Este año, España e Israel conmemoran el vigésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre sus países. Hasta el día de hoy muchos se preguntan porqué y cómo fué posible que debieran transcurrir treinta y ocho años hasta que España e Israel establecieran relaciones diplomáticas. La prolongada ausencia de vínculos diplomáticos con España ha sido un hecho asombroso y único en las relaciones exteriores de Israel, leemos en el prólogo del libro que el historiador Raanan Rein dedica al tema, ¨Franco, Israel y los Judíos¨.
La crónica de las relaciones entre España e Israel ha sido la crónica de una asimetría diplomática: cuando una de las partes quizo, la otra la rechazaba y viceversa. Es la crónica del desencuentro entre las diplomacias española e israelí, historia de ocasiones perdidas a la espera de ¨momentos oportunos¨ que nunca llegaban. Aún hoy, pese a la publicación de importantes estudios de investigación del tema, no todos los entresijos de esta sugestiva historia son de público conocimiento.
No pocos son los que comprenden, e incluso justifican, que durante los años del régimen del Generalísimo Francisco Franco no hayan existido relaciones diplomáticas entre ambos países. Por la parte israelí, demás está recordarlo, el ¨pecado original¨ fué el de ignorar a su régimen y asumir, por razones ideológicas y de política interna, una actitud de total rechazo durante los primeros años siguientes a la fundación del Estado de Israel. Los intentos del régimen de Franco de establecer relaciones diplomáticas con Israel fueron rechazados una y otra vez por su gobierno.
Cuando España comienza a salir del aislamiento internacional, gracias sobre todo al acuerdo militar con Estados Unidos, cuyo presidente, Dwight Eisenhower, buscaba aliados anticomunistas en la Guerra Fría, se invierte rápidamente la situación. España, que comenzaba entonces a desarrollar relaciones especiales con los países árabes, da la espalda a Israel. Que es cuando Israel es la que cambia de política e intenta, infructuosamente, establecer las relaciones diplomáticas.
Alternó con el mito de la eterna amistad hispano-árabe, como señala el historiador Angel Viñas, una mera «política de sustitución», como la caracterizó Fernando Morán. Finalmente desembocó en la preocupación tecnocrática, muy vívida en la época de las crisis petroleras, sobre los costes inherentes a una normalización de relaciones. ¿Y si se enfadaban los países árabes productores de petróleo?.
Es difícil, por no decir imposible, analizar en el marco de un artículo, el peculiar, sinuoso, prolongado y complejo proceso del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre España e Israel, tanto sobre el trasfondo de la historia, como dentro del contexto general de la política exterior de ambos países. Al fin y al cabo, aunque las percepciones de cada una de las partes de sus intereses nacionales han sido decisivas en el momento de tomar decisiones, no podemos ignorar que se trata de un proceso de componentes históricos, políticos, económicos, ideológicos y hasta psicológicos. En este artículo solo puedo hacer partícipes a los lectores de algunas reflexiones sobre una dimensión del proceso de marras, lo que llamaría un incómodo legado (o lastre, domo diría Viñas) del franquismo a la transición a la democracia, la actitud frente a Israel
El legado del franquismo
En su libro España-Israel, Historia de unas relaciones secretas, Juan Antonio Lisbona resume la política de Franco en vísperas del establecimiento del Estado de Israel con una serie de hechos que evidencian la preferencia de la España de Franco por la ¨causa¨ árabe: sus votos en la ONU, el sentimiento antisionista del gobierno, el sentimiento clerical antisemita existente entonces en España, la identificación de los emigrantes hebreos como elementos ¨comunistas¨(no olvidemos aquello de la conspiración judeo-masónica-bolchevique en los años de la segunda guerra mundial), la participación de falangistas y miembros de los servicios secretos en apoyo del Gran Mufti de Jerusalén, líder árabe palestino, aliado de los nazis, así como la venta de armas españolas al países árabes.
Un episodio que dejó una huella profunda en la diplomacia española y marcaría las relaciones durante años, se produjo cuando, el 16 de mayo de 1949, en las Naciones Unidas, Israel, recién incorporada a la la ONU, en su primera votación en una Asamblea General vota contra el levantamiento del boicot diplomático contra España y el representante israelí, Abba Eban, explicó, entonces, que la razón esencial era la asociación del régimen de Franco con la alianza nazi-fascista. Una actitud basada en razones de orden moral, tal como es considerada posteriormente por un ex ministro de Asuntos Exteriores de España, Fernando Morán, uno de los principales artífices de la política árabe de la diplomacia española, durante sus años en la Dirección General de Oriente Medio, que escribe en su libro Una Política Exterior para España, que la decisión israelí de no establecer relaciones diplomáticas con España era sin duda justificada.
