Itongadol.- El asesinato del dirigente adjunto de Hamás Saleh al-Arouri en Beirut el martes por la noche fue una apuesta peligrosa por parte de Israel -suponiendo que estuviera detrás del ataque- y las consecuencias aún están por ver.
Por un lado, no hay duda de que al-Arouri necesitaba morir. Fue uno de los fundadores del ala militar de Hamás, fue el orquestador de innumerables atentados terroristas contra Israel en Cisjordania, donde supervisó células terroristas de Hamás, y fue uno de los operativos encargados de facilitar los contactos y las relaciones entre Hamás, Irán y Hezbolá.
La muerte de Al Arouri no fue una sorpresa. Hacía tiempo que hablaba de convertirse en mártir y sabía que un día Israel lo alcanzaría. Desde el punto de vista operativo, si el ataque lo llevó a cabo Israel, tampoco fue tan difícil. Israel sabía que al-Arouri pasaba la mayor parte del tiempo en Líbano, en el barrio de Dahiyeh de Beirut, un conocido bastión de Hezbolá donde probablemente pensaba que gozaba de cierta inmunidad.
No obstante, Israel habría podido seguirle la pista allí -sobre todo desde el aire- sin demasiada dificultad. El misil disparado contra la tercera planta del edificio de apartamentos de Beirut demostró la naturaleza precisa del atentado. Los misiles volaron la mitad del tercer piso. La otra mitad parecía permanecer intacta. Otro misil alcanzó un coche en la calle de abajo. Sólo ese coche y no otros aparcados cerca.