En las aceras de Safed afloraba hoy, de forma ocasional, algún vecino que salía de los sofocantes refugios, sólo ‘para respirar’.
‘No podemos quedarnos eternamente allí abajo y los que no tenemos a dónde ir tenemos que ver la luz del día’, afirma Sapir Bar Simón, una adolescente de 15 años mientras sostiene en brazos a su hermana de dos años. Los padres estaban en la vivienda preparando la cena del ‘shabat’.
Dieciséis escalones separan la superficie del claustrofóbico refugio colectivo en la calle Lohamei Haguetaot de Safed.
Allí, en un área de unos treinta y cinco metros cuadrados y en condiciones casi infrahumanas, durmieron anoche más de 20 personas.
Un pequeño extractor introduce aire desde la superficie, insuficiente para tantas personas durante tanto tiempo.
‘Algunos dormimos en sillas, otros en cojines y otros en colchones, pero aún así es imposible dormir con el calor, con el llanto de los bebés, y las constantes entradas y salidas del cuarto de baño durante la noche’, relata Odel Bogrolovsky, de 17 años y madre soltera de un bebé de cinco meses.
Idó, de 11 años, recuerda también el caso de una mujer embarazada de nueve meses que cada dos por tres subía los dieciséis escalones para aliviar su sensación de encierro.
Entre el pesimismo de los mayores, que suben y bajan constantemente con alimentos y pertrechos de las viviendas, un grupo de siete niños alrededor de una mesa trata de encontrar alguna ocupación.
‘Esto no ocurría aquí desde 1973’, dice uno de ellos, de 11 años, con una contundencia que pareciera haber vivido en propia carne la Guerra del Yom Kipur.
Su primo, de 12, le responde con no menos contundencia: ‘!Pero tú de qué hablas si ni siquiera eres de aquí! !Si acaso cuéntale lo que ocurre en Sderot (junto a Gaza), pero no en Safed!’.