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Ashkelon, la ciudad donde llueven los cohetes palestinos

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Por Telma Luzzani.
En un recodo de la ruta, al lado de una hilera de fardos amarronados que ha ido dejando una cosechadora, esperan 10 o 12 tanques del ejército israelí. Su presencia verde oliva apenas se vería si no fuera por una banderita roja que flamea en la punta. «Los muchachos se divierten», dice el taxista a Clarín al ver una tanqueta que corre picadas consigo misma en un camino de tierra.

Desde ahí, pueden verse los edificios de la Franja de Gaza y eso explica la presencia militar. Es la ruta caliente que une Sderot con la aldea de Keffar Aza (la más pegada a Gaza) y los kibutzim de Mefallsim y Saad, zonas limítrofes que son blanco de los Qassam, los cohetes explosivos caseros construidos y disparados por los palestinos.

En Sderot, el menos exitoso de los poblados de la zona, Avi guarda apresurado los últimos cajones de mercadería antes de que empiece Shabbat. «Nos preocupan los Qassam. El año pasado murió una chica porque una esquirla le pegó en la cabeza», dijo a Clarín mientras caminábamos hacia el parque donde cayó el último cohete. La huella del arma era un agujero menor a un metro de diámetro. Si bien es cierto que también mata, es considerable la diferencia que hay con los cráteres que dejan los misiles y que esta enviada vio en las calles de Biet Hanun, en el norte de Gaza.

«Son una cañitas voladoras», minimiza Jorge, un argentino que hace casi 20 años vive en Israel y trabaja en una fábrica de cables de capitales norteamericanos en Sderot. «Te mata si te cae encima de la cabeza o si te pega una esquirla en un zona vital. Uno se acostumbra. Se escucha primero un silbido, luego una fuerte explosión, mucho humo y nada más». Jorge pone un ejemplo argentino para explicar cómo se vive allí la muerte. «¿Cuántos jubilados murieron en la Argentina por causa de la crisis económica? Y la gente siguió adelante. Acá es lo mismo con los muertos. Te volvés insensible. Es una autodefensa. Es la lucha por la supervivencia».

Los Qassam son disparados desde camionetas listas para huir con rapidez. Se sabe que los palestinos prefieren el día porque es más difícil que el ejército isreelí —que dispara de inmediato hacia el lugar de donde salió el cohete— pueda ver la trayectoria. Pero en las últimas semanas ya han empezado a caer de noche. «En un fin de semana cayeron como 60», recordó Jorge. La primera vez que un Qassam alcanzó una ciudad isarelí fue en Sderot en marzo de 2002. En cuatro años han ocasionado una docena de muertes.

Según fuentes militares israelíes, uno de los objetivos de la ofensiva militar actual en el norte de Gaza es crear una zona de seguridad que haga retroceder a quienes disparan estos cohetes. Los Qassam, ahora perfeccionados, llegan incluso hasta Ashkalon, una moderna ciudad balnearia que fue, hace 3.000 años, cuando los fenicios dominaban el Mediterráneo, uno de sus principales puertos.

Delia y Marcelo Kolesnikov viven en Ashkelon desde hace casi cuatro años. «No sentimos casi nada», aseguran. «El otro día éramos 10 en la clase de hebreo y oímos una explosión. Pero el maestro nos dijo: ‘Tranquilos. Nuestros muchachos están trabajando’. Y nos calmamos porque sabemos que estamos protegidos por el ejército. Confiamos en que si pasa algo ellos nos van a avisar», explica Delia.

«Nosotros sabíamos que cuando devolviéramos esas tierras y se fueran los colonos, los palestinos nos iban a empezar a disparar de más cerca», aseguró Marcelo, quien cree que la idea del ex premier Ariel Sharon de retirarse de Gaza fue un error. (Cerca de Sderot todavía viven en carpas los colonos judíos evacuados. Se niegan a ir a las casas que les da el gobierno y pusieron un cartel que dice «320 días sin vivienda».)

Es imposible comparar el asedio de Ashkelon con el de Gaza. Si bien en ambos lados se escucha los obuses y el inquietante tableteo de los helicópteros Apache, acá no hay vuelos rasantes de F16, ni misiles nocturnos que rompen edificios.

Lo que es igual es la rabia y el encono de la población con su vecino, en algunos casos incluso rayando con el racismo. «Son distintos a nosotros», dice Lea, convencida. «No saben lo que es el amor al prójimo y hasta son capaces de poner un cinturón con una bomba a un chico de 12 años o de usar a una criatura de escudo para después echarle la culpa al ejército israelí».
Clarin

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