Franco pensaba de otra manera, como recuerda J. A. Lisbona cuando escribe que Franco publica en el diario Arriba un artículo bajo el seudónimo de Jakin Boor, titulado Alta Masonería en el que escribe: El reconocimiento de Israel, su entrada en la ONU, la conducta hipócrita e injusta con España, la enemiga contra Argentina, la oposición sistemáticas en el gobierno del estado, las mayores decisiones en el orden nacional, obedecen exclusivamente a los dictados de la masonería¨
A partir del inicio de los 50´, España entra en el período en que su diplomacia diseña la ¨tradicional amistad hispano-árabe¨ y la ausencia de relaciones diplomáticas con Israel constituye una de las piedras angulares de la diplomacia española: Israel es ampliamente utilizada como instrumento en su política de acercamiento a los países árabes. Raanan Rein recuerda en su libro antes mencionado que uno de los directores del periódico Times comentó al agregado de prensa de la Embajada de Israel en Londres que durante una visita en España tropezó con propaganda antiisraelí ¨virulenta y audaz¨. El ministro de AAEE Martín Artajo le dijo de que ¨su país se abstendría enérgicamente de entablar relaciones de cualquier tipo con Israel, porque esperaba verse al frente de un bloque musulmán de grandes dimensiones en el futuro¨ El ministro Fernando María Castiella declararía en otra ocasión que ¨la falta de relaciones diplomáticas con Israel nos prestigia ante los árabes¨. El síndrome de la tradicional amistad hispano-árabe.
Una de las razones, ampliamente explicada, ha sido la necesidad de España de obtener el apoyo de los países árabes, entre otros, para salir del aislamiento internacional. A ello se sumarían posteriormente otros temas como las conflictivas relaciones con Marruecos por el futuro del Sahara y sus reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla, o la crisis del petróleo en 1973. Con la ¨tradicional amistad hispano-árabe¨ España buscaba evitar que los países árabes apoyasen posiciones contrarias a sus intereses. La percepción de su diplomacia fué durante esos años que la política pro-árabe había sido fecunda habiendo contribuido a los intereses políticos de España en el norte de Africa y a los intereses económicos con los países árabes en general. También deberíamos preguntarnos, como lo hizo el primer ministro de Asuntos Exteriores de la transición, José María de Areilza, si hubo antisemitismo en la política del régimen de Franco hacia Israel. Aunque Areilza responde con un rotundo no, es muy probable que las relaciones pudieron haber sido obstaculizadas por prejuicios y animadversiones. En España se publicaron en esos años, entre otros panfletos antisemitas, doce ediciones de los Protocolos de los Sabios de Sión, aceptados como verdad por sectores de la derecha del régimen.
En resúmen: el ¨legado israelí¨ de la diplomacia del régimen franquista a la democracia española fué una política que fué evolucionando desde la búsqueda de acercamiento a Israel apenas nacido el Estado judío en 1948 hacia la hostilidad y finalmente hasta el rechazo total. Este legado condicionó la política de la diplomacia española hacia Israel por casi una década. Israel, de hecho, después de servir a la política exterior del franquismo, siguió sirviendo a la diplomacia española también en los años de la transición a la democracia.
La transición a la democracia
Con la desaparición de Franco y su régimen, España inicia el proceso de transición a la democracia, restablece la Monarquía y el Rey Juan Carlos proclama el propósito de universalizar las relaciones internacionales y normalizar las relaciones diplomáticas con todos los países. Nuevamente cito a Angel Viñas, cuando escribe que el proceso de expansión de relaciones diplomáticas de España que, si bien respondió a motivos distintos enlazó las postrimerías del franquismo con los primeros años de la transición, dejó como única excepción significativa a Israel.
España normaliza en poco tiempo sus relaciones diplomáticas con México, la Unión Soviética, pero se ¨olvida¨ de Israel. José María de Areilza explicaría mucho más tarde que el problema de la diplomacia española era ¨como complementar las relaciones diplomáticas con Israel sin una fuerte reacción árabe¨. Una serie de presiones árabes surte efecto y España comienza entonces una nueva serie de ocasiones perdidas que se repetirían durante los diez años que llevaría a España superar la anomalía. Areilza declararía, en 1983, al periódico Informaciones (citado por Antonio Marquina y Gloria Inés Ospina, en el libro ¨España y los judíos en el Siglo XX¨) que ¨el lobby de los intereses petrolíferos en Oriente Próximo amparado por un mítico pro-arabismo, la inercia, el miedo y los prejuicios, frustraron aquel intento¨. Posteriormente se preguntaría en el seminario sobre las relaciones España-Israel, organizado por la Asociación de Periodistas Europeos, en Toledo, en septiembre de 1985: ¿Fué acaso un chantaje deliberado contra el libre albedrío de nuestro país por gentes y países foráneos?
Las ocasiones perdidas -o postergadas- se repetirían, como señalamos anteriormente, durante prácticamente una década. La pérdida de una baza importante, según uno de los ministros, el temor una y otra vez de severas reacciones, que incluirían ¨represalias¨ por parte de algunos países árabes, etc. Lo explica el ministerio de AAEE de España, en un documento, en 1977: ¨es prioritario el mantenimiento de nuestras privilegiadas relaciones con los países árabes, reservándonos siempre la libertad de decidir sobre el ritmo y la forma que parezca más conveniente para dar curso a nuestras relaciones con Israel¨.
El gobierno de Adolfo Suarez no cambia la política hacia Israel, marcada por la percepción de que intereses políticos y económicos importantes podrían dañarse seriamente. Para Suarez, la proyección mediterránea de España y sus vínculos con la nacion árabe eran, junto a la integración europea y occidental, los principales objetivos de su política internacional. Ni siquiera cuando un país árabe, Egipto, establece relaciones diplomáticas con Israel, cambia España su actitud. Ello, pese a que el Congreso Nacional de su partido, Unión del Centro Democrático, UCD, en 1978, había calificado de anomalía la ausencia de relaciones diplomáticas con Israel. Lo que no impidió que poco después España autorice la apertura de la delegación de la OLP y que Suarez reciba a su líder, Yasser Arafat, oportunidad en la que se produce el famoso abrazo Suarez Arafat (pistola al cinto). Suarez consideraba ¨excesivo¨ el precio a pagar en el mundo árabe por el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. En agosto de 1980, comienza el capítulo español de mi carrera diplomática, que se prolongaría durante siete años, en el que durante la primera época habría de afrontar incomprensiones, malestar e incluso hostilidad por parte del gobierno español y su diplomacia. Llevó no poco tiempo pasar de una situación hostil a un ambiente favorable.
El ¨legado israelí¨ de Franco sigue siendo entonces piedra angular de la política árabe del gobierno. Con la designación de Leopoldo Calvo Sotelo, persona de clara orientación europeista, como presidente del Gobierno, se produce un cambio: éste decide, en abril de 1982, abrir un proceso para establecer relaciones diplomáticas con Israel e incluso se comienzan con mucho sigilo los preparativos y se establecen conversaciones. Pero nuevamente la inacción: La tragedia de Sabra y Chatila, en agosto de dicho año, con los graves problemas de imágen que causa a Israel en el mundo entero, ante el temor a la reacción de los países árabes en esas circunstancias, pero también la disolución anticipada de las Cortes y la consecuente convocatoria de las elecciones legislativas, anunciadas ese mismo mes, abortaron ese propósito. ¨nos quedamos sin aliento¨me comentaría después un ministro del gobierno de Calvo Sotelo. Un ¨momento adecuado¨ que rápidamente deja de serlo. Otro momento inoportuno, otra ocasión perdida.
La desvinculación, gradual, del pesado ¨legado¨ comienza con la designación del Secretario General del PSOE, Felipe Gonzalez, como Presidente de Gobierno. Felipe Gonzalez, así como otros líderes de su partido, habían reiterado que la inexistencia de relaciones diplomáticas con Israel era una situación anómala. Pero el condicionamento prosigue, como también las hesitaciones. Felipe Gonzalez justificaría su política de la siguiente manera: ¨Yo creo que el establecimiento de relaciones diplomáticas debe ser un proceso natural por el que se acerquen ambos países y se instalen vínculos de todo tipo, hasta que se llegue al colofón final que sería el establecimiento de relaciones diplomáticas¨. El 14 de julio de 1983, en una entrevista con el Rey Juan Carlos, el Rey me diría que ¨hay paredes por derribar¨. ¿Cuáles eran esas paredes sino las del ¨legado¨?
El tema avanza lentamente. Como diría en alguna oportunidad Felipe Gonzalez: ¨Debe madurar, como la manzana en el arbol, hasta que caiga¨. Su primer ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, para quién el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel sería considerado en los países árabes como un triunfo de Israel, arguía que España ¨no debía premiar la anexión de territorios por la fuerza¨. Moran parte, como comenta J.A.Lisbona, del siguiente planteamiento: Israel desea el establecimiento de relaciones diplomáticas con España y en política exterior no se puede dar nada gratis, por lo tanto debe ¨pagar¨ por esa decisión. Su argumentación se centra en que España no puede perder el capital diplomático ganado con los países árabes, ni permitir que Israel instrumentalice políticamente el establecimiento de relaciones diplomáticas.
Con la petición de ¨contrapartidas¨ se buscan unas compensaciones que ofrecer a los países árabes para dulcificar sus reacciones negativas. Morán exige a Israel un gesto favorable a la población palestina de los territorios ocupados que compense la decisión española ante los países árabes. Morán fundamentaba su política de obtención de compensaciones por parte de Israel, en el temor que una tendencia de deslizamiento hacia las relaciones con Israel podría poner en peligro la política árabe de su gobierno. Morán escribiría posteriormente que ¨si se creaba una inercia hacia el establecimiento de relaciones sin que fuese el proceso controlado por Exteriores, podría producirse éste sin que cuadrase perfectamente en nuestras directrices internacionales generales y sin obtener contrapartida. Se ratificará lo que Tel Aviv había planificado¨. Para Morán, como recuerda Lisbona, las relaciones con Israel tenían que ser bien negociadas por razones éticas, políticas, de poder y porque ¨en la vida internacional no te respetan si no consigues algo¨.
Aunque Felipe Gonzalez insiste entonces en que no se deja agobiar excesivamente, la inquietud de la diplomacia española ante las reacciones en el mundo árabe continuaría. Atentados efectuados en territorio español por organizaciones terroristas palestinas y libanesas, incrementarían esa inquietud. La situación cambia con el cese de Fernando Morán, a principios de julio de 1985 y la designación de Francisco Fernandez Ordoñez como ministro de Asuntos Exteriores. Ordoñez era abierto partidario de avanzar en el tema. Entre otras razones, por el contenido de una carta de uno de los allegados a Shimon Peres, entonces primer ministro de Israel, Micha Harish, responsable de las relaciones internacionales del partido Laborista israelí, que logra que Gonzales ubique el tema en lugar prioritario en su agenda Se inicia, en agosto de ese año el proceso que finalmente conduciría al establecimiento de las relaciones diplomáticas el 17 de enero de 1986, pocos días después de la incorporación de España a la Comunidad Europea, en el contexto que había previsto con anterioridad el presidente del Gobierno español..
Pero la política hacia Israel siguió condicionada por las relaciones con los países árabes. Las conversaciones se interrumpieron durante un mes después que el 1 de octubre las fuerzas israelíes atacan las instalaciones de la milicia palestina Fuerza 17 en el cuartel general de la OLP en Tunez.
A fines de diciembre de 1985 es cuando Felipe Gonzalez decide finalmente desprenderse definitivamente del ¨legado¨. El 23 de ese mes comunica su decisión a dos de sus colaboradores máss cercanos, Julio Feo, Jefe de su Gabinete y el diplomático Juan Antonio Yañez, asesor de asuntos internacionales de la Presidencia y les comisiona para viajar a Israel y cerrar el tema sin más demoras. Las negociaciones son breves. El 9 de enero, en Madrid, en la casa de Julio Feo, nos reuniríamos representantes españoles e israelíes para fijar definitivamente todos los detalles de la ceremonia así como el texto de la declaración conjunta.
El 17 de enero, en la Haya, capital de turno de la Comunidad Europea, a la que España había accedido pocos días antes, se firma la declaración que pondría fin a la anomalía. Dos días después, se reunirían allí mismo Felipe Gonzalez y Shimon Peres, para sellar este hito en la historia de las relaciones entre sus países. Así se puso término a un largo y sinuoso recorrido que se prolongó 38 años y se sella un capítulo fascinante de la historia diplomática de España e Israel. Ha sido, como diría un cínico, la historia de un triángulo: España, Israel y paises árabes. Con España e Israel como cortejantes cuyos galanteos recíprocos, cada uno en su momento, no fueron correspondidos.