ciento de los 36.223.947 argentinos censados en el 2001 son católicos, en un país donde el Estado Nacional sostiene al culto apostólico romano desde el artículo 2 de la Constitución Nacional. Por eso tiene para con la Iglesia la obligación de financiar algunas de sus instituciones, y ya cuenta para el 2004 con un presupuesto de 13.979.103, 80 pesos para el sostenimiento del culto. Es un presupuesto un 23 por ciento más alto que el que recibió este año.
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En este contexto, el director general de Culto Católico de la Secretaría de Culto de la Nación, Luis Saguier, relaciona el fortalecimiento de la iglesia con su rol de acción social. «Desde las instituciones de la iglesia –dice Saguier– se respondió de manera más rápida y aceitada que desde organismos oficiales a las demandas que aparecieron con la crisis».
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Los intentos de sucesivos gobiernos por tomar a Caritas como distribuidor oficial son –para Saguier– una muestra del buen funcionamiento de los modelos formados en la Iglesia para asistencia social.
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Malimacci sostiene que los sondeos más recientes muestran a la iglesia Católica como la institución más creíble con el 65 % de aprobación. «En un contexto de decadencia, pobreza, angustia generalizada y pérdida de expectativas, las instituciones cristianas, y en especial la Iglesia católica, aparecen encabezando las encuestas de imagen positiva en casi todos los estudios, como las instituciones más creíbles».
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Desde la crisis, Caritas triplicó su asistencia. Ahora llega a tres millones de personas, explica Cristina Calvo, coordinadora institucional de Caritas y de la Mesa de Diálogo Argentino, montada tras el estallido de diciembre de 2001.
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La buena imagen, sin embargo, no deja afuera las críticas que se gestan dentro de la misma Iglesia. En la revista Vida Pastoral –editada por San Pablo–, el teólogo Marcelo González apunta a malestares que se sienten en la misma Iglesia. Menciona conducciones autoritarias y poco creativas, discriminación e incapacidad de renovarse. Y advierte sobre la disminución de hombres y mujeres que quieran ejercer como religiosos católicos.
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Diferencias relegadas
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La crisis produjo también un cambio de base: los grupos religiosos trabajan y reaccionan juntos en la asistencia social.
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Así –en equipo y con una misma camiseta– reaccionaron ante las inundaciones en Santa Fe y se mueven para asistir a la crisis desde la Red Solidaria y desde la Mesa del Diálogo Argentino, donde trabajan 60 instituciones, entre las que hay organizaciones no gubernamentales y confesiones de todos los credos.
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Sin haber alcanzado un marco abiertamente pluralista –ajeno a discriminaciones–, el objetivo de una necesidad superior relegó –o puso entre paréntesis momentáneo– las diferencias.
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¿Cuánto margen del crecimiento de lo religioso es índice de desesperación y necesidad de escape? Basta con encender el televisor para ver que en estos años no sólo creció la religiosidad, sino también la astrología, el oscurantismo, la magia, el tarot… Como si una búsqueda de causas externas –el destino, Dios, las estrellas– pudiera dar explicación a nuestros males. Y además colocarles una venda para que cicatricen.
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Por Florencia Arbiser .
Fte La Nacion
